martes, 7 de julio de 2009

GUEVARA: EL ÚLTIMO LECTOR x Ricardo Piglia


Podríamos hablar de una lectura en situación de peligro. Son siempre situaciones de lectura extrema, fuera de lugar, en circunstancias de extravío, de muerte, o donde acosa la amenaza de una destrucción. La lectura se opone a un mundo hostil, como los restos o los recuerdos de otra vida.

Estas escenas de lectura serían el vestigio de una práctica social. Se trata de la huella, un poco borrosa, de un uso del sentido que remite a las relaciones entre los libros y la vida, entre las armas y las letras, entre la lectura y la realidad.

Guevara es el último lector porque ya estamos frente al hombre práctico en estado puro, frente al hombre de acción. “Mi impaciencia era la de un hombre de acción”, dice de sí mismo en el Congo. El hombre de acción por excelencia, ése es Guevara (y a veces habla así). A la vez Guevara está en la vieja tradición, la relación que mantiene con la lectura lo acompaña toda su vida.

Hay una foto extraordinaria en la que Guevara está en Bolivia, subido a un árbol, leyendo, en medio de la desolación y la experiencia terrible de la guerrilla perseguida. Se sube a un árbol para aislarse un poco y está ahí, leyendo.

En principio, la lectura como refugio es algo que Guevara vive contradictoriamente. En el diario de la guerrilla en el Congo, al analizar la derrota, escribe: “El hecho de que me escape para leer, huyendo así de los problemas cotidianos, tendía a alejarme del contacto con los hombres, sin contar que hay ciertos aspectos de mi carácter que no hacen fácil el intimar”.

La lectura se asimila con la persistencia y la fragilidad. Guevara insiste en pensarla como una adicción. “Mis dos debilidades fundamentales: el tabaco y la lectura.”

La distancia, el aislamiento, el corte aparecen metaforizados en el que se abstrae para leer. Y eso se ve como contradictorio con la experiencia política, una suerte de lastre que viene del pasado, ligado al carácter, al modo de ser. En distintas oportunidades Guevara se refiere a la capacidad que tenía Fidel Castro para acercarse a la gente y establecer inmediatamente relaciones fluidas, frente a su propia tendencia a aislarse, separarse, construyéndose un espacio aparte. Hay una tensión entre la vida social y algo propio y privado, una tensión entre la vida política y la vida personal. Y la lectura es la metáfora de esa diferencia.

Esto ya es percibido en la época de la Sierra Maestra. En alguno de los testimonios sobre la experiencia de la guerra de liberación en Cuba, se dice del Che: “Lector infatigable, abría un libro cuando hacíamos un alto mientras que todos nosotros, muertos de cansancio, cerrábamos los ojos y tratábamos de dormir”.

Más allá de la tendencia a mitificarlo, hay allí una particularidad. La lectura persiste como un resto del pasado, en medio de la experiencia de acción pura, de desposesión y violencia, en la guerrilla, en el monte.

Guevara lee en el interior de la experiencia, hace una pausa. Parece un resto diurno de su vida anterior. Incluso es interrumpido por la acción, como quien se despierta: la primera vez que entran en combate en Bolivia, Guevara está tendido en su hamaca y lee. Se trata del primer combate, una emboscada que ha organizado para comenzar las operaciones de un modo espectacular, porque ya el ejército anda rastreando el lugar y, mientras espera, tendido en la hamaca, lee.

Esta oposición se hace todavía más visible si pensamos en la figura sedentaria del lector en contraste con la del guerrillero que marcha. La movilidad constante frente a la lectura como punto fijo en Guevara.

Característica fundamental de una guerrilla es la movilidad, lo que le permite estar, en pocos minutos, lejos del teatro específico de la acción y en pocas horas lejos de la región de la misma, si fuera necesario; que le permite cambiar constantemente de frente y evitar cualquier tipo de cerco”, escribe Guevara en 1961 en La guerra de guerrillas. La pulsión territorial, la idea de un punto fijo, acecha siempre. Pero, a la inversa de la experiencia política clásica, el acumular y tener algo propio supone el riesgo inmediato. Régis Debray cuenta la caída del primer punto de anclaje en Bolivia, la microzona propia: “Tiempo antes se había hecho una pequeña biblioteca, escondida en una gruta, al lado de las reservas de víveres y del puesto emisor”.

La marcha supone además la liviandad, la ligereza, la rapidez. Hay que desprenderse de todo, estar liviano y marchar. Pero Guevara mantiene cierta pesadez. En Bolivia, ya sin fuerzas, llevaba libros encima. Cuando es detenido en Ñancahuazú, cuando es capturado después de la odisea que conocemos, una odisea que supone la necesidad de moverse incesantemente y de huir del cerco, lo único que conserva (porque ha perdido todo, no tiene ni zapatos) es un portafolio de cuero, que tiene atado al cinturón, en su costado derecho, donde guarda su diario de campaña y sus libros. Todos se desprenden de aquello que dificulta la marcha y la fuga, pero Guevara sigue todavía conservando los libros, que pesan y son lo contrario de la ligereza que exige la marcha.

El ejemplo antagónico y simétrico es desde luego Gramsci, un lector increíble, el político separado de la vida social por la cárcel, que se convierte en el mayor lector de su época. Un lector único. En prisión Gramsci lee todo el tiempo, lee lo que puede, lo que logra filtrarse en las cárceles de Mussolini. Está siempre pidiendo libros y de esa lectura continua (“leo por lo menos un libro por día”, dice), de ese hombre solo, inmóvil, aislado, en la celda, nos quedan los Cuadernos de la cárcel, que son comentarios extraordinarios de esas lecturas. Lee folletines, revistas fascistas, publicaciones católicas, lee los libros que encuentra en la biblioteca de la cárcel y los que deja pasar la censura, y de todos ellos extrae consecuencias notables. Desde ese lugar sedentario, inmóvil, encerrado, Gramsci construye la noción de hegemonía, de consenso, de bloque histórico, de cultura nacional-popular.

Y obviamente la teoría de la toma del poder en Guevara (si es que eso existe) está enfrentada con la de Gramsci. Puro movimiento en la acción pero fijeza en las concepciones políticas, nada de matices. Sólo es fluida la marcha de la guerrilla. No hay nada que transmitir en Guevara, salvo su ejemplo, que es intransferible. De esta imposibilidad surge tal vez la tensión trágica que sostiene al mito.

