viernes, 28 de mayo de 2010

MANIFIESTO POR UN ARTE REVOLUCIONARIO INDEPENDIENTE x Trotski y Bretón

Puede afirmarse sin exageración, que nunca como hoy nuestra civilización ha estado amenazada por tantos peligros. Los vándalos, usando sus medios bárbaros, es decir, extremadamente precarios, destruyeron la antigua civilización en un sector de Europa. En la actualidad, toda la civilización mundial, en la unidad de su destino histórico, es la que se tambalea bajo la amenaza de fuerzas reaccionarias armadas con toda la técnica moderna. No aludimos tan sólo a la guerra que se avecina. Ya hoy, en tiempos de paz, la situación de la ciencia y el arte se ha vuelto intolerable. En aquello que de individual conserva en su génesis, en las cualidades subjetivas que pone en acción para revelar un hecho que signifique un enriquecimiento objetivo, un descubrimiento filosófico, sociológico, científico o artístico, aparece como un fruto de un azar precioso, es decir, como una manifestación más o menos espontánea de la necesidad. No hay que pasar por alto semejante aporte, ya sea desde el punto de vista del conocimiento general (que tiende a que se amplíe la interpretación del mundo), o bien desde el punto de vista revolucionario (que exige para llegar a la transformación del mundo tener una idea exacta de las leyes que rigen su movimiento). En particular, no es posible desentenderse de las condiciones mentales en que este enriquecimiento se manifiesta, no es posible cesar la vigilancia para que el respeto de las leyes específicas que rigen la creación intelectual sea garantizado. No obstante, el mundo actual nos ha obligado a constatar la violación cada vez más generalizada de estas leyes, violación a la que corresponde, necesariamente, un envilecimiento cada vez más notorio, no sólo de la obra de arte, sino también de la personalidad “artística”. El fascismo hitleriano, después de haber eliminado en Alemania a todos los artistas en quienes se expresaba en alguna medida el amor de la libertad, aunque esta fuese sólo una libertad formal, obligó a cuantos aún podían sostener la pluma o el pincel a convertirse en lacayos del régimen y a celebrarlo según órdenes y dentro de los límites exteriores del peor convencionalismo. Dejando de lado la publicidad, lo mismo ha ocurrido en la URSS durante el periodo de furiosa reacción que hoy llega a su apogeo. Ni que decir tiene que no nos solidarizamos ni un instante, cualquiera que sea su éxito actual, con la consigna: “Ni fascismo ni comunismo” consigna que corresponde a la naturaleza del filisteo conservador y asustado que se aferra a los vestigios del pasado “democrático”. El verdadero arte, es decir aquel que no se satisface con las variaciones sobre modelos establecidos, sino que se esfuerza por expresar las necesidades íntimas del hombre y de la humanidad actuales, no puede dejar de ser revolucionario, es decir, no puede sino aspirar a una reconstrucción completa y radical de la sociedad, aunque sólo sea para liberar la creación intelectual de las cadenas que la atan y permitir a la humanidad entera elevarse a las alturas que sólo genios solitarios habían alcanzado en el pasado. Al mismo tiempo, reconocemos que únicamente una revolución social puede abrir el camino a una nueva cultura. Pues si rechazamos toda la solidaridad con la casta actualmente dirigente en la URSS es, precisamente, porque a nuestro juicio no representa el comunismo, sino su más pérfido y peligroso enemigo. Bajo la influencia del régimen totalitario de la URSS, y a través de los organismos llamados organismos “culturales” que dominan en otros países, se ha difundido en el mundo entero un profundo crepúsculo hostil a la eclosión de cualquier especie de valor espiritual. Crepúsculo de fango y sangre en el que, disfrazados de artistas e intelectuales, participan hombres que hicieron del servilismo su móvil, del abandono de sus principios un juego perverso, del falso testimonio venal un hábito y de la apología del crimen un placer. El arte oficial de la época estalinista refleja, con crudeza sin ejemplo en la historia, sus esfuerzos irrisorios por disimular y enmascarar su verdadera función mercenaria. La sorda reprobación que suscita en el mundo artístico esta negación desvergonzada de los principios a que el arte ha obedecido siempre y que incluso los Estados fundados en la esclavitud no se atrevieron a negar de modo tan absoluto, debe dar lugar a una condenación implacable. La oposición artística constituye hoy una de las fuerzas que pueden contribuir de manera útil al desprestigio y a la ruina de los regímenes bajo los cuales se hunde, al mismo tiempo que el derecho de la clase explotada a aspirar a un mundo mejor, todo sentimiento de grandeza e incluso de dignidad humana. La revolución comunista no teme al arte. Sabe que al final de la investigación a que puede ser sometida la formación de la vocación artística en la sociedad capitalista que se derrumba, la determinación de tal vocación sólo puede aparecer como resultado de una connivencia entre el hombre y cierto número de formas sociales que le son adversas. Esta coyuntura, en el grado de conciencia que de ella pueda adquirir, hace del artista su aliado predispuesto. El mecanismo de sublimación que actúa en tal caso, y que el sicoanálisis ha puesto de manifiesto, tiene como objeto restablecer el equilibrio roto entre el “yo” coherente y sus elementos reprimidos. Este restablecimiento se efectúa en provecho del “ideal de sí”, que alza contra la realidad, insoportable, las potencias del mundo interior, del sí, comunes a todos los hombres y permanentemente en proceso de expansión en el devenir. La necesidad de expansión del espíritu no tiene más que seguir su curso natural para ser llevada a fundirse y fortalecer en esta necesidad primordial: la exigencia de emancipación del hombre. En consecuencia, el arte no puede someterse sin decaer a ninguna directiva externa y llenar dócilmente los marcos que algunos creen poder imponerle con fines pragmáticos extremadamente cortos. Vale más confiar en el don de prefiguración que constituye el patrimonio de todo artista auténtico, que implica un comienzo de superación (virtual) de las más graves contradicciones de su época y orienta el pensamiento de sus contemporáneos hacia la urgencia de la instauración de un orden nuevo. La idea que del escritor tenía el joven Marx exige en nuestros días ser reafirmada vigorosamente. Está claro que esta idea debe ser extendida, en el plano artístico y científico, a las diversas categorías de artistas e investigadores. “El escritor – decía Marx – debe naturalmente ganar dinero para poder vivir y escribir, pero en ningún caso debe vivir para ganar dinero... El escritor no considera en manera alguna sus trabajos como un medio. Son fines en sí; son tan escasamente medios en sí para él y para los demás, que en caso necesario sacrifica su propia existencia a la existencia de aquéllos... La primera condición de la libertad de la prensa estriba en que no es un oficio.” Nunca será más oportuno blandir esta declaración contra quienes pretenden someter la actividad intelectual a fines exteriores a ella misma y, despreciando todas las determinaciones históricas que le son propias, regir, en función de presuntas razones de Estado, los temas del arte. La libre elección de esos temas y la ausencia absoluta de restricción en lo que respecta a su campo de exploración, constituyen para el artista un bien que tiene derecho a reivindicar como inalienable. En materia de creación artística, importa esencialmente que la imaginación escape a toda coacción, que no permita con ningún pretexto que se le impongan sendas. A quienes nos inciten a consentir, ya sea para hoy, ya sea para mañana, que el arte se someta a una disciplina que consideramos incompatible radicalmente con sus medios, les oponemos una negativa sin apelación y nuestra voluntad deliberada de mantener la fórmula: toda libertad en el arte. Reconocemos, naturalmente, al Estado revolucionario el derecho de defenderse de la reacción burguesa, incluso cuando se cubre con el manto de la ciencia o del arte. Pero entre esas medidas impuestas y transitorias de autodefensa revolucionaria y la pretensión de ejercer una dirección sobre la creación intelectual de la sociedad, media un abismo. Si para desarrollar las fuerzas productivas materiales, la revolución tiene que erigir un régimen socialista de plan centralizado, en lo que respecta a la creación intelectual debe desde el mismo comienzo establecer y garantizar un régimen anarquista de libertad individual. ¡Ninguna autoridad, ninguna coacción, ni el menor rastro de mando! Las diversas asociaciones de hombres de ciencia y los grupos colectivos de artistas se dedicarán a resolver tareas que nunca habrán sido tan grandiosas, pueden surgir y desplegar un trabajo fecundo fundado únicamente en una libre amistad creadora, sin la menor coacción exterior. De cuanto se ha dicho, se deduce claramente que al defender la libertad de la creación, no pretendemos en manera alguna justificar la indiferencia política y que está lejos de nuestro ánimo querer resucitar un pretendido arte “puro” que ordinariamente está al servicio de los más impuros fines de la reacción. No; tenemos una idea muy elevada de la función del arte para rehusarle una influencia sobre el destino de la sociedad. Consideramos que la suprema tarea del arte en nuestra época es participar consciente y activamente en la preparación de la revolución. Sin embargo, el artista sólo puede servir a la lucha emancipadora cuando está penetrado de su contenido social e individual, cuando ha asimilado el sentido y el drama en sus nervios, cuando busca encarnar artísticamente su mundo interior. En el periodo actual, caracterizado por la agonía del capitalismo, tanto democrático como fascista, el artista, aunque no tenga necesidad de dar a su disidencia social una forma manifiesta, se ve amenazado con la privación del derecho de vivirla y continuar su obra, a causa del acceso imposible de ésta a los medios de difusión. Es natural, entonces, que se vuelva hacia las organizaciones estalinistas, que le ofrecen la posibilidad de escapar a su aislamiento. Pero su renuncia a cuanto puede constituir su propio mensaje y las complacencias terriblemente degradantes que esas organizaciones exigen de él, a cambio de ciertas ventajas materiales, le prohíben permanecer en ellas, por poco que la desmoralización se manifieste impotente para destruir su carácter. Es necesario, a partir de este instante, que comprenda que su lugar está en otra parte, no entre quienes traicionan la causa de la revolución al mismo tiempo, necesaria-mente, que la causa del hombre, sino entre quienes demuestran su fidelidad inquebrantable a los principios de esa revolución, entre quienes, por ese hecho, siguen siendo los únicos capaces de ayudarla a consumarse y garantizar por ella la libre expresión de todas las formas del genio humano. La finalidad de este manifiesto es hallar un terreno en el que reunirá los mantenedores revolucionarios del arte, para servir la revolución con los métodos del arte y defender la libertad del arte contra los usurpadores de la revolución. Estamos profundamente convencidos de que el encuentro en ese terreno es posible para los representantes de tendencias estéticas, filosóficas y políticas, aun un tanto divergentes. Los marxistas pueden marchar ahí de la mano con los anarquistas, a condición de que unos y otros rompan implacablemente con el espíritu policíaco reaccionario, esté representado por José Stalin o por su vasallo García Oliver(1). Miles y miles de artistas y pensadores aislados, cuyas voces son ahogadas por el odioso tumulto de los falsificadores regimentados, están actualmente dispersos por el mundo. Numerosas revistas locales intentan agrupar en torno suyo a fuerzas jóvenes, que buscan nuevos caminos y no subsidios. Toda tendencia progresiva en arte es acusada por el fascismo de degeneración. Toda creación libre es declarada fascista por los estalinistas. El arte revolucionario independiente debe unirse para luchar contra las persecuciones reaccionarias y proclamar altamente su derecho a la existencia. Un agrupamiento de estas características es el fin de la Federación internacional del Arte Revolucionario independiente (FIARI), cuya creación juzgamos necesaria. No tenemos intención alguna de imponer todas las ideas contenidas en este llamamiento, que consideramos un primer paso en el nuevo camino. A todos los representantes del arte, a todos sus amigos y defensores que no pueden dejar de comprender la necesidad del presente llamamiento, les pedimos que alcen la voz inmediatamente. Dirigimos el mismo llama-miento a todas las publicaciones independientes de izquierda que estén dispuestas a tomar parte en la creación de la Federación internacional y en el examen de las tareas y de los métodos de acción. Cuando se haya establecido el primer contacto internacional por la prensa y la correspondencia, procederemos a la organización de modestos congresos locales y nacionales. En la etapa siguiente deberá reunirse un congreso mundial que consagrará oficialmente la fundación de la Federación internacional. He aquí lo que queremos: La independencia del arte – por la revolución; La revolución – por la liberación definitiva del arte. André Breton, Diego Rivera (2) México, 25 de julio de 1938 Notas (1) García Oliver, anarquista español, perteneció al grupo de acción española, contribuyó a organizar las milicias obreras catalanas y de Durruti y militó en la CNT y en la FAI. Durante la guerra civil adoptó la política del Frente Popular, aceptando el Ministerio de Justicia en el gabinete de Largo Caballero. (2) Aunque publicado con estas dos firmas, el manifiesto fue redactado de hecho por León Trotski y André Breton. Por razones tácticas, Trotski pidió que la firma de Diego Rivera sustituyese a la suya.