La teoría del foco y la teoría de la hegemonía: no debe de haber nada más antagónico. Como no debe de haber nada más antagónico que la imagen de Guevara leyendo en las pausas de la marcha continua de la guerrilla y la de Gramsci leyendo encerrado en su celda, en la cárcel fascista. En verdad, para Guevara, antes que la construcción de un sujeto revolucionario, de un sujeto colectivo en el sentido que esto tiene para Gramsci, se trata de construir una nueva subjetividad, un sujeto nuevo en sentido literal, y de ponerse él mismo como ejemplo de esa construcción.

En la historia de Guevara hay distintos ritmos, metamorfosis, cambios bruscos, transformaciones, pero hay también persistencia, continuidad. Una serie de larga duración recorre su vida a pesar de las mutaciones: la serie de la lectura. La continuidad está ahí, todo lo demás es desprendimiento y metamorfosis. Pero ese nudo, el de un hombre que lee, persiste desde el principio hasta el final.

Esa serie de larga duración se remonta a la infancia y está ligada al otro dato de identidad del Che Guevara: el asma. La madre es quien le enseña a leer porque no puede ir a la escuela y ese aprendizaje privado se relaciona con la enfermedad. A partir de entonces se convierte en un lector voraz. “Estaba loco por la lectura”, dice su hermano Roberto. “Se encerraba en el baño para leer.”

La lectura como práctica iniciática fundamental, al decir de Michel De Certeau, funciona como modelo de toda iniciación. En este caso, el asma y la lectura están vinculados al origen. Hacen pensar en Proust, que justamente ha narrado muy bien lo que es esta relación, un cruce, una diferencia que define ciertas lecturas en la infancia, cierto modo de leer. Basta recordar la primera página del texto de Proust Sobre la lectura: “Quizá no hay días de nuestra infancia tan plenamente vividos como aquellos que creímos haber dejado sin vivir, aquellos que pasamos con nuestro libro predilecto”. La vida leída y la vida vivida. La vida plena de la lectura.

La lectura, entonces, lo acompaña desde la niñez igual que el asma. Signos de identidad, signos de diferencia. Signos en un sentido fuerte, porque ya se ha hecho notar que los senos frontales abultados que vienen del esfuerzo por respirar definen el rostro de Guevara como una marca que no puede disfrazarse. En sus fotos de revolucionario clandestino es fácil reconocerlo si uno le mira la frente.

Y, a la vez, señalan cierta dependencia física, que se materializa en un objeto que hay que llevar siempre. “El inhalador es más importante para mí que el fusil”, le escribe a su madre desde Cuba en la primera carta que le envía desde Sierra Maestra. El inhalador para respirar y los libros para leer. Dos ritmos cotidianos, la respiración cortada del asmático, la marcha cortada por la lectura, la escansión pausada del que lee. Eso es lo persistente: una identidad de la que no puede (y no quiere) desprenderse. La marcha y la respiración.

La lectura vinculada a cierta soledad en medio de la red social es una diferencia que persiste. “Durante estas horas últimas en el Congo me sentí solo como nunca lo había estado, ni en Cuba, ni en ninguna otra parte de mi peregrinar por el mundo. Podría decir: nunca como hoy había sentido hasta qué punto, qué solitario era mi camino.” La lectura es la metáfora de ese camino solitario. Es el contenido de la soledad y su efecto.

Desde luego, como Guevara lee, también escribe. O, mejor, porque lee, escribe. Sus primeros escritos son notas de lectura de 1945. Ese año empieza un cuaderno manuscrito de 165 hojas donde ordena sus lecturas por orden alfabético. Se han encontrado siete cuadernos escritos a lo largo de diez años. Hay otra serie larga, entonces, que acompaña toda la vida de Guevara y es la escritura. Escribe sobre sí mismo y sobre lo que lee, es decir, escribe un diario. Un tipo de escritura muy definida, la escritura privada, el registro personal de la experiencia. Empieza con un diario de lecturas y sigue con el diario que fija la experiencia misma, que permite leer luego su propia vida como la de otro y reescribirla. Si se detiene para leer, también se detiene para escribir, al final de la jornada, a la noche, cansado.

Entre 1945 y 1967 escribe un diario: el diario de los viajes que hace de joven cuando recorre América, el diario de la campaña de Sierra Maestra, el diario de la campaña del Congo y, por supuesto, el diario en Bolivia. Desde muy joven, encuentra un sistema de escritura que consiste en tomar notas para fijar la experiencia de inmediato y después escribir un relato a partir de las notas tomadas. La inmediatez de la experiencia y el momento de la elaboración. Guevara tiene clara la diferencia: “El personaje que escribió estas notas murió al pisar de nuevo tierra argentina, el que las ordena y las pule (yo), no soy yo”, escribe en el inicio de Mi primer gran viaje.

En ese sentido, el Diario en Bolivia es excepcional porque no hubo reescritura, como tampoco la hubo en las notas que tomó de su primer viaje por la Argentina, en 1950, y que su padre publicó en su libro Mi hijo el Che: “En mi casa de la calle Arenales hace poco tiempo descubrí por casualidad dentro de un cajón que contenía libros viejos, unas libretas escritas por Ernesto. El interés de estos escritos reside en que puede decirse que con ellos comenzó Ernesto a dejar asentados sus pensamientos y sus observaciones en un diario, costumbre que conservó siempre”.

Había en el joven Guevara el proyecto, la aspiración, de ser un escritor. En la carta que le escribe a Ernesto Sabato después del triunfo de la revolución, donde le recuerda que en 1948 leyó deslumbrado Uno y el Universo, le dice: “En aquel tiempo yo pensaba que ser un escritor era el máximo título al que se podía aspirar”.

Podríamos pensar que esa voluntad de ser escritor, para decirlo con Pasolini, esa actitud previa a la obra, ese modo de mirar el mundo para registrarlo por escrito, persiste, entreverada, con su experiencia de médico y con su progresiva –y distante– politización, hasta el encuentro con Fidel Castro en mayo de 1955.

En una fecha tan tardía como febrero de 1955, hace en su diario un balance de su crítica situación económica y concluye diciendo que en general está estancado “y en producción literaria más, pues casi nunca escribo”.

De hecho, en un sentido, el político triunfa donde fracasa el escritor y Guevara tiene clara esa tensión. “Surgió una gota del poeta frustrado que hay en mí”, le escribe a León Felipe luego del triunfo de la revolución. Por un lado, se define varias veces como un poeta fracasado pero, por otro, se piensa como alguien que construye su vida como un artista: “Una voluntad que he pulido con la delectación de artista sostendrá unas piernas fláccidas y unos pulmones cansados”, escribe en la carta de despedida a sus padres. Hay un antecedente de esta actitud en la notable carta a su madre del 15 de julio de 1956, en la que le señala su decisión de unirse a la guerrilla. Ha estado preso con Castro y está decidido a irse en el Granma. “Un profundo error tuyo es creer que de la moderación o el ‘moderado egoísmo’ es de donde salen los inventos mayores u obras maestras de arte. Para toda obra grande se necesita pasión y para la revolución se necesita pasión y audacia.” Y concluye: “Además es cierto que después de desfacer entuertos en Cuba me iré a otro lado cualquiera”. La cita implícita del Quijote es anuncio de lo que viene; en todo caso, del sentido de lo que viene.

Philipp De Rieff ha trabajado la figura del político que surge entre las ruinas del escritor. El escritor fracasado que renace como político intransigente, casi como no-político, o al menos como el político que está solo y hace política primero sobre sí mismo y sobre su vida y se constituye como ejemplo. Y aquí la relación, antes que con Gramsci, es por supuesto con Trotski, el héroe trágico, “el profeta desarmado”, como lo llamó Isaac Deutscher. Hay también en Trotski una nostalgia por la literatura: “Desde mi juventud, más exactamente desde mi niñez, había soñado con ser escritor”, dice Trotski al final de Mi vida, su excelente autobiografía. Y Hans Mayer, por su parte, en su libro sobre la tradición del outsider, también ha visto a Trotski como el escritor fracasado y, por lo tanto, el político irreal, opuesto a Stalin, el político práctico.

EL ABC DE LA DIALECTICA MATERIALISTA x León Trotski

Escépticos gangrenosos como Souvarine dicen que "ni se sabe" lo que es la dialéctica. Y hay "marxistas" que se inclinan respetuosamente ante Souvarine y pretenden aprender de él. Y esos "marxistas" no sólo hacen su nido en el "Modern Monthly". Hay una corriente souvarinista en la actual oposición del Partido Socialista Obrero (SWP). Es necesario prevenir a los jóvenes camaradas: ¡cuidado con esa infección maligna!
La dialéctica no es ficción ni misticismo, sino una ciencia del pensamiento, en tanto que intenta llegar a la comprensión de los problemas más complicados y profundos, superando las limitaciones de los asuntos de la vida diaria. La dialéctica y la lógica formal guardan la misma relación que las altas matemáticas y las matemáticas elementales.
Intento extractar lo sustancial del problema de forma muy esquemática. El aristotelismo lógico del silogismo simple empieza con la proposición de que A es igual a A l. Este postulado se acepta como axioma para multitud de prácticas humanas y generalizaciones elementales. Pero, en realidad, A no es igual a Al. Basta con ponerse gafas para darse cuenta. Pero, puede objetar alguien, la cuestión no es el tamaño o la forma de las letras, puesto que sólo son símbolos de cualidades iguales, por ejemplo, uña libra de azúcar. La objecci6n da en el clavo: precisamente, porque una libra de azúcar nunca es igual a otra libra de azúcar: hay una escala sutil de variaciones entre ambas. Se nos puede objetar de nuevo: pero una libra de azúcar es igual a sí misma. Tampoco es cierto: todos los cuerpos cambian constantemente de peso, tamaño, color, etc., no permanecen nunca inmutables. Un sofista respondería que una libra de azúcar es igual a sí misma "en un momento dado". Dejando de lado la dudosa validez práctica de semejante "axioma", este argumento no es en realidad una crítica teórica. ¿Cómo concebimos el término "momento"? Si es un intervalo infinitesimal de tiempo, en ese pequeño espacio la libra de azúcar sufrirá algún cambio. ¿O es el "momento" una abstracción matemática, un tiempo 0? Pero todo existe en el tiempo; la misma existencia es un proceso de transformación ininterrumpido; el tiempo es, en consecuencia, el elemento fundamental de la existencia. Luego el axioma "A es igual a A" significa que una cosa es igual a sí misma si no cambia, es decir, si no existe.
A primera vista, podría parecer que estas sutilezas son inútiles. En realidad, son de importancia definitiva. El axioma "A es igual a A", parece ser, por un lado, la base de todo nuestro conocimiento, y por otro, la fuente de todos nuestros errores. Usar el axioma "A es igual a A" impunemente es posible sólo dentro de ciertos límites. Podemos admitir ciertos cambios cuantitativos y presumir que "A es igual a Al ". Este es el caso del comprador y el vendedor de una libra de azúcar. Hasta hace poco considerábamos de la misma manera el poder adquisitivo del dólar. Pero, una vez traspasados ciertos límites, los cambios cuantitativos pueden llegar a ser cualitativos. Una libra de azúcar sometida a la acción del agua o del keroseno deja de ser una libra de azúcar. Determinar en qué momento el cambio cuantitativo se convierte en cualitativo es una de las tareas más importantes y difíciles del conocimiento, incluida la sociología.
Todo trabajador sabe que es imposible hacer dos objetos totalmente iguales. En la elaboración de cojinetes cónicos, los conos sufren una cierta desviación que no debe, sin embargo, traspasar ciertos límites (a esto se le llama tolerancia). Pero, si cumplen las normas de la tolerancia, los conos son considerados iguales. Cuando se sobrepasa la tolerancia, la cantidad se convierte en cualidad: en otras palabras, los cojinetes serán inferiores o totalmente inservibles.