miércoles, 5 de mayo de 2010

UNA ALTERNATIVA A LA MICRO-SECTA x Dal Harper

El problema es: cómo construir un partido socialista revolucionario. En los Estados Unidos, no ha habido ningún progreso estimable hacia él en el último tercio de siglo (desde el final de la segunda guerra mundial). La meta sigue estando ahí, pero el camino hacia ella debe ser reconsiderado. El camino que hemos seguido conduce a un callejón sin salida. Tenemos que retrocer hasta encontrar una bifucarción que dejamos atrás. El camino por el que hemos marchado es el camino de la secta. Definiremos qué quiere decir esto, y por qué y cuándo comenzó. Y explicaremos por qué no conduce a ningún sitio, que es donde estamos ahora. Argumentaremos que la historia demuestra que debe haber otro camino, un camino diferente. De hecho, aunque sin plantearnos explícitamente el problema, ya iniciamos un camino diferente a principio de 1964, cuando se formó el Independent Socialist Committee para dar nueva vida a Independent Socialism como tendencia política, alentando la formación de clubes locales (el primer Independent Socialist Club se formó en el campus de Berkeley, a finales de 1964). Pero entonces no pensamos que se trataba de una alternativa a la organización tipo secta, por lo que el naciente movimiento Independent Socialist retrocedió de nuevo a la ruta de la secta, a consecuencia de presiones fáciles de identificar. Nos proponemos repensar completamente todo esto. Comencemos retornando a Marx Sobre este tema, no cabe ninguna duda de cuáles eran las opiniones y la práctica de Marx. De hecho, probablemente tuvo una reacción excesiva, debida a la intensidad de su determinación de no tener nada que ver con cualquier secta, incluyendo una secta propia. Para Marx, era una secta cualquier organización que estableciese como su frontera orgánica algún tipo de opiniones (incluyendo las de Marx), o que hiciese de esas opiniones el factor determinante de su forma organizativa. Ni Marx ni Engels formaron ni quisieron formar nunca un grupo marxista, entendiendo por tal una asociación afiliativa basada en un programa exclusivamente marxista. Toda su actividad organizativa discurrió por otro camino. Entonces, ¿cuál sería, conforme al pensamiento de Marx y Engels, la actuación adecuada de quienes comparten sus opiniones y quieren llevarlas a la práctica? La tarea sería llevar esos puntos de vista a los movimientos y organizaciones que han surgido de forma natural a partir de la lucha social realmente existente. La tarea no sería inventar una forma superior de organización, sino influir sobre estos movimientos y organizaciones de clase, desarrollando cuadros revolucionarios en ellas y trabajando, en definitiva, por hacer avanzar al movimiento en su conjunto. El movimiento en su conjunto: Marx y Engels sabían -y decían- que este proceso podría, muy probablemente, involucrar escisiones; no hicieron un fetiche de una absoluta unidad entendida como condición del propio proceso. Pero las rupturas que ellos veían como naturales no eran las provocadas artificialmente por una corriente ideológica que despliega desde fuera una abstracta bandera programática, sino aquellas que surgen orgánicamente del propio progreso del movimiento. Esperaban que estas rupturas se produjesen en dos direcciones: por un lado, elementos aburguesados opuestos a una línea de clase y al desarrollo del movimiento en el sentido de la lucha de clases; por otro, sectas ideologizadas que observarían como el movimiento de clase se alejaba de sus particulares panaceas y recetas. Ellos esperaban que semejantes elementos se escindirían, o que los elementos saludables de la clase obrera tendrían que romper con ellos, pero, sin embargo, nunca pensaron que la línea de demarcación orgánica fueran las particulares opiniones programáticas de una vanguardia (el programa en abstracto) sino, más bien, el significado político, desde el punto de vista de la lucha social, del nivel político alcanzado por el movimiento de la clase (es decir, el programa en concreto, el programa concretado en la lucha de clases realmente existente). Así, durante 1847, Marx y Engels, que se habían incorporado a la Liga Comunista, trabajaron con gran habilidad para liberarla de su resaca sectaria y conspirativa, pero, simultáneamente, Marx dedicó sus esfuerzos en Bruselas, donde vivía, a la construcción de la Asociación Democrática, que ni siquiera era programáticamente socialista. Y cuando la revolución estalló en el Continente, inmediatamente se orientó hacia el vaciamiento (disolución) de la Liga Comunista como vehículo de vanguardia de la operación orgánizativa. En Colonia, durante la revolución, ellos actuaban (organizativamente hablando) en tres niveles distintos, ninguno de ellos similar a una secta marxista: (1) En el movimiento democrático de izquierda (Unión Democrática) [Esta parte del cuadro no tiene nada que ver con nuestro problema actual, pues está relacionado con el problema de la política ante una revolución democrática-burguesa]; (2) En la Asociación Obrera de la ciudad, una amplia organización de clase; (3) En su propio centro político. ¿Y qué crearon como su centro político? En ningún caso una organización, sino más bien un periódico y su equipo editorial, esto es, una voz. Y este equipo es lo que funcionó como la tendencia Marx, tal y como se observaba a sí mismo y como era considerado públicamente. Con el declive de la revolución, y tras volver a Londres, Marx estuvo de acuerdo en la reconstitución de la Liga Comunista temporalmente; pero pronto, a finales de 1850, Marx se percató de que la crisis revolucionaria había terminado, mientras que la mayoría de los miembros reaccionaron a la frustración coinvirtiéndose en un grave caso de infantilismo sectario. La Liga se rompió y se desintegró. Marx nunca repitió tal experiencia. Durante los años 50, Marx y Engels no se esforzaron en crear nuevas organizaciones, sino que se concentraron exclusivamente en la producción y publicación de la literatura que hiciese posible la educación de cuadros. Este período terminó únicamente cuando el movimiento obrero, por sí mismo, anunció la creación de la organización ad hoc que hoy conocemos como la Primera Internacional. La Primera Internacional era tan distante de la idea sectaria de organización, que nunca se pronunció claramente por el comunismo, y solamente apoyo matizadamente una versión del colectivismo económico en su último congreso. Y era tan amplia, dentro de un marcado carácter de clase, que nadie soñaría en poder duplicarla hoy. En cualquier caso, el enfoque de Marx era 180 grados opuesto al de la secta: en vez de comenzar con el Programa Omnicomprensivo y reunir a su alrededor una banda de escogidos procedentes de cualquier estrato de clase (especialmente intelectuales), Marx quiso partir de sectores de la clase obrera que se encontraban en movimiento y activos en la lucha de clases, aunque fuese con un bajo nivel, adaptando el programa a aquello para lo que estos sectores estaban preparados. Esta es la manera de comenzar. Marx: el lado negativo Dentro del amplio movimiento de la Primera Internacional, Marx y Engels no establecieron ningún tipo de centro político propio, y en eso consiste precisamente el carácter excesivo de su reacción, no, desde luego, en su nula inclinación hacia la creación de una secta marxista. Si bien Marx usó el Consejo General y su influencia en él como su "centro político"; sería fácil explicar por qué esto no era suficiente. Probablemente, Marx tenía la impresión de que otro comportamiento impediría su influencia personal en el Consejo General, pero el precio a pagar por ello fue que, cuando la Internacional desapareció, la formación de un espacio marxista definido estaba aún en una etapa que ni siquiera podríamos catalogar como elemental. Este hecho negativo -me refiero a la ausencia de un marco marxista de cualquier tipo, no a la renuncia a crear una secta marxista- es una de las razones de fondo que explican la forma en que, en diferentes países, surgieron los diversos partidos socialistas, incluyendo los denominados partidos marxistas. El primer centro marxista fue establecido por un hombre (Hyndman) hostil a Marx y al pequeño círculo de socialistas ingleses directamente influidos por Marx; Hyndman estableció este centro "marxista" como una típica secta del peor tipo, y su desastrosa influencia sobre el marxismo inglés no ha sido aún superada. Ni Marx, ni Engels ni nadie de su círculo más próximo ofreció nunca algún tipo alternativo de centro político marxista, lo que condujo a que la personificación de Marx para el público británico fuera un hombre al que podemos considerar como el más tosco fundador del marxismo que haya podido encontrarse en cualquier país del mundo. La alternativa obvia a la secta habría sido lo que Marx hizo en Colonia: el establecimiento de un órgano de prensa por los amigos británicos de Marx, una publicación portavoz de ideas marxistas, un modelo de cómo había de dirigirse al movimiento de clase, un marco organizador. Pero no se hizo nada de esto, provocando un vacío. Así, la operación sectaria de Hyndman se movió en el vacío. Aunque Eleanor Marx hizo un trabajo brillante como organizadora del Nuevo Sindicalismo (un sindicalismo militante de masas), organizando a los trabajadores desorganizados y no cualificados, se trató de un trabajo individual, que carecía de otra referencia visible. Aunque ella y Aveling hicieron un buen trabajo en la extensión de la acción política independiente de la clase obrera, con un impacto que ayudó a la creación del Partido Laborista, su esfuerzo no tuvo el efecto concomitante de ayudar a la selección y formación de un espacio marxista que pudiera hacer más de lo que ellos solos hacían. Este error -la incapacidad para establecer algún tipo de centro político reconocible no sectario- fue repetido después, con menor excusa, por Rosa Luxemburg en Alemania; mientras que en Polonia sus camaradas crearon una secta, no un partido de clase. El aborrecimiento extremo que Marx sentía hacia las sectas no le impidió reconocer las contribuciones positivas de algunas sectas. No cayó en una evaluación unilateral del papel histórico jugado por algunas sectas, al igual que su odio hacia el capitalismo no excluyó el reconocimiento de sus grandes contribuciones positivas al desarrollo de sociedad. De la misma forma que el Manifiesto Comunista ofrece lo que