Nuestro pensamiento científico es sólo una parte de nuestra práctica, que incluye también técnicas. También existe "tolerancia" para los conceptos, tolerancia establecida no por la lógica formal basada en el axioma "A es igual a Al", sino por la lógica dialéctica basada en el axioma de que todo está cambiando siempre. El "sentido común" se caracteriza por exceder sistemáticamente la tolerancia dialéctica.
El pensamiento vulgar utiliza conceptos como capitalismo, moral, libertad, estado obrero, etc., como abstracciones fijas, presuponiendo que capitalismo es igual a capitalismo, moral a moral, etc. El pensamiento dialéctico analiza todas las cosas y todos los fenómenos en su cambio continuo, determinado en qué condiciones materiales se produce el cambio crítico, tras el cual A deja de ser Al, un estado obrero deja de ser un estado obrero. El fallo fundamental del pensamiento vulgar radica en que desea conformarse con imágenes no teóricas de una realidad que consiste en movimiento perpetuo. El pensamiento dialéctico da a los conceptos, por medio de aproximaciones lo más cercanas posible, correcciones, concretizaciones, riqueza de contenido y flexibilidad: me atrevería a decir que les da una suculencia que les aproxima mucho a los fenómenos vivos. No hablamos de capitalismo en general, sino de un determinado capitalismo en un determinado nivel de desarrollo. No hablamos de estado obrero, sino de un estado obrero dado, en un país atrasado y con un entorno imperialista, etc.
El pensamiento dialéctico es al vulgar lo que una película a una fotografía. La película no proscribe la fotografía, sino que las combina en series según las leyes del movimiento. La dialéctica no niega la validez del silogismo, pero nos enseña a combinar los silogismos de modo que nos lleven lo más cerca posible de la comprensión de una realidad eternamente cambiante.
Hegel estableció en su Lógica una serie de leyes: cambio de la cantidad en cualidad, desarrollo a través de las contradicciones, conflicto entre forma y contenido, interrupción de la continuidad, cambio de posibilidad en inevitabilidad, etc., que son tan importantes para el pensamiento teórico como el silogismo simple para tareas más elementales.
Hegel escribió antes que Darwin y antes que Marx. Gracias al gran impulso que la Revolución Francesa dio al pensamiento general de la ciencia. Pero como sólo era una anticipación, la obra de un genio, recibió de Hegel un carácter idealista. Hegel consideró sombras ideológicas como si fueran la realidad última, acabada. Marx demostró que el movimiento de esas sombras no era sino el reflejo del movimiento de cuerpos materiales.
Llamamos "materialista" a nuestra dialéctica porque está basada no en el cielo ni en nuestro "libre albedrío", sino en la realidad objetiva, en la naturaleza. La conciencia surge de la inconsciencia, la psicología de la fisiología, el mundo orgánico del inorgánico, el sistema solar de las nebulosas. En todos los eslabones de esta cadena, los cambios cuantitativos se convirtieron en saltos cualitativos. Nuestro pensamiento, incluido el pensamiento dialéctico, no es sino una forma de expresión de este mundo cambiante. En este sistema no hay lugar para Dios, ni el destino, ni el alma inmortal, ni para normas, leyes ni morales eternas. El pensamiento dialéctico que ha surgido de la naturaleza dialéctica del mundo, posee consecuentemente un carácter totalmente materialista.
El darwinismo, que explica la evolución de las especies mediante "saltos cualitativos", fue el mayor triunfo de la dialéctica en el campo de las ciencias naturales. Otro gran triunfo fue el descubrimiento de la tabla de pesos atómicos de los elementos químicos y de los procesos de transformaci6n de un elemento en otro.
Ligado muy de cerca con este problema de la transformaci6n está el problema de la clasificación, tan importante en las ciencias naturales como en las sociales. El sistema de Linneo (siglo XIX), basado en la inmutabilidad de las especies, se limitaba a la descripción y clasificación de las plantas de acuerdo con sus características externas. El período infantil de la botánica es análogo al período infantil de la lógica, porque las formas de nuestro pensamiento evolucionan como todas las cosas vivas. Sólo el rechazo definitivo de la idea de las especies fijas, sólo el estudio de la historia de la evolución de las plantas y de su anatomía nos proporciona las bases para una clasificación realmente científica.
Marx, que, al contrario de Darwin, era conscientemente dialéctico, descubrió las bases para la clasificación científica de las sociedades humanas en el desarrollo de sus fuerzas productivas, y de la estructura de sus relaciones de propiedad, que constituyen la anatomía de la sociedad. El marxismo sustituyó la clasificación vulgar de las sociedades y los estados, que todavía hoy prevalece en nuestras universidades, por una clasificación materialista dialéctica. Sólo mediante el método de Marx es posible determinar correctamente el concepto de estado obrero y el momento de su caída.
Todo esto, hasta donde nos es posible ver, no contiene nada de "escolástico" o de "metafísico", como afirman los ignorantes contumaces. La lógica dialéctica expresa la ley del movimiento en el pensamiento científico contemporáneo. Por el contrario, la lucha contra el materialismo dialéctico expresa un pasado distante, el conservadurismo de la pequeña burguesía, el engreimiento de los universitarios rutinarios... y un poquito de fe en la otra vida.