ha sido denominado como un himno de alabanza a las aportaciones positivas de la burguesía, Marx y Engels ardían frecuentemente en alabanzas a las contribuciones de las sectas utópicas. No perdieron tiempo en lamentaciones por el hecho que que estas contribuciones fueran hechas primero por sectas (a veces más bien grotescas, como la "religión" saint-simoniana), pues ellos comprendían las presiones que empujaron a los ideólogos socialistas hacia la forma de secta. Lo verdaderamente importante, pensaban ellos, era empujar en una dirección diferente, orientando a los socialistas hacia un camino organizativo distinto. Marx resumió esto en una carta bien conocida (1871): "La Internacional se fundó a fin de reemplazar las sectas socialistas o semisocialistas por una organización real de la clase obrera para luchar... Por otra parte, la Internacional no hubiera podido afirmarse si el curso de la historia no hubiese destrozado ya al sectarismo. El desarrollo del sectarismo socialista y el desarrollo del movimiento obrero real están siempre en relación inversa. Cuando las sectas están (históricamente) justificadas, la clase obrera no está aún madura para un movimiento histórico independiente. Tan pronto como ha alcanzado esa madurez, las sectas se hacen esencialmente reaccionarias. Por cierto, en la historia de la Internacional se ha repetido lo que la historia general nos muestra en todas partes. Lo caduco tiende a reconstituirse y a afirmarse dentro de las formas recién alcanzadas. Y la historia de la Internacional ha sido una lucha continua del Consejo General contra las sectas y contra los experimentos diletantes, que tendían a echar raíces en la Internacional contra el verdadero movimiento de la clase obrera". Evidentemente, no se trata de determinar a priori la fecha exacta en la que se hace reaccionaria la forma de secta. Eso no puede hacerse. Marx comenzó a luchar por crear su propio camino hacia un moviento revolucionario, y para ello debía enfrentarse con firmeza a la idea sectaria. Aunque más tarde se probara que en el año 1864 las posibles contribuciones de las sectas no estaban aún históricamente totalmente agotadas, eso es irrelevante respecto al curso seguido por Marx. La secta de Lassalle en Alemania (ver comentarios de Marx en la carta antes citada) o la mencionada secta de Hyndman en Inglaterra continuaron jugando un papel (¡ay!), un papel que también tuvo un aspecto positivo mientras no hubo otra alternativa en marcha. Indiscutiblemente, a veces una camarilla puede ser mejor que nada, pero esa perogrullada no indica una línea a seguir. Por otra parte, la secta socialista de los germanoamericanos emigrados era, en opinión de Marx y Engels, peor que nada, y esperaban que se destrozaría y desaparecería (desafortunadamente, un siglo después sigue con nosotros: SLP). De todo esto no se sigue, pese al odio extremo que Marx sentía hacia la forma de secta, que todas las sectas sean igualmente nocivas. Todo lo contrario: existen tremendas variaciones al respecto. Si observamos ejemplos más próximos a nostros, los oehleristas (una microsecta que se separó de la secta trotskista en 1935) no contribuyó nada al desarrollo de un movimiento revolucionario, excepto como tema de hilaridad (lo que no debe ser desdeñado en tiempos difíciles). Por el contrario, la Liga Socialista Independiente aportó los elementos esenciales del socialismo revolucionario de nuestro tiempo. ¡Hay una gran diferencia! Pero no contradice la única conclusión a la que queremos llegar en este momento: hay un camino hacia el partido revolucionario que no es el camino de la secta. La anatomía de la secta En resumen: hemos visto tres posibles enfoque. Podemos descartar ya el que se restringe a militancias individuales, sin ningún tipo de centro político. El verdadero problema es si el centro político debe ser necesariamente una secta. Lo que está en juego en ello no afecta sólo a dos formas organizativas, sino a la relación entre la vanguardia y la clase. La secta se autocoloca en un alto nivel (muy por encima de la clase obrera) y se sostiene sobre una escasa base, ideológicamente selectiva (y, habitualmente, externa a la clase obrera). Proclama su carácter obrero basándose en sus aspiraciones y en su orientación, no por su composición social ni por su modo de vida. Comienza entonces a intentar arrastrar la clase obrera hasta su nivel, o hace un llamamiento a esa clase obrera para que lo alcance. Desde dentro de sus fronteras orgánicas, envía al exterior a exploradores para que contacten con la clase obrera, y a misioneros que conviertan a dos aquí y a tres allá. La secta se imagina convertida algún día en un partido revolucionario de masas, ya sea por un crecimiento paulatino, por la unidad con otras dos o tres sectas o quizá por algún proceso de entrismo. Marx, por el contrario, opinaba que los elementos de vanguardia debían evitar, ante todo, la creación de muros orgánicos entre ellos y el movimiento de clase. La tarea no era elevar hasta el Programa completo a dos trabajadores aquí y a tres allí (y menos aún a dos estudiantes aquí y a tres intelectuales allí), sino buscar las palancas que puedan servir para impulsar a toda la clase, o a sectores de ella, hacia niveles más elevados, tanto en el ámbito de la acción como en el de la política. La mentalidad de secta ve su santificación únicamente en su Programa completo, precisamente en lo que la separa de la clase obrera. Si, dios no lo permita, alguna de sus consignas comienza a hacerse popular, inmediatamente se asusta: "Algo debe estar pasando. Debemos haber capitulado a alguien" (no es una caricatura, sino la vida misma). El enfoque de Marx era todo lo contrario. La tarea de la vanguardia era precisamente poner en marcha consignas que pudiesen ser populares en el nivel real alcanzado por la lucha de clases en un momento determinado, poniendo en movimiento al mayor número de trabajadores que fuese posible. Esto significa actuar sobre un tema y en una dirección, yendo por un camino que llevará al conflicto con la clase capitalista y su Estado, así como con sus agentes, incluyendo los "lugartenientes obreros del capitalismo" (sus propios líderes). La secta es una versión en miniatura del futuro partido revolucionario, un pequeño partido de masas, una edición microscópica del partido de masas aún inexistente. Mejor dicho, eso es lo que la secta piensa de si misma o intentar ser. Su método orgánico es el método del como si: actuemos como si ya fuésemos un partido de masas (en un grado minúsculo, naturalmente, acorde con nuestros recursos), pues ese es el camino para convertirnos en un gran partido de masas. Publiquemos un periódico para los trabajadores, igual que si fuéramos un partido obrero, y si no podemos publicar un diario, como haría un verdadero partido de masas, al menos podremos publicar un semanario o bisemanario para agotar nuestros recursos; eso hará de nosotros un pequeño (irreal) partido de masas (pero esta fachada solamente es autoilusoria, ya que si lográ engañar a un trabajador, éste se dará cuenta pronto de lo poco que había detrás). Construyamos un partido bolchevique siendo disciplinados como buenos bolcheviques (así, sobre la base de una falsa noción de la disciplina bolchevique, aprendida de los enemigos del leninismo, la secta es bolchevizada en una camarilla interiorizada y petrificada, que reemplaza las obligaciones de una cohesión política por argollas de hierro como las necesarias para maneter unidas las maderas de un desmoronado barril). Hay una falacia fundamental en la idea de que el camino de la miniaturización (imitando un partido de masas en miniatura) es el camino al partido revolucionario de masas. La ciencia prueba que la escala en la que vive un organismo vivo no puede cambiarse arbitrariamente: los seres humanos no pueden existir a la escala de los liliputienses o los brobdingagenses, pues sus mecanismos vitales no podrían funcionar. Las hormigas pueden cargar 200 veces su propio peso, pero una hormiga que midiese seis píes no podría levantar 20 toneladas, incluso aunque pudiera existir en algún monstruoso modo. En la vida organizativa, esto también es cierto. Si se intenta crear una miniatura de un partido de masas, no se consigue un partido de masas miniaturizado, sino un monstruo. La razón básica es la siguiente: el principio vital de un partido revolucionario de masas no es simplemente su Programa completo, que puede copiarse sin más que un activista mecanógrafo y puede ser ampliado o reducido como un acordeón. Su principio vital es su involucración integral como una parte del movimiento de la clase obrera, su inmersión en la lucha de clases no por la decisión de un Comité Central, sino porque vive en ella. Este principio vital no puede imitarse o miniaturizarse; no se reduce como un dibujo animado ni se encoge como una camisa de lana. Como una reacción nuclear, este fenómeno se produce únicamente cuando existe una masa crítica, por debajo de la cual el fenómeno no es menor, sino que desaparece. Entonces, ¿en qué puede imitar la pretendida miniatura a un partido de masas? Solamente en la vida interna (una parte de ella y en cierto modo), pero esta vida interna, mecánicamente trasladada, es ahora ajena a la realidad que rige en un verdadero partido de masas. Si separamos los intestinos de un león de su cuerpo, lo que obtenemos en realidad es... tripas. Por este motivo la vida interna de una secta tiende a ser un ejercicio de irrealismo, de meras fachadas, de imitaciones rituales. Así, como lo único que tiene al alcance de su ritualizada parodia es la vida interna del partido de masas, la mentalidad de camarilla solamente se encuentra a gusto en la vida interna. Más allá de esta vida interna, la dura realidad de aislamiento e impotencia se hace insufrible, al no tener la más mínima semejanza con la vida exterior de un partido de masas. La vida interna de la secta deja de ser un mal necesario para el desarrollo de sus actividades públicas, para convertirse en un gratificación sustitutiva. El obrero perteneciente a un partido de masas se irrita por la necesidad de gastar mucho tiempo en reuniones de las organizaciones del partido o de sus fracciones, incluso aunque sea lo suficentemente buen marxista para comprender que estas cosas son necesarias. La mentalidad de secta, por el contrario, solamentes se encuentra cómoda y satisfecha en esas actividades subterráneas, en las que puede disfrutarse convenientemente de la charla revolucionaria, mientras que una reunión sindical es considerada como un estorbo. ¿Y los bolcheviques? ¿Pero acaso los mismos bolcheviques no se desarrollaron desde una secta hasta un partido de masas? Si ellos pudieron hacerlo, quizá podamos nosotros... No, los bolcheviques no llegaron a ser un partido de masas siguiendo el camino de la secta. Y el ¿Qué hacer? no propone una forma organizativa sectaria. Todas esos cuentos de hadas sobre las concepciones del partido propias de Lenin son invenciones de antibolcheviques profesionales y de los estalinistas; sin embargo, obviamente no podemos tratar eso aquí en profundidad. Quizá baste lo que digo a continuación. Consideremos el camino encarnado en el ¿Qué hacer? En el período anterior, los pasos preliminares hacia un partido de masas en Rusia no habían tomado la forma de sectas, sino de círculos locales obreros y de asociaciones regionales. No se habían desarrollado como sucursales de una organización central sino de forma autónoma, en respuesta a las luchas sociales. Lo que Lenin comenzó a organizar en el extranjero, ante todo, no era una secta, ni una organización afiliativa, sino un centro político: una publicación (Iskra) con un equipo editorial. La tendencia Iskra tomó cuerpo en un equipo editorial, no en una secta. La asociación a la que Lenin aspiraba era un partido de masas. No un partido formado exclusivamente por los que estuviesen de acuerdo con su marxismo revolucionario, sino un partido de masas lo sufientemente amplio como para incluir a todos los socialistas, y, desde luego, a todos los militantes obreros. Podría tener diversas tendencias en su seno, y los marxistas consistentes podrían ser una minoría, al menos durante cierto tiempo. Lenin no cometió el error de interponer una secta entre su tendencia (con la línea correcta) y el amplio movimiento de la clase en lucha, ni tampoco incurrió en la equivocación de descuidar la construcción de un centro político y, a través de él, crear un espacio marxista. Fueron los mecheviques y el ala derecha, no Lenin, quienes escindieron para no permitir una mayoría del ala izquierda. Ni siquiera en los años de formación del partido bolchevique hizo Lenin de la necesidad virtud: nunca adoptó el punto de vista según el cual el partido tendría que limitarse a los bolcheviques. Por el contrario, luchó coherentemente por un amplio partido en el que su ala izquierda tendría tanto derecho a ganar su dirección por medio del voto democrático como podría tenerlo su ala derecha. La escisión tuvo lugar, ante todo, en el aspecto organizativo. Por supuesto, la situación de ilegalidad condicionó las formas orgánicas de muchas maneras, pero no es lo que determinó que Lenin rechazase formar una secta bolchevique. Si Iskra se hubiese establecido en Petrogrado en vez de hacerlo en el extranjero, la relación esencial no habría cambiado; de hecho, cuando se logró una legalidad parcial durante un corto período tras la revolución de 1905, una de las consecuencias fue la fusión temporal de los grupos bolchevique y menchevique en un partido de masas unificado, aunque Lenin conservó un centro político bajo la forma de una publicación y su equipo editorial. El inicio de cierta legalidad no empujó a Lenin hacia la formación de una secta bolchevique, sino en la dirección opuesta, hacia la unidad con los mencheviques en un partido de masas (no la unidad de los centros políticos ideológicos). ¿Pero no eran bolcheviques y mencheviques fracciones del dividido partido? Formalmente lo eran, pero en aquellos días una fracción significaba una cosa diferente. En ambos lados, y en otras tendencias organizadas integrantes del movimiento ruso, una fracción funcionaba como un centro político público, con su publicación y equipo editorial propios como vehículo de su poítica. Estas fracciones (bolchevique y menchevique) no eran organizaciones afiliativas, en el sentido de las sectas que nosotros hemos tratado de construir. Si vemos los documentos escritos por Lenin poco antes de 1914, cuando el buró de la Internacional Socialista estaba trabajando sobre el problema de la unidad entre bolcheviques y mencheviques, observamos que Lenin, para probar que los bolcheviques tuvieron el apoyo de una mayoría de los trabajadores socialistas en Rusia, da estadísticas sobre la circulación de los órganos de prensa, sobre las contribuciones financieras, etc., pero nunca sobre número de afiliados o miembros. Nadie dio cifras de miembros. En Rusia, las organizaciones con afiliados eran grupos de partido locales y regionales que podían simpatizar una parte con los bolcheviques y otra parte con los mencheviques, o apoyar a unos u otros en cada circunstancia. Cada vez que se realizaba un congreso del partido o conferencia, cada grupo debía decidir si asistía al de unos o al de otros, o a ambos. Esto indica que tanto bolcheviques como mencheviques no eran orgánicamente sectas dedicadas a captar miembros, y ni siquiera fracciones en el sentido orgánico que sería perteniente hoy, sino centros políticos basados en una iniciativa de propaganda y editorial, junto a un aparato organizativo central para forjar lazos con todas las secciones del movimiento obrero, mediante agentes, colaboradores literarios, etc. (este añadido es algo crucial, aunque no me explayaré en ello). Los miembros individuales del partido en Rusia, o los grupos del partido, podían distribuir las publicaciones de los bolcheviques, las de los mencheviques o ninguna de ellas. Muchos preferían distribuir un órgano que no representase a ninguna de esas fracciones, como el que Trotsky creo en en Viena, o utilizar a su libre albedrío las publicaciones que más les gustaban de cada una de las fracciones. Obviamente, gran parte de este escenario estaba condicionado por la ilegalidad o por la naturaleza de la escisión entre bolcheviques y Mencheviques. No proponemos que sea un modelo automático para nosotros hoy día; hablamos de ello por una razón totalmente opuesta: porque hay algunos que, erróneamente, pensando que los bolcheviques se desarrollaron utilizando la forma de una secta, proponen, también erróneamente, la secta de tipo bolchevique como modelo. Pero nunca ha existido una secta bolchevique. Esa invención fue posterior, procedente de la Comintern. En todo caso, podemos sacar la siguiente conclusión provisional: si el partido bolchevique no se desarrolló como partido revolucionario siguiendo el camino de la secta, entonces debe haber otro camino. De hecho, la conclusión histórica va más lejos: ningún partido revolucionario o semirevolucionario de masas ha llegado a ser un partido de masas siguiendo el camino de la secta. Esto no prueba que no pueda ocurrir. No prueba, por sí mismo, que sea imposible que una secta evolucione orgánicamente hacia un partido de masas, si en algún momento se da cuenta de que está siguiendo un camino equivocado y toma otra ruta. Pero no nos interesa demostrar tal cosa. Lo único que necesitamos comprender es que debe haber otro camino, un camino que realmente fue seguido por socialistas revolucionarios con más o menos éxito. Lo que se ha demostrado es que el camino de la secta no debería seguirse acríticamente, sin reflexionar, como si fuera el único posible o imaginable. Por el contrario, el camino de la secta no ha dado nunca resultados hasta ahora. Lo que ha funcionado ha seguido una vía muy diferente, y que, por lo tanto, se merece al menos ser tomada en consideración. ¿Cómo y cuándo revivió la forma de secta? Este otro camino sólo fue ignorado por la mayoría de los marxistas revolucionarios a partir de fecha relativamente reciente, durante el período de la Comintern. El gran desarrollo histórico que ocultó ese camino tras una cortina y empujó a seguir la ruta de la secta fue el período de revolución que siguió a la I Guerra Mundial, en el que la Comintern propuso la formación de partidos revolucionarios como una emergencia de inmediata necesidad. En cada país tuvo que constituirse inmediatamente un partido revolucionario, incluso aunque fuese un forzado producto de invernadero. Así lo exigían los 21 Puntos de la Comintern. La motivación era clara: la revolución mundial estaba en la orden del día para toda Europa. Y era cierto que la revolución mundial estaba en la inmediata orden del día (en Europa). Pero ahora sabemos que resulta completamente imposible forjar partidos revolucionarios genuinos por medio de órdenes que fuercen el proceso (al menos, partidos revolucionarios capaces de vencer). Esta es la razón esencial por la que el enemigo (en primer lugar, la socialdemocracia) fue capaz de derrotar esta revolución europea. Y la derrota de esta revolución fue el punto de giro de la historia social moderna, de la que deriva en mundo actual. La mejor conocida consecuencia de esta derrota fue el ascenso del estalinismo, la estalinización de los partidos comunistas y de Rusia. Una consecuencia bisimétrica ha afectado a las corrientes que rechazaron la estalinización o que rompieron con ella: por lo general, han visto la degeneración del movimiento como una consecuencia de la estalización, en vez de comprender la estalinazación como consecuencia de la derrota y de la degeneración del movimiento. Sobre la base de ese punto de vista, se creyó que el éxito revolucionario dependía solamente de la forja de una vanguardia dirigente que no fuese estalinista, que fuese verdaderamente revolucionaria; esto es, de la formación de una vanguardia dirigente que tuviese la Línea correcta, lo que resultaría suficiente. El proceso de creación forzada de partidos revolucionarios en un invernadero asumiento uno de los 21 Puntos (y al margen del contexto objetivo de los verdaderos 21 Puntos) fue tomado como algo dado de antemano por una nueva generación de revolucionarios o aspirantes a revolucionario, para los que la historia comenzaba en 1917. El resultado fue una primera ola de sectas "bolcheviques" durante el período inicial del declive de la revolución europea, tratando de imitar a lo que creían habían sido los bolcheviques. Un ejemplo típico fueron los bordiguistas italianos y otros vástagos de los izquierdistas infantiles de la Comintern, tendencias que Lenin había atacado en su El izquierdismo, enfermedad infantil del Comunismo. Como es bien conocido, estos bien intencionados pero bastante ignorantes izquierdistas no sabían nada sobre cómo el