RIAZANOV, BIOGRAFO DE MARX, DISIDENTE ROJO x Nicolás González Varela

Análisis sobre la vida y obra del gran biógrafo y editor de Marx, David Riazanov.

Marx, ese desconocido: Un gran biógrafo de Marx, Boris Nicolaïevski, reconocía en 1937 que, de cada mil socialistas, tal vez sólo uno haya leído una obra de Marx; y de cada mil antimarxistas, ni uno. Cuarenta años antes, en 1897 un gran teórico y militante, hablo del italiano Antonio Labriola, se preguntaba si los escritos de Marx habían sido leídos enteramente por algún lector ajeno al grupo íntimo de sus amigos, colaboradores y albaceas. Concluía proféticamente si “este ambiente literario”, esta situación hermenéutica adversa, no era uno de los culpables de la mala asimilación, de la aparente decadencia y crisis del pensamiento de Marx. Con pesimismo recapitulaba en sentencia inspirada: ¿no sería el acceso adecuado a sus escritos un privilegio de “iniciados”? Nikolaïevski y Labriola –no sólo ellos– estaban convencidos que a Marx le esperaría siempre un destino de malas lecturas, infinidad de equívocos, pésimas exégesis, máscaras extrañas e invenciones gratuitas. Pero creían que a la obra marxiana le aguardaba un sino peor: encarnarse como ortodoxias en partidos o futuros estados que proclamarían retóricamente ser, sin más, su “obra viva”. Labriola señalaba otro obstáculo, aún más profundo y riesgoso: la misma rareza de los escritos de Marx y su imposibilidad de contar con ediciones confiables. El lector intrépido debía pasar, según Labriola, por condiciones más extremas que la de cualquier filólogo o historiador para estudiar documentos de la Antigüedad. Por experiencia propia, se preguntaba: “¿Hay mucha gente en el mundo que tenga la paciencia suficiente para andar durante años… a la busca de un ejemplar de la Misère de la Philosophie… o de aquel libro singular que es la Heilige Familie; gente que esté dispuesta a soportar, por disponer de un ejemplar de la Neue reinische Zeitung, más fatigas que las que tiene que pasar en condiciones ordinarias de hoy día cualquier filólogo o historiador para leer y estudiar todos los documentos del antiguo Egipto?” (Discorrendo di socialismo e di filosofia, carta II). Pero señalaba un peligro mayúsculo, de más largo aliento y densidad: el daemon de la vulgarización: “¿cómo podemos asombrarnos que muchos y muchos escritores, sobre todo publicistas, hayan tenido la tentación de tomar críticas de adversarios, o de citas incidentales, o de arriesgadas inferencias basadas en pasos sueltos, o de recuerdos vagos, los elementos necesarios para construirse un Marxismo de su invención y a su manera?” Aquí sólo constataba una dificultad fáctica que nació con el marxismo mismo y que lo llevó como un estigma hasta nuestros días: las enormes dificultades por establecer y editar, con criterios científicos actualizados, sus obras completas. Labriola reclamaba al SPD, en posesión de los manuscritos (Nachlass), que “sería un deber del partido alemán el dar una edición completa y crítica de todos los escritos de Marx y Engels; quiero decir, una edición acompañada en cada caso de prólogos descriptivos y declarativos, índices de referencia, notas y remisiones… Habrá que añadir a los escritos ya aparecidos en forma de libros o de opúsculos, los artículos de periódicos, los manifiestos, las circulares, los programas y todas las cartas que, por ser de interés público y general, tengan una importancia política o científica”. Terminante concluía: “No hay elección que hacer: hay que poner al alcance de los lectores toda la obra científica y política, toda la producción literaria de los dos fundadores… incluso la ocasional. Y no se trata tampoco de reunir un Corpus iuris, ni de redactar un Testamentum juxta canonem receptum, sino de recoger los escritos con cuidado y para que ellos mismos hablen directamente a quien tenga ganas de leerlos”. Simplemente que Marx pueda hablar directamente… Además reconocía que la propia vida le había impedido escribir sus obras según los cánones del arte de faire le livre, por lo que su literatura eran fragmentos de una ciencia y de una política en devenir constante. El marxismo, si existe algo que pueda llamarse así, era eminentemente un sistema abierto. Labriola ya había marcado con suficiente claridad no sólo los criterios de una política editorial, sino los problemas materiales objetivos que conllevaban los Nachlass de Marx (y Engels). La posta de su desafío editorial la tomaría no el partido-guía de Occidente, sino un joven estado en plena guerra civil: la Rusia de los Soviets. Un editor opositor de Lenin, enemigo de Stalin: La Primera Guerra Mundial de 1914-1918 –sumada a la revolución triunfante en Rusia en octubre de 1917– provocó un paréntesis forzoso y prolongado en la inicial difusión, aunque lenta, tímida y manipulada, del Marx secreto. Pero ya en el trabajo editorial realizado por el SPD se comenzó a ver, de forma a veces grosera, la manipulación y tergiversación que podían sufrir los manuscritos marxianos cuando sus contenidos se cruzaran con los estrechos intereses de la “razón de partido”. Y cómo en la alquimia final perdía, no sólo el mismo pensamiento de Marx, sino sus potenciales lectores y militantes. Lo cierto es que hacia 1910 en el ámbito cultural del austromarxismo se había empezado a discutir el proyecto de unas obras completas de M&E (los socialdemócratas austriacos ya habían empezado a publicar una revista de marxología de enorme importancia, la Marx-Studien, aparecida entre 1904 y 1923 en Viena). Max Adler, Otto Bauer, Adolf Braun, Rudolf Hilferding y Karl Renner, las luminarias marxistas del austromarxismo, se reúnen en Viena durante la famosa Konferenz de enero de 1911 con Riazanov, un socialdemócrata ruso, entonces colaborando con el archivo de Berlín del SPD. La carta-intención del plan aparece firmada en Viena, el 1º de enero de 1911 por Adler, Bauer, Braun, Hilferding, Renner, todos austromarxistas y N. Rjasanoff. Allí se establecen por primera vez las primitivas líneas editoriales de una edición científica de Marx y también los primeros problemas: ¿quién financiará semejante empresa editorial? El SPD no estaba interesado en absoluto. En el horizonte aparecía la necesidad técnico-financiera de ediciones populares, al estilo de la futura Werke. Los preparativos fueron interrumpidos por el estallido de la Gran Guerra. Pero se comenzaba a percibir cierta sensibilidad nacida de la necesidad de tener una edición completa y confiable de los escritos de Marx. Luego del triunfo y consolidación de la revolución bolchevique, la suerte de los escritos de Marx parecería que sería tocada, por primera vez, por la diosa Fortuna. Todo el potencial de un estado se identifica con su obra y pone a disposición de su difusión todos los recursos a su alcance. ¿Habría de poner el nuevo estado un punto final al derrotero caprichoso de los manuscritos de Marx y publicar su obra póstuma en una edición completa, científica, objetiva, crítica y con precios populares? El hombre que podía asumir con seriedad profesional, honestidad intelectual