partido bolchevique se había forjado realmente. Para ellos, el ultimátum de los 21 Puntos no era una especial medida de emergencia, procedente de revolucionarios sensatos en la situación poco común de sentir el aliento de una crisis revolucionaria inmediata sin que exista un partido revolucionario. Para ellos, esta medida de emergencia, esta medida deseperada, llegó a ser la regla, el normal modo bolchevique de actuar... incluso si ya no existía la situación histórica que explicaba por qué se había recurrido a los 21 Puntos. Generalizado como el modelo normal, este camino de invernadero hacia el partido revolucionario es algo así como esto: usted levanta la bandera del Programa Correcto para establecer su frontera orgánica. Usted hace esto sin considerar la situación objetiva porque es un imperativo suprahistórico. Usted hace esto con cualquier que esté a su alrededor, por ejemplo otras dos buenas personas (¿no se decía que en los días obscuros de la guerra el partido bolchevique de Lenin se redujo a un puñado de personas?). Usted se declara como el Partido Revolucionario, y ya que tiene el Programa Correcto, los trabajadores tendrán que llegar hasta su puerta... y ya tiene usted su secta. Una ojeada al modelo trotskista de secta Las reticencias de Trotsky durante varios años a romper con los partidos comunistas estaban condicionadas, entre otras cosas, por el hecho de que no veía ninguna alternativa sino la formación de una secta trotskista, a lo que era reacio. Debe recordarse que, durante todo el período inicial de su desarrollo político (es decir, hasta 1914), Trotsky no había comprendido lo que Lenin estaba haciendo. Durante décadas, había peleado amargamente contra el curso orgánico de Lenin, que denunciaba como una política escisionista. ¿Cuál era la política escisionista que le horrorizaba? Era la formación de un centro político distinto alrededor de un Programa completo y correcto, basando un centro político sobre el Programa completo, pero no una secta. El curso de Trotsky como un conciliador orgánico en el movimiento ruso significó que, como Luxemburg en Alemania y la mayoría de la izquierda de la Segunda Internacional, él tampoco había entendido la naturaleza del camino de Lenin hacia el partido revolucionario. Durante la mayoría de la vida política de Trotsky, los únicos cursos orgánicos que podía comprender era el curso de la secta y de los escisionistas (con el que interpretó a Lenin) o el curso pantanoso y ficticio de los que traficaban con la unidad del partido. Resulta irónico que la estalinización de los partidos comunistas forzase a Trotsky a formar su propio centro político (la Oposición de Izquierda) dentro de los partidos comunistas, esto es, dentro de un movimiento estalinizado que no toleraba ningún centro de oposición política en su seno. El camino que él había denunciado dentro de la socialdemocracia rusa de la preguerra (donde era posible) era el mismo que se vio obligado a tomar dentro del movimiento estalinista (donde era imposible). No es muy sorprendente, por tanto, que, cuando los grupos trotskistas no pudieron continuar adoptando la forma orgánica de un centro político de Oposición de Izquierda dentro de los partidos comunistas, adoptasen naturalmente la única otra forma que conocían: la secta. Sin duda, Trotsky lo hizo muy a disgusto, por lo que el siguiente experimento fue la entrada en la socialdemocracia, con la esperanza que encontrar allí un camino no sectario hacia el partido de masas. El esperado sustituto era la incubación de un partido revolucionario dentro del movimiento de masas que la socialdemocracia se suponía que representaba. Proseguir aquí esta historia sería una disgresión, pues lo que nos interesa constatar ahora es que antes y después del experimento entrista, la completa e irreflexiva aceptación del modelo de secta bolchevique produjo una profusión de microsectas desprendidas de la macrosecta trotskysta a partir de los años 30. Además, en EE.UU. se hizo mucho más difícil ver cualquier otro camino a causa de la ausencia de un movimiento político masivo de la clase obrera. La experiencia WP/ISL Hay otro caso que exige nuestra inmediata atención, pues se trata de nuestro inmediato antecesor: el Workers Party/Independent Socialist League de 1940-58. En resumidas cuentas (aunque merecería decicarle más tiempo en otro momento), este caso se desarrolla en tres etapas. La formación del Socialist Workers Party fuera del Partido Socialista. El entrismo trotskista en el Partido Socialista (gestación en la matriz socialdemócrata) abortó a finales de 1937, cuando Trotsky (y, con él, parte de la dirección trotskista, agrupada en torno a Cannon) decidió que el mundo, incluyendo EE.UU., estaba a punto de entrar en una situación revolucionaria, lo que inmediatamente desencadenó el retorno al modelo de los 21 Puntos (al menos, esta vez volvía a tener como motivación la sensación de encontrarse ante una situación de emergencia). Según este modelo, como vimos antes, el Partido Revolucionario debe anunciarse a toda costa ante el mundo, con su bandera y su programa desplegados, con el tiempo suficiente para anticipar el impacto de la revolución. El ala derecha del PS estaba tan ansiosa de expulsar a los trotskistas como nosotros lo estábamos de irnos, así que el resultado real fue una colaboración mutua. En cualquier caso, a comienzos de 1938 el Socialist Workers Party se presentó ante la clase obrera de los Estados Unidos, y durante el mismo año nació la IV internacional, nuevamente como forzado fruto de invernadero. No había ninguna ambigüedad en cómo se veía a si mismo el nuevo partido: era el Partido Revolucionario destinado a salvar el mundo, y crecería rápidamente hasta ser la fuerza dirigente en la clase obrera, con la esperanza de que ocurriese a tiempo para poder dirigir la revolución que se estaba desarrollando. Desplegando el Programa completo y correcto, la secta (es decir, el partido que realmente existía) recorrería el camino hacia un partido de masas. El inicio de la guerra reventó por dos vías diferentes este punto de vista incuestionado. Lo más conocido es que el Programa completo siguió siendo completo pero dejó de ser correcto (defensa de la Unión Soviética, pacto Hitler-Stalin, aparición del imperialismo estalinista, invasión de Finlandia y Polonia, etc.). Pero aquí resulta más pertinente resaltar el segundo aspecto que marcó en 1939-40 la lucha que sacudió y rompió la organización: la denominada cuestión organizativa. Como ya detallamos entonces en un largo documento titulado Guerra y conservadurismo burocrático, lo que ocurrió es que la secta que se autodenominaba partido reaccionó al estallido de la guerra... como una secta. En el momento no lo entendimos así: hablábamos del conservadurismo burocrático de la dirección Cannon. Esta respuesta sectaria del SWP se acentuó mucho más tras la escisión: el SWP actuó durante toda la guerra como un crustáceo, encerrándose en su caparazón para proteger su gelatinoso cuerpo, y anunció la política de preservar sus cuadros, en vez de tratar de encontrar las maneras y medios que permitiesen fortalecerles participando en la lucha durante la guerra. En total contraste, el Workers Party que formamos tras la ruptura siguió una vía que podría describirse como la de un pequeño partido de masas. Pero realmente actuamos como tal, y no sólo nos limitamos a hablar de ello. El WP se implicó con energía y de forma militante en actividades que podrían haber sido emprendidas por un partido de masas si hubiese existido, realizando un excelente trabajo revolucionario de oposición en las empresas y sindicatos,que iba acompañado con la distribución masiva de un popular semanario agitativo, etc. Evidentemente, este trabajo de partido de masas sólo podía hacerse a una escala relativamente pequeña o, lo que es lo mismo, a una mayor escala pero limitada a unas pocas situaciones locales, pues eramos un partido de masas verdaderamente pequeño. Las previsiones subyacentes seguían siendo las mismas: crisis revolucionaria al acabar la guerra o poco después, y rápido crecimiento donde estábamos trabajando. Esta vía parecía tener sentido, sólo de forma temporal, por obvias razones coyunturales: durante todo el período de la guerra nosotros fuimos la única y exclusiva tendencia socialista de oposición dentro de la clase obrera. ¡Situación de monopolio de la que no ha disfrutado nadie desde entonces! La proletarización de nuestros miembros fue relativamente fácil por la situación de guerra (para los que no habían sido llamados a filas). Tampoco carece de importancia mencionar que nunca ha sido tan fácil financiar nuestra actividad, a causa de los salarios industriales, la dedicación de nuestros miembros y un astrónomico sistema de contribuciones sobre la renta. En suma, durante este limitado período y en esa especial situación, las contradicciones de una secta actuando como un pequeño partido de masas podían ser paliadas -y de hecho lo fueron- al calor de la actividad. Podría quizás argumentarse que si el resultado de la guerra hubiese sido la revolución en Europa y en América, como esperábamos entonces, esta vía se habría justificado históricamente. No tengo ningún interés en discutir sobre esto, ya que tampoco me interesa sostener ninguna teoría de la inevitabilidad ni mantener que si hubiésemos sido "más sabios" deberíamos haber hecho otra cosa. No son éstos los temas en discusión, y los menciono únicamente para excluirlos de ella. Lo que me interesa ahora es solamente explicar cómo y por qué la vía una secta tipo pequeño partido de masas era temporal y conyunturalmente posible y esperanzadora. Pero en 1946 llegó el día de rendir cuentas. Ese año marcó una línea divisoria, pues para la mayoría de nosotros se fue haciendo muy claro que la esperada Revolución Mundial postbélica había sido abortada o que, en cualquier caso, no iba a tener lugar. Estábamos obligados a una reorientación fundamental. En consecuencia, 1946 es también el año de un definitivo saldo de cuentas en el seno del WP con el grupo sistemáticamente sectario formado por la clique de Johnson. Se trataba de una clique con un programa de facción, esto es, un montón de programas adaptables a cada ocasión. En 1946, la facción de Johnson reaccionó formalmente al nuevo estado de cosas declarando con doble vehemencia que la revolución estaba a la vuelta de la esquina, que surgirían soviets en dos años, que el capitalismo se había derrumbado en toda Europa y que el poder rodaba por las calles: en otras palabras, encararon la desagradable realidad con la típica fantasía de la mentalidad sectaria. De acuerdo con ello, desplegaron un programa que contraponía grupos de lucha (entonces denominados comités de fábrica) a los sindicatos convertidos en contrarrevolucionarios, que se habían transformado en órganos del Estado, etc. Con todo este galimatías, estos sectarios sistemáticos hicieron las maletas y se pasaron al SWP, donde hicieron una actividad fraccional revolucionaria durante un breve período, para después desplegar su bandera ante el mundo entero formando su propia secta, que luego se escindiría, etc. El mismo año hubo otro intento de reorientación del Workers Party, realizado por gente más seria. Era un esfuerzo para teorizar y sistematizar la concepción organizativa tipo pequeño partido de masas, no ya como una reacción ad hoc a las circunstancias de la guerra (que es lo que fue), sino como un concepto general y eterno, aplicable ahora más que antes. La frase pequeño partido de masas se inventó y escribió entonces. Este intento fue rechazado por la organización. Más allá de esta discusión, y con una constante decadencia de la situación política de EE.UU. en una calma chica (clima de guerra fría, McCarthismo, etc.), la organización tuvo que hacer frente, sin autoengañarse, a su futuro como una secta entre otras sectas. En una tesis presentada en 1948 y discutida hasta que fue aprobada en 1949, la organización aceptó abrumadoramente unas básicas verdades: que no eramos un partido excepto en el nombre; que no existía en el país ningún partido socialista; que todos los grupos socialistas, incluyendo el nuestro, éramos en realidad sectas, en el mejor de los casos grupos de propaganda, y que sólo podíamos ser una buena secta, una secta sensata, en vez de ser una secta estúpida, fastasmagórica y autoengañada; que aunque la historia sólo permitía en ese momento ser un secta, podíamos decidir no mantener una política sectaria ante la clase obrera y sus movimientos; etc. En consecuencia, el Workers Party pasó a denominarse Independent Socialist League. Todo esto era muy sensato Pienso que la ISL era la mejor y más sensata secta entonces posible: pero esto sólo sirvió de ayuda durante unos pocos años, pues toda la izquierda se agotó durante los años 50. La ISL no se meció a si misma contándose monstruosidades y fantasías sectarias; simplemente se marchitó en la enredadera y cayó, mientras que otras sectas realizaban todo tipo de contorsiones políticas: el Partido Socialista se redujo a nada, el SWP se transformó en un apéndice estalinoide... ¿Qué es un centro político? Como toda esta trayectoria fue recorrida sin autoexamen y sin ninguna diferenciación analítica entre los diversos caminos, es preciso proceder retrospectivamente a dicha diferenciación. Lo dicho hasta aquí manifestaría que, en la práctica, el establecimiento de un centro político distinto de una secta -es decir, un centro de propaganda y educativo no dedicado a la captación de miembros, a diferencia de los grupos afiliativos encerrados dentro de unos muros orgánicos- ha tomado la forma concreta de una iniciativa editorial, con su correspondiente equipo editor, acompañada de un aparato organizativo más o menos desarrollado, decicado a llevar adelante las tareas políticas del centro. Esta ruta ha sido más habitual de lo que podría indicar lo contado hasta aquí. Los EE.UU. contemporáneos muestran ejemplos sobre los que es conveniente echar un vistazo. Es cierto que el panorama radical parece estar cubierto de sectas, pero además existen también algunas tendencias no organizadas en forma de sectas sino de centros políticos en torno a una publicación. Quizás la más efectiva políticamente haya sido la tendencia política representada por la Monthly Review (MR), un algo amorfo espectro de políticos estalinoides independientes del Partido Comunista. Aunque la revista ha sido también el organizador de una tendencia política, no ha evolucionado hacia una cristalización organizativa de tipo afiliativo, salvo en algunas intentonas realizadas por grupos locales de Amigos de MR, asociados a MR o cosas similares. Lo mismo puede decirse de The Guardian. Cabe dudar si estos elementos han tenido una perspectiva que se plantease contribuir algún día a la formación de un partido revolucionario; parece más bien que, prioritariamente, se han planteado impregnar a la izquierda con sus ideas específicas. Otro ejemplo relativamente exitoso es Liberation, pero pagando como precio aquello que originalmente constituía su propia política. Esta revista se constituyó como un centro político de la tendencia partidaria del pacifismo absoluto. Como tal, ha sido un fracaso total, ya que el pacifismo absoluto está más muerto que nunca. De hecho, Liberation se convirtió en otra cosa, en la que el pacifismo era solamente un tropezón en la sopa. Como su política es confusa, no tiene mucha importancia como centro político. Ha mantenido principalmente un periodismo radical difuso. Dissent se fundó más o menos conscientemente como un esfuerzo para mantener algo así como un centro político, sin formar una organización sectaria, por gente que se había hecho socialdemócrata en un país sin socialdemocracia. Más tarde, Dissent y L.I.D. acordaron unirse. L.I.D. es un ejemplo interesante de una organización originalmente de tipo afiliativo que, al desaparecer sus miembros, se transforma en una operación de tipo centro político, socialdemócrata en lo político, aunque no estaba agrupada en torno a una revista. New Leader ha sido otro ejemplo de una operación socialdemócrata (sector CIA) en torno a un centro político sin organización de tipo afiliativo. Todos estos casos, en sus especifidades, han estado fuertemente condicionados por sus fuentes de financiación. De hecho, casi toda la prensa política tiende, por su propia naturaleza, a convertirse en algún tipo de centro político, ya que es una fuente de ideas. He mencionado ejemplos dispares, indicando que puede haber muchas variantes. No hay un modelo orgánico que podamos copiar. De lo que se trata es de darnos la idea general de un desarrollo que no involucra la construcción de una secta afiliativa, y ponernos a trabajar para expresar nuestras aspiraciones y opiniones. Una de las peculiaridades de la vía que queremos seguir es que queremos formar un centro político que tenga como objetivo la formación de los prerequisitos de un partido socialista revolucionario. ¿Qué queremos hacer? Si abstraemos las peculiaridades nacionales, de tiempo y lugar, así cómo las condiciones específicas en las que se desenvolvió la actividad organizativa de Lenin, podemos decir que la laboriosa formación de la tendencia bolchevique logró tres cosas a lo largo del tiempo, tres cosas que, en mi opinión, pueden aplicarse casi en cualquier caso y que ciertamente se aplican a lo que nosotros estamos obligados a hacer. El proceso de formación de la tendencia bolchevique creó un cuerpo de doctrina, un cuerpo de literatura política que expresó un determinado tipo de socialismo revolucionario; formó cuadros obreros y militantes alrededor de ese núcleo político; estableció su tipo de socialismo como una presencia en las políticas de izquierda, con nombre y fisonomía propios. Esto resume también nuestras tareas. No tenemos ninguna necesidad de prever o predecir exactamente cómo se formará el partido revolucionario del futuro. Pero los resultados sólo pueden ser favorables si estas tres tareas se realizan. Si tenemos estas tareas en nuestras cabezas, ciertas actividades toman una diferente prioridad e importancia. Por ejemplo, para las sectas la tarea editorial es una actividad entre otras, a la que no dan una prioridad destacada. Tiende a ser desplazada hasta el último lugar de la agenda, con una sola excepción: la publicación de un órgano de masas, que tiende a tomar tal prevalencia que apenas puede hacerse ninguna otra cosa. Desde nuestro punto de vista, esa es una grave equivocación a la hora de establecer las prioridades. La creación (publicación y distribución) de un cuerpo básico de literatura es la tarea de un centro político de la que depende todo lo demás. Es el medio principal para el fin deseado. La tarea primera de esta literatura es hacer posible la formación de los cuadros, para proveer la nutrición política que permitirá el desarrollo de esos cuadros, lo que resultaría imposible a falta de ese fondo literario. Evidentemente, tales cuadros se desarrollarán localmente. Un centro político tiene una ventaja enorme sobre el Comité Nacional o el Comité Central de una secta que emite directivas, tesis, expedientes disciplinarios, etc. a su micro-imperio de mini-sucursales. Las relaciones de un centro político con clubes locales, grupos socialistas o sindicales, grupos de trabajadores y activistas individuales pueden ser infinitamente variadas y flexibles. Pero las relaciones de una secta son dicotomizadas en dos tipos: con los miembros de la organización, una relación regida por los estatutos; con los no afiliados, una relación obstaculizada por una barrera organizativa. Tras un primer período en el que tendremos que realizar un gran trabajo de preparación, apostamos por una implicación mucho mayor con cuadros locales, pero basada en una relación diferente, que ofrece nuevas posibilidades. No pretendo deletrear en este artículo nuestro programa para los próximos seis meses. Nuestras perspectivas ya van mucho más lejos de lo somos capaces realmente de manejar. Y esto es sólo el comienzo; si conseguimos ponernos en marcha en un año más o menos, estaremos moviéndonos adecuadamente a lo largo de este camino. Debemos tener una perspectiva a largo plazo. no estamos proponiendo un esquema del tipo hágase rico en 10 días, sino todo lo contrario: una línea de preparación para el futuro que sólo puede obtener frutos reales tras un largo recorrido. Deberíamos pensar desde el punto de vista de un Plan para no menos de diez años (digo diez años porque es un buen número redondo y se denomina década.) Desperdiciamos la pasada década en dos callejones sin salida. Si, para finales de los 70, tenemos algunas realizaciones sólidas en las tres tareas básicas antes enumeradas, entonces habremos dado los primeros pasos apreciables hacia el objetivo de un partido revolucionario. California, 1970

domingo, 2 de mayo de 2010

¿QUÉ ES EL MARXISMO? x Milcíades Peña

El marxismo es una concepción del mundo, es una crítica a la sociedad capitalista, y es un programa de lucha para transformar la sociedad. Y como eje de esos tres aspectos, y como objetivo único y decisivo del marxismo, está la lucha para desalienar al hombre, la aspiración a rescatar para el hombre su plenitud humana. En el marxismo, todo lo demás son sólo medios para este fin. El desarrollo material de las fuerzas productivas y la elevación del nivel de vida es importante, porque constituye la base material para la desalienación del hombre. La liquidación del capitalismo es fundamental porque constituye a su vez la condición básica para un mayor desarrollo de las fuerzas productivas. El ascenso de la clase obrera al poder es imprescindible porque constituye a su vez el requisito básico para la liquidación del capitalismo. Todo esto es fundamental y está muy bien, como están muy bien los satélites y las grandes centrales eléctricas y los tractores, etc. Pero, para el marxismo, todo eso son medios y nada más. Porque lo que el marxismo quiere – y esto es su esencia- es un nuevo tipo de relaciones entre los hombres, en las que los hombres no estén dominados por cosas ni fetiches; en las que el hombre sea el amo absoluto, dueño soberano de sus facultades y productos, y no esclavo de la mercancía y el dinero, de la propiedad y el capital, del estado y la división del trabajo.

LA V INTERNACIONAL HA NACIDO x Daniel Guerra


En los últimos días se ha producido un fenómeno histórico de esos que como mucho ocurren un par de veces a lo largo de un siglo, algo que si bien han recogido todas las agencias de información, así como los medios de comunicación alternativos donde se están creando debates cada vez más intensos, veo con asombro cómo la prensa oficial ni siquiera se ha hecho eco del asunto.

Señores, ¿cómo es posible que no se hayan enterado? Más de 150 delegadosde partidos de izquierdas de más de 45 países han suscrito el " Compromiso de Caracas", donde se acoge la propuesta de convocar la V Internacional Socialista, iniciativa a la que se van sumando organizaciones como el FMLN de El Salvador y continúa generando simpatías y esperanzas por doquier.

Así pues, ante el asombro y el escepticismo de los dirigentes de izquierdas del resto del mundo, en contra de las predicciones de los ideólogos del capitalismo que nos vendieron el fin de la Historia tras la caída del muro, la V Internacional ha nacido.

La izquierda oficial de la vieja Europa hace tiempo que vive un proceso de pérdida ideológica, y sobre todo, pérdida de acción. Allí donde antes existía la pasión por la lucha contra las desigualdades y la disposición al sacrificio personal, hace tiempo que fueron ganando terreno la frivolidad de lo políticamente correcto, el arribismo y el oportunismo.

La clase social a la que por naturaleza pertenecen las organizaciones tradicionales de izquierdas, ha sido substituida progresivamente en el seno de los partidos y sindicatos por clases medias progresistas, más preocupadas por el reciclaje de basuras y los derechos de los usuarios de la bicicleta que de la miseria y la explotación a la que nos condena el sistema, especialmente con la crisis actual, donde cada vez hay más familias enteras en el paro y aumentan los contratos basura. Estamos cansados de que nuestros dirigentes sólo nos ofrezcan consuelo espiritual y vacías palabras bienintencionadas. Nada más nos pueden ofrecer una vez han aceptado la lógica del capitalismo, algo que entendió muy bien Pablo Iglesias cuando decía que o se estaba o con unos o con otros.

Resulta patético ver a los dirigentes reformistas cuando al observar que muchos trabajadores no les votan o se quedan en casa durante unas elecciones, se indignan, se llevan las manos a la cabeza y dicen que no lo pueden entender, reconociendo así cierto grado de ignorancia y de limitación intelectual.

Pero la lucha de clases continúa, así como el debate sobre la necesidad de derrocar al capitalismo y sobre la vigencia del socialismo, por la sencilla razón de que en el mundo siguen existiendo la pobreza, la injusticia, la explotación, las desigualdades y un sistema económico tan perverso que para mantener los privilegios de unos pocos necesita de la explotación salvaje de la mayoría.

Sólo que esta vez, el epicentro del movimiento se sitúa en Latinoamérica. Mientras que en la Vieja Europa se ha abandonado, oficialmente, toda idea de internacionalismo y nos empeñamos en dividirnos entre nosotros en líneas nacionales, Latinoamérica nos ha tomado la delantera o­ndeando banderas internacionalistas. Al sueño de Bolívar de una América Latina unida, se ha sumado el de la unión de nuestra clase en todo del mundo y Bolívar y Marx se han dado la mano allende los mares, allí donde se demuestra una y otra vez la disposición a la lucha de los desheredados, donde todavía laten los corazones y se alzan los puños contra el imperialismo que los explota, humilla y asesina, demostrando apasionadamente que ellos sí continúan estando vivos.

Por eso Latinoamérica tenía que ser y es la cuna de la nueva Internacional del siglo XXI que ha de contagiar al resto del mundo de esa renovada ilusión por los principios más nobles que han existido jamás, ha de barrer toda la podredumbre política que nos rodea desde hace demasiado tiempo y conducirnos hacia la nueva humanidad.

Ahora, las palabras de Marx, Engels, Lenin, Trotsky o Rosa Luxemburgo, junto a las de Simón Bolívar o el Che Guevara vuelven a estar al pie de la calle. Principios, ideas y métodos que durante décadas estuvieron relegados a las catacumbas de una IV Internacional sin conseguir conectar con las masas, vuelven a ver la luz del sol. Sólo por eso ha valido la pena, pero aún hay más por venir.

La V ha nacido, no de la idea de un hombre, no de los renegados o escindidos de ningún partido o movimiento, sino del mismo movimiento y de la necesidad de la unidad.


¡Que tiemblen las clases gobernantes, puesto que no tenemos nada que perder y sí un mundo nuevo que ganar!

¡Bolívar! ¡Presente!

¡Marx! ¡Presente!

¡Engels! ¡Presente!

¡Lenin! ¡Trotsky! ¡Rosa! ¡Presentes!

¡Che Guevara! ¡Presente!

¡Viva la V Internacional!

POR UNA TRADICIÓN CLASISTA x Enrique Ferrari

Cada año, cuando se acerca el aniversario de la muerte de José Ignacio Rucci, la ciudad se ve empapelada de carteles –foto y letras blancas sobre fondo negro- que dicen Argentino y peronista. En los últimos años vimos sumarse, en otra fecha, los que recuerdan a Lorenzo Miguel. Y así estos dos burócratas sindicales de la UOM, que en vida estaban enfrentados en la interna gremial, ocupan ahora el mismo panteón. Y es que la burocracia conoce perfectamente su tradición. Los trabajadores tenemos que aprender esa lección y recordar nuestra historia. Porque nada nace de la nada. Entonces, para que hoy puedan surgir y desarrollarse desde procesos más avanzados como el Cuerpo de Delegados del Subte hasta la lucha de los trabajadores de Fargo de Moreno o las empresas recuperadas y bajo control y gestión obrera, antes tuvo que existir el clasisimo combativo de los 60-70 personificado en las figuras de compañeros como el Gringo Tosco, el Petiso Páez, Atilio López o Goyo Flores. Pero ese clasismo tampoco surgió de la nada: se nutrió de la experiencia acumulada por la resistencia peronista. Y ésta, a su vez, mal que les pese a los sectores que creen que la historia del movimiento obrero organizado en la Argentina empezó en 1945, es deudora de la tradición de luchas obreras e independencia de clase que viene de las primeras décadas del siglo XX y que forjaron, entre otros, Pedro Milesi, Guido Fioravanti y Mateo Fossa. Por eso hoy queremos rescatar las voces de tres generaciones de lucha de la clase trabajadora argentina.

EL VIEJO MATEO -organización, unidad y lucha-

Mateo Fossa nació en Buenos Aires en 1896. Desde muy joven empezó a trabajar en la madera (primero como aprendiz de modelación para ornatos y luego como obrero tallista) y ya para 1916 era secretario general de la Federación de los Trabajadores de la Madera, en el que confluían anarquistas, sindicalistas y socialistas. Un par de años antes Mateo había empezado a militar en el Partido Socialista con el que romperá en 1917 para unirse al recién nacido Partido Socialista Internacional (luego Partido Comunista). Al comenzar el viraje burocrático estalinista en el PC, Fossa encabezó el sector crítico que editó La Chispa y luego se unió a la Oposición de Izquierda Argentina, primer grupo trotskista de Latinoamérica. Pese a ser un trotskista militante (ya en 1938 se entrevistó tres veces en México con Trotski), convencido de que el partido revolucionario es una herramienta fundamental e irreemplazable, nunca puso las necesidades partidarias por encima de las de la clase trabajadora. De la misma manera, aún cuando encabezaba el sindicato de la madera, nunca fue un dirigente tan sólo de su gremio sino de la clase en su conjunto. Para ejemplificar ese carácter clasista y no sectario de su accionar militante no hay más que revisar su participación en la huelga de la construcción de octubre de 1935 que se extendió en la huelga general con acción de masas los días 7 y 8 de enero de 1936 y concluyó con una victoria que solidificó la unidad sindical. En este conflicto fue hijo de otra gran huelga, la que en 1934, en un contexto de desocupación y en pleno período de reacción, había conseguido la jornada de 40 horas semanales para los trabajadores de la construcción y en fue allí donde Mateo Fossa empezó a foguearse como dirigente en la lucha. Pero volvamos a la huelga del 35-36. Allí se dio la tarea conjunta, en un frente unitario y democrático, de todas las tendencias políticas clasistas gracias la vinculación entre los diversos gremios a través del Comité de Defensa y Solidaridad con Los Obreros de la Construcción, donde Mateo Fossa cumplió un rol fundamental y dirigente. Dirá por esos días: El conflicto de los obreros de la Construcción no es un hecho asilado y esporádico. Nos afecta a todos por igual y es vitalmente necesario para el movimiento sindical, prestar la más amplia y generosa ayuda al mismo, porque el Paro General no puede ser una simple declaración hecha por arriba, debe ser cosa sentida y preparada en las entrañas mismas de la clase trabajadora. Deberá ser la forma de escarmiento que reciba la clase Patronal y todos los que la apadrinan. Y esa es su enseñanza: coordinación clasista y acción unitaria de todas las tendencias para dar la pelea por la independencia de los trabajadores. O dicho de otra manera: organización, unidad y lucha. El viejo Mateo murió de un ataque al corazón en marzo de 1973. Era miembro activo de la Mesa Coordinadora Nacional de Jubilados y Pensionados y del Partido Socialista de los Trabajadores, para cuyo periódico, Avanzada Socialista, solía escribir.

TOSCO x TOSCO -profundizar la conciencia y ampliar la unidad de acción-

La unidad sindical Uno de los objetivos fundamentales del movimiento obrero, en lo que hace a su organización interna, ha sido lograr la constitución de una sola Central Sindical, de forma de agrupar en ella la mayor cantidad posible de trabajadores, con el propósito de ejercer más eficazmente la defensa de sus derechos, promover nuevas reivindicaciones específicas y luchar por la transformación de la sociedad en la que los forjadores directos de todos los bienes que dispone, se encuentran injustamente relegados, cuando no ignominiosamente explotados. Quien haya leído un poco sobre la historia del movimiento obrero, sabe que el reconocimiento de su función institucional en la sociedad no ha sido un hecho espontáneo, ni ha sido el producto de la comprensión de los sec¬tores dominantes, de origen patronal, sino que ha sido la consecuencia de largas luchas, heroicas muchas veces, en las que la derrota transitoria en varias circunstancias, no frenó su auge y su peso, cada vez mayor, en el ámbito social, económico y político, de cada país y en el mundo. El progresivo avance de la democratización institucional, el fortalecimiento de los sindicatos, la ampliación de los conceptos humanistas, de todo lo cual fueron principales sostenedores los trabajadores, permitió en mu¬chos países, generalmente los más avanzados, que la Clase Trabajadora participe, desde su punto de vista político, en la dinámica de la organización social, ya sea en forma directa de partido político o, indirectamente, apoyando los programas políticos más progresistas, transformadores o revolucionarios. Las tareas de la clase obrera El rol de la clase obrera no es participar como socio menor y subalterno en las esferas del poder de la oli¬garquía y de la reacción, sino impulsar las transformaciones revolucionarias que cambien, en profundidad, este sistema de opresión, de explotación y miseria. El papel de la clase trabajadora es ser vanguardia, organizada y combativa, de los demás sectores populares para lograr la liberación nacional y social de los argentinos. Ese papel lo estamos jugando, fundamentalmente, desde las organizaciones de base y debemos insistir sobre ello. Porque es desde allí donde se genera, únicamente, el sindicalismo auténtico. Sólo haciéndonos eco de los reclamos que parten del propio Pueblo es como podremos encontrar soluciones populares. Toda concepción de élites, en uno u otro sentido, a favor del sistema o supuestamente contra él, termina sirviendo a su consolidación. El sistema no da, ni puede dar, soluciones de fondo. Los paliativos aplicados o programados, no alcanzan ya a ser ni siquiera paliativos, son simples ensayos que van de fracaso en fracaso. La continuidad de la lucha es el único camino. Profundizar la conciencia y ampliar la unidad de acción; superar las pequeñas diferencias y centralizar los grandes objetivos, será contribuir a fortalecer la capacidad y el poder de las bases obreras y populares. El socialismo Yo tengo raíz marxista. Pero entiendo que el socialismo en la Argentina tiene una raíz heterogénea. La heterogeneidad de nuestro socialismo está en que tiene raíz peronista, marxista, cristiana, por el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, que viene de distintos movimientos que levantan como bandera el socialismo, esa nueva sociedad sin explotados ni explotadores, nueva sociedad socialista argentina, hecha según nuestra propia trayectoria y compuesta con heterogeneidad. Y por eso levantamos la unidad para construir. Porque nuestra visión del socialismo nace incluso del programa de Huerta Grande, el manifiesto del lº de Mayo de la CGT de los Argentinos y del documento de octubre del Movimiento Nacional Intersindical. Nosotros queremos rescatar los medios de producción y de cambio que están en las manos de los consorcios capitalistas, fundamentalmente de los monopolios, socializarlos y ponerlos al servicio del pueblo. Nuestro punto de vista es que deben desaparecer las clases y que debe existir una clase, la de quienes trabajan. Y no como ahora que existe la de los explotados que trabajan y la de los explotadores que sólo viven del esfuerzo de los demás. La burocracia sindical La burocracia sindical es el ejercicio de los cargos sindicales con el criterio que se señaló aquí. Es decir, reducir todo al sindicalismo, de administrar, desde posiciones de poder, los beneficios sociales, de discutir especialmente los convenios colectivos de trabajo, de quedarse gobernando al movimiento obrero desde posiciones administrativas. Es decir, desde el mismo término burocrático surge: el poder, gobierno de empleados. Significado gramatical que trasladado al campo sindical, significa esto: no asumir esa proyección general de la lucha del movimiento obrero como factor de liberación nacional y social. Por eso nosotros distin¬guimos entre aquellos que se quedan para repartir lo que hay en los sindicatos y los que luchan desde dentro del sindicato por las reivindicaciones inmediatas y a su vez levantan la lucha permanente por esas reivindicaciones nacionales, por esas otras reivindicaciones sociales, por esas otras reivindicaciones latinoamericanas que hacen al cambio fundamental de la sociedad, A la militancia concreta fuera de la oficina, en la calle, en la lucha con los compañeros. Eso es ser representante sindical y no simplemente burócrata.

UN FANTASMA RECORRE EL SUBTE (1) -la valorización de las propias fuerzas-

Estuvimos del año 94 al 97 con los despidos como tema central. Y estábamos en un momento político donde lo privado era aplaudido. La gran mayoría de los que entraban a trabajar eran jóvenes de dieciocho, veinte años, que estaban creídos del discurso imperante, que iban a llegar a ser gerentes de la empresa. Limpiaban letrinas y creían que iban a llegar a grentes. Eso eran las posibilidades de las privadas, era la lo¬cura de los 90. Primero nos insertamos socialmente y buscamos tratar de organizamos, lo que hace cualquiera en medio de una derrota: el partido de fútbol, juntarnos a comer el día de cobro, mucho casamiento, mucho bautismo y dábamos vuelta alrededor de eso. Y empezamos a hablar de lo que no se hablaba. A partir de allí empezamos a formar grupos de compañeros donde se hablaba del tema de los despidos; uno no sabía cuánto tiempo se iba a quedar trabajando. Se conformaron las primeras agrupaciones; en realidad, hubo dos agrupaciones importantes, una en los talleres y otra en las boleterías. Decíamos lo mismo pero ni nos conocíamos. Eso se empezó a plasmar en hacer un boletín, en escribir. En repartir volantes con compañeros de afuera, trabajo ultra clandestino, nadie podía asomar, el que sacaba la cabeza lo echaban. Así hasta el año 97 (Beto Pianelli) Lo del paro del 28 de mayo del 97 creo que no me lo voy a ol¬vidar jamás. Mira que pasa el tiempo y cada vez estoy más convencido: los dos paros contra los despidos fueron la madre de todas las batallas. Si ahí hubiéramos perdido, creo que no hubiera pasado todo lo que vino después. Estoy seguro que sin ganar la pelea contra los despidos no hubiéramos podido dar todas las peleas que dimos después, especialmente la pelea glo¬riosa con la que recuperamos las 6 horas. Yo recuerdo que en el año 97, además de trabajar jornada reducida en el subte, tenía otro laburo en el que entraba al mediodía y en el que, básicamente, me dedicaba a hacer trámites en la calle. Ese 28 de mayo llegué a la oficina a las doce, que era mi ho¬rario de entrada. Agarré los papeles que me dio mi jefe para hacer los trámites, y me fui corriendo por la calle Pueyrredón hasta la estación Miserere, con un nudo en la garganta, en el estómago y en el culo. La pregunta que me torturaba era: ¿habrá podido Virginia parar la línea?. Bajé corriendo las escaleras y casi me caigo cuando bajaba al andén. Me asomé a la estación, vi un tren parado, escuché el audio di¬ciendo que la línea estaba interrumpida y me puse a llorar como un chico. Ese paro era el resultado directo de nuestra actividad como militantes buscando organizar de la forma más clandestina posible al activismo de la boletería. Era la puesta en práctica del programa, de los objetivos comunes, con el que organizamos El Túnel. Era el resultado del esfuerzo colectivo de los militantes que habíamos sido capaces de montar y poner en marcha una red de activistas, por ahora sólo en las boleterías. Y era también la respuesta concreta que pudimos dar para conquistar la esta¬bilidad laboral que nunca había garantizado la burocracia sin¬dical del gremio. A partir de ese paro, en la empresa se terminaron los despidos arbitrarios que eran moneda corriente desde la privatización. Hoy, con orgullo podemos decir: nosotros lo hicimos. Cambiamos la historia y acercamos el escenario para las peleas futuras, las que ya fueron dadas como las que se vienen. (Chato Baigorría) Los cambios de épocas suelen expresarse en los cambios de preguntas. Durante muchos años hubo una pregunta obligada en la base, que lo resumía todo: ¿y la UTA qué dice? Era un clásico en todas las discusiones. Y encerraba toda una definición sobre quién dirigía. Lentamente eso fue cambiando, y después del conflicto de los guardas, cada vez se escuchaba mas el ¿qué dicen las otras líneas?, que reflejaba la pérdida de confianza en aquellos dirigentes y la valorización de las propias fuerzas. El proyecto de ley por las seis horas y la recuperación de la insalubridad terminaron instalando una nueva... Ahora sólo se escuchaba: ¿Qué dice el Cuerpo de Delegados? (Virginia Bouvet) (1) Fragmentos del libro homónimo de V. Bouvet