y eficacia esta tarea dentro del partido socialdemócrata ruso, ya que sus trabajos anteriores y su pasado intelectual lo calificaban de manera indudable para ser el cerebro editorial de semejante empresa, era sin duda un ucraniano-judío, David B. Goldendach, nome de guerre: Riazanov, Ryazanoff o Bukoved. Rusia, 1921: la pre-historia de un marxismo abierto: Con Lenin en vida y la guerra civil finalizada, y con el dominio del sistema de partido único desde 1918, durante el IX Congreso del VKP (b), del Partido Comunista Pansoviético (bolchevique), un hombre de la vieja guardia declara: “El Parlamento inglés lo puede todo, excepto cambiar a un hombre en mujer. Nuestro Comité Central es mucho más poderoso: ya ha cambiado a más de un hombre revolucionario en buena mujer, y el número de buenas mujeres se multiplica de un modo increíble”. En 1922 el mismo hombre se opone públicamente a la pena de muerte en el caso de la ejecución sumaria de militantes socialrevolucionarios o de militantes socialistas. ¿Quién era este loco audaz? Odessa, esa gran ciudad autónoma y cosmopolita en Ucrania, en la que en palabras de Pushkin "se puede oler Europa, se puede hablar francés y encontrar prensa europea", vio nacer a David Zimkhe Zelman Berov Goldendach en el seno de una familia judía acomodada un 10 de marzo de 1870. La ciudad era hogar de una numerosa comunidad judía (en el censo de 1897 comprendía el 37% de la población). Ciudad de tristes pogroms zaristas (1821, 1859, 1871, 1881, 1905). Ciudad de soporte económico-cultural del Sionismo. David dit Riazanov fue una de las figuras más capacitadas, comprometidas y relevantes de los primeros tensos años de la historia soviética. Excéntrico, con una excepcional memoria, una personalidad volátil y romántica e imbuido de una capacidad de trabajo ilimitada. Un viejo amigo, Steklov, lo recuerda “leyendo siempre y en todo lugar: cuando caminaba, en compañía de otros, cenando”. Trotsky lo definía como “orgánicamente incapaz de cobardía, o de Perogrullo”, añadiendo que “toda ostentación vistosa de lealtad le repugnaba”. Opositor frecuente de las posiciones de Lenin (él se consideraba un bolchevique no-leninista) o del poderoso Stalin (a quien en plena campaña contra Trotsky interrumpió en un congreso con un “¡Déjalo, Koba! No te pongas en ridículo. Todo el mundo sabe muy bien que la teoría no es tu fuerte”). Lunacharsky llama a Riazanov “indiscutiblemente el hombre más culto en nuestro partido”, pero tan independiente y autónomo que John Silas Reed lo describe como un hombre-fracción, “as a bitterly objecting minority of one”. David fue revolucionario desde su misma adolescencia, viviendo gran parte de su juventud en prisión, deportado o en el exilio. A los 14 años era “correo secreto” de los populistas; a los 16 fue excluido del Liceo por insuficiencia en griego antiguo. Es arrestado por primera vez en 1887. En las duras condiciones de las prisiones zaristas organiza la vida de los prisioneros políticos alrededor de tres cosas: gimnasia (mañana y tarde), prohibición de fumar y turnos fijos de estudio (durante los cuales estaba prohibido hacer ruido). En prisión prepara lecturas de Marx y traduce los escritos del economista David Ricardo. En 1890, ya en el exilio europeo, con veinte años, participa como representante ruso en el Congreso de Bruselas de la Segunda Internacional y establece relaciones personales y políticas con las luminarias del socialismo europeo: August Bebel, Karl Kautsky, Eduard Bernstein, Rudolf Hilferding, Charles Rapoport, incluso con la hija de Marx, Laura y su marido, Paul Lafargue. La necesidad le obliga a hablar varias lenguas (alemán, francés, inglés; respetablemente se hace entender en polaco e italiano). En el famoso congreso del POSDR de 1903 en Bélgica, que produce la escisión entre bolcheviques y mencheviques, Riazanov critica el nuevo sectarismo de Lenin, el fetiche antidemocrático del “centralismo democrático” y las tendencias antidemocráticas organizativas. Fuera de las dos tendencias, organiza un grupo propio y autónomo de las finanzas de la Segunda Internacional y lucha por construir un partido socialista copiado del modelo alemán. Retorna a Rusia en 1905, entrando a militar en las organizaciones de los trabajadores metalúrgicos de San Petersburgo. En 1907 es arrestado, en el flujo de la revolución de 1905, y retoma, una vez más, el camino del exilio europeo. Los siguientes diez años vivirá en Occidente y se dedicará, en el intersticio de su vida militante, a investigar y escribir sobre la historia del anarquismo, el socialismo y el movimiento obrero europeo. Escribe en el diario teórico del SPD dirigido por Kautsky, “Die Neue Zeit”; escribe en el diario teórico de la socialdemocracia austriaca dirigido por Bauer, Renner y Braun, “Der Kampf” (donde traducían a nuestro trágico Julián Besteiro). Una importante conexión de afecto y militancia que hizo en estos tiempos duros fue la del padre del austromarxismo Carl Grünberg, fundador del injustamente olvidado Archiv für die Geschichte des Sozialismus und der Arbeiterbewegung, conocido simplemente como el “Grünberg Archiv”. Grünberg (1861-1940) austro-rumano, era el primer marxista en acceder a una cátedra en una universidad del Imperio Alemán. El Archiv se editó entre 1910 y 1930, saliendo quince números, finalizó paradójicamente con la aparición de la Zeitschrift für Sozialforschung de Horkheimer, cuya orientación cambió por completo para aggiornarse al nacionalsocialismo. En la revista editada por el Institut für Sozialforschung (la luego famosa “Escuela de Frankfurt” fundada en 1923 por el mismo Grünberg) escribieron notables teóricos de la naciente sociología, como Robert Michels o Franz Oppenheimer, economistas como Henryk Grossmann, filósofos marxistas como Rodolfo Mondolfo, eminentes juristas como Hans Kelsen, hasta Kautsky, Mehring y el mismo Riazanov (como Rjasanoff: por ejemplo en 1916 presentando una carta inédita de Jacoby a Marx). Korsch, Lukács, Max y Friedrich Adler, biógrafos e historiadores como Max Nettlau, Gustav Mayer y Boris Nicolaiievski contribuyeron en sus páginas, indicando numerosos puntos de contacto con el origen del “Marxismo Occidental” o no-leninista y el trabajo de difusión de los escritos de Marx. Riazanov adquiere la merecida reputación de ser una de las más autorizadas voces sobre Marx, Engels y la historia del marxismo. Sus principales trabajos de esta época son sobre Marx y la Rusia zarista, Marx y el trabajo periodístico, Engels y la cuestión polaca, la mayoría publicados en alemán y luego en ruso en el diario teórico de Lenin “Prosveshchenie” o en el diario del ala izquierda “Sovremennii Mir”. En 1909 consigue una comisión como Benützer (usuario) de la Anton Menger Stiftung, que poseía una biblioteca invaluable de los clásicos anarquistas y socialistas (alrededor de 16000 volúmenes), para editar documentos de la Iº Internacional. Este trabajo le permite ingresar en importantes bibliotecas y archivos de toda Europa. Además su amistad con Bebel y Kautsky le permite libre acceso a la vasta biblioteca del SPD y al depósito de los Nachlass (manuscritos) de Marx y Engels. Su amistad con la hija de Marx, Laura Lafargue, le da la posibilidad de investigar los archivos familiares. Por ejemplo, en 1911 mientras ordenaba este archivo encontró varios borradores de cartas in-octavo inéditas: eran las respuestas polémicas de Marx a Vera Zasulich (las pudo publicar recién en 1923). Llegado a este punto un contemporáneo podía decir que Riazanov “conocía hasta los puntos y comas de los escritos de Marx y Engels”. Y no se equivocaba. El SPD lo urge a continuar el irregular trabajo de divulgación de Mehring de trabajos olvidados o inéditos. Hacia el filo de 1917 Riazanov pudo publicar dos volúmenes escritos de la década de 1850 de Marx y Engels, incluyendo alrededor de 250 artículos desconocidos para el gran público de diarios como “The New York Tribune”, “The People’s Paper” y “Neue Oder Zeitung”. Por supuesto no dejó la militancia: tuvo destacada participación en las escuelas pertenecientes a las divisiones internas del POSDR: en 1909 con Aleksandr Bogdanov, el líder bolchevique no-leninista, y su escuela de cuadros en Capri (financiada por Maxim Gorky); en 1911 en la escuela de Longjumeau (París), dirigida por Lenin. Por ese tiempo fue aliado de Trotsky, enfrentándose al tándem Plekhanov-Lenin y colaborando en el diario menchevique “Golos”. Estallada la guerra en 1914, participó en la Conferencia de Zimmerwald, organizada por socialistas críticos del socialchauvinismo y el imperialismo. La revolución de febrero de 1917 lo encuentra exiliado en Suiza. Retorna a Rusia en mayo, atravesando Alemania y Polonia igual que lo había hecho Lenin un mes antes, junto con 280 camaradas de todo color y pelaje (desde los líderes del menchevismo Martov y Axelrod, a socialrevolucionarios y anarquistas). Militará en el “Mezhraiontsy”, un grupo interdistrital de Petersburgo fundado en 1913, de bolcheviques no-leninistas, mencheviques de izquierda e internacionalistas (entre otros: Trotsky, Lunacharsky, Sukhanov, Joffe, Uritsky, etc.). El objetivo de la plataforma era unificar las dos fracciones del POSDR. En julio-agosto se funden con los bolcheviques leninistas después del intento de golpe de estado. Riazanov se transforma en uno de los más prominentes oradores y activistas sindicales antes de octubre del ’17. Es elegido para la presidencia del IIº Congreso de todos los Soviets y miembro ejecutivo del Consejo Central Sindical de Rusia. En octubre se opone al “putsch” y la insurrección armada propuesta por Lenin. Después de la toma del poder, trabaja como miembro ejecutivo del Comisariado de Educación (Narkompros) bajo la dirección de Lunacharsky. Se opone a las posiciones del partido en muchas cuestiones cruciales: sostiene la existencia de un sistema soviético pluripartidista, y no deja de llamar a mencheviques y socialrevolucionarios “camaradas”. Se opone a la dictadura del Comité central, a las cooptaciones a dedo, al uso de la fuerza y a la represión contra partidos obreros, a la dispersión de la recientemente electa Asamblea Constituyente (dominada por mencheviques y S-R’s), a la represión contra los socialrevolucionarios, al Tratado de Brest-Litovsk. En el debate sobre la cuestión sindical se enfrenta a Trotsky y a Lenin, defendiendo la independencia y la autonomía de los sindicatos. Lucha denodadamente por la libre expresión dentro del partido, la legalidad fraccional, la genuina democracia. Una quijotesca cruzada contra la burocracia. Su prestigio, intelectual y militante, hace que nadie tenga autoridad para callarlo o intentar expulsarlo (ni siquiera Lenin). Pero poco a poco fue neutralizada su influencia, primero en el ámbito sindical. Riazanov no se amedrenta: ya muerto Lenin y durante el Congreso del partido en 1924 declara: “sin derecho y responsabilidad a expresar nuestras opiniones esto no puede llamarse Partido Comunista”. En un discurso en la Kommunistischeskoi Akademii (la Academia de los profesores rojos creada en 1918) declara el mismo año: “No soy bolchevique, no soy menchevique; y no soy leninista. Sólo soy un marxista, y como marxista soy comunista”. Sabía que estaba condenado. Riazanov es nombrado director de los servicios de archivo de la joven república en guerra civil e intervención internacional encubierta. Estará trabajando con destreza y enorme energía entre 1918 y 1920. Rescatando bibliotecas, documentos y materiales de los archivos de los diferentes estados y administraciones se gana el respeto y la lealtad de muchísimos especialistas y académicos no-bolcheviques, en especial en la Universidad de Moscú. A fines de 1920 el Comité Central promueve la idea de fundar un “Museo del Marxismo”, idea que Riazanov transforma en otra cosa: un Instituto, un laboratorio en el cual historiadores y militantes puedan estudiar, en las más favorables condiciones, el nacimiento, desarrollo y maduración de la teoría y la práctica del socialismo científico y que, al mismo tiempo, se transformara en un centro de difusión (“propaganda científica”, en palabras de Riazanov) del propio marxismo. El C.C. aprueba en enero de 1921 la fundación del Instituto Marx-Engels (IME), que funcionará desde diciembre de 1921 en el palacio expropiado un año antes a los príncipes Dolgorukov, situado en el barrio Znamenka, antiguamente el sector Malo-Znamenky, durante la Unión Soviética calle Marx-Engels (hoy de nuevo Znamenka). Riazanov creía que el marxismo (si es que existe algo así) no podía ser entendido aislado del contexto histórico. El instituto pretenderá estudiar a los clásicos relacionándolos con la amplia historia del anarquismo, socialismo y del movimiento obrero europeo. El IME incluirá una biblioteca, un archivo, y un museo, dividido en cinco departamentos (Kabinetts): Marx y Engels, historia del socialismo y el anarquismo, economía política, filosofía e historia de Inglaterra, Francia y Alemania. A lo largo de los años se le sumaron otros: Iº y IIª Internacionales, historia de la ciencia, historia de la sociología, historia del derecho, la política y el estado, relaciones internacionales, historia del marxismo en el movimiento obrero, etc. Seis meses después el IME, bajo jurisdicción de la Academia Socialista, es transferido a la jurisdicción del Comité Ejecutivo del Congreso de los Soviets (del cual Riazanov era miembro). ¿El objetivo? Sacar al instituto de todo control directo del Partido Comunista. Riazanov no sucumbe al espíritu autoritario del Partiinost (mentalidad de partido). El IME empieza a ser observado como un formador de disidentes (de un staff de 109 miembros, sólo 39 tenían el carné del partido). El corazón del instituto era su biblioteca. Incluía no sólo trabajos escolares sobre la historia del anarquismo, socialismo, comunismo y el movimiento obrero, sino libros raros, incunables, diarios, pasquines, manuscritos, primeras ediciones de clásicos (desde Moro, Harrington hasta el “Manifiesto Comunista”). Riazanov construyó esta colección de diversas formas. Al comienzo, el Instituto se proveyó exclusivamente de las bibliotecas nacionalizadas en la propia Rusia después de 1917, como por ejemplo la de Taniéev, que contenía una excelente colección de autores socialistas y una rara colección de impresos de la Revolución Francesa. Por supuesto, estas fuentes restringidas fueron insuficientes debido a la propia política de censura del zarismo que impidió el ingreso de autores prohibidos, incluyendo no sólo a socialistas o anarquistas sino incluso a autores liberales, como el orientalista Renán, o historiadores sociales de la Revolución Francesa, como Michelet. Riazanov buscó otras opciones. Una era la posibilidad legal de apropiarse, en otras bibliotecas de la URSS, de libros que el IME considerara necesarios o únicos. Otra, que el IME fuera designado el depósito oficial de toda nueva edición de un libro (una ley igual a la del British Museum). La tercera es que se le otorgó un importante presupuesto para viajar o designar “scouts” que compraran materiales para el instituto por todo el mundo. Riazanov creó una red internacional de corresponsales autorizados para buscar y adquirir libros raros y manuscritos en todas las capitales europeas. Un de ellos, del cual ya escribimos, fue Boris Souvarine en París; otro importante fue Boris Nicolaïevski en Berlín. Además intentó desarrollar contactos permanentes con Japón (instituto Ohara), España (a través del traductor Wenceslao Roces) e Inglaterra. Apuntando a su pasado por la Menger Bibliothek, Riazanov adquirió en Viena dos colecciones muy especiales sobre socialismo, anarquismo y movimiento obrero. Fueron las bibliotecas de Theodore Mautner y Wilhelm Pappenheim (20.000 ejemplares más un sustancial archivo de documentos, manuscritos y papeles personales de Lasalle). También la de Carl Grünberg, donada con generosidad, más de 10.000 ejemplares de raros libros, brochures, pamphlets y diarios del movimiento obrero. En 1921 compra la biblioteca del filósofo neokantiano Wilhelm Windelband. En 1925 adquiere la biblioteca más completa dedicada al filósofo anarquista Max Stirner, propiedad del poeta, novelista e historiador escocés John Henry Mackay, son trescientos manuscritos y 1200 libros únicos. Según un balance fechado el 1º de enero de 1925, la librería del Instituto poseía 15.628 volúmenes escogidos, además de numerosos manuscritos de Marx&Engels y miríadas de otros documentos importantísimos de la historia y los integrantes de la Iº Internacional, el Saint-Simonismo, el Fourierismo, todo Babeuf, Blanqui y el movimiento obrero revolucionario y reformista europeo (incluido un periódico obrero editado por Lasalle en su juventud). Entre las joyas halladas por los equipos de Riazanov se encontraban los periódicos originales en los cuales habían colaborado Marx y Engels, incluyendo el Vorwärts publicado por Marx en París en 1844, y el Rheinische Zeitung de 1842-43. Ya en 1930 la biblioteca incluía 450.000 volúmenes, la mayoría raros o incunables. El trabajo de Riazanov, y el soporte financiero en una época de guerra civil, cerco internacional, represión, revueltas (Kronstadt, Mackhno, Tambov) es increíble y nos habla no sólo de su habilidad sino del extraordinario apoyo en las altas esferas del gobierno bolchevique. En esos años, además de Lenin, Riazanov contaba con el apoyo incondicional de Kamenev, Bukharin y Kalinin. En seguida lanzó su plan de obras completas de M&E (incluso de autores premarxistas) y reclutó entre 1923 y 1925 especialistas en lenguas extranjeras (francés, inglés, alemán) sin considerar sus viejas alineaciones pre-1917. Desde 1924 se lanza con un extraordinario ímpetu a la búsqueda y salvataje de todos los materiales documentales para apoyar el lanzamiento del primer MEGA (“Marx-Engels Gesammtausgabe”). Su sueño era una edición científica en ruso y alemán. En 1925 Riazanov firmó un convenio entre la dirección del SPD y el Institut für…, constituyendo una sociedad editora que publicaría, en forma coordinada con el IME de Moscú, un volumen de estudios marxistas de aparición regular, el Archiv Marx-Engels, equivalente en alemán de su versión en ruso. Durante cuatro o cinco años y por todos los países de Europa, los equipos del IME adquieren numerosas bibliotecas privadas que incluían libros, revistas, diarios y colecciones rarísimas de panfletos, folletos, proclamas y programas, que en algunos casos se remontaban a los orígenes del movimiento obrero moderno y del socialismo y el anarquismo. Pero, en especial, se trató de adquirir todas las primeras ediciones existentes de las obras de Engels y Marx. Así, junto con los archivos heredados del viejo POSDR y los narodniki, se constituyó en el Instituto, único en el mundo en su género, un capital de información cualitativo de información sobre Marx y Engels y su época ideal para iniciar la monumental edición completa diseñada por Riazanov. La obra estaba planificada en cuarenta y dos volúmenes in-octavo (22,5 cm.), distribuidos en cuatro secciones: I) Obras filosóficas, económicas, históricas y políticas, a excepción de “Das Kapital” (17 volúmenes); II) “Das Kapital”, seguido de un plan completamente nuevo con todos los borradores y manuscritos inéditos (13 volúmenes); III) Toda la correspondencia de Marx y de Engels reproducida in extenso y literalmente (10 volúmenes); IV) Índice general (2 volúmenes). El albacea que detentaba los derechos testaméntales y de autor sobre la herencia literaria de Engels y Marx (incluida la biblioteca personal de ambos) continuaba siendo, en 1921, el SPD, por lo que fue, naturalmente, el principal proveedor del Instituto. Abrió sus celosos archivos a los equipos de Riazanov, autorizándolos a realizar fotocopias sin ninguna restricción, permitiendo en los hechos una transferencia virtual, hacia Moscú, del conjunto de preciosos manuscritos. Las mismas facilidades le fueron acordadas por otras instituciones, fundaciones, archivos personales y bibliotecas públicas: fotocopiaron en el British Museum, en la New York Library, en la biblioteca del antiguo Estado de Prusia, en los archivos históricos de Colonia, etc. todas las cartas, artículos y manuscritos de y sobre Engels y Marx, junto con documentos sobre la historia del movimiento obrero y popular europeo. Incluso reacios mortales al bolchevismo, como el líder del revisionismo, Eduard Bernstein, en cuyas manos Engels había depositado importantes manuscritos (tenía en su poder, entre otros, los manuscritos de la Deutsche Ideologie de 1845-1846) renunció a un proyecto personal de edición donando el material inédito . En un “pamphlet” publicado en 1929, el Katalog Izdanij, Riazanov informaba de cómo el viejo proyecto de un “Museo del Marxismo” se había transformado en un verdadero laboratorio para investigadores, académicos, activistas, cuadros y militantes en general. Remarcaba también la decisiva importancia de la institución como amplificadora y divulgadora del pensamiento auténtico de Engels y Marx en Rusia y Alemania. Paralelamente, se inició una política amplia de publicaciones accesorias que acompañaran el proyecto de los MEGA: se planearon dos publicaciones básicas: una anual, el Archiv K. Marksa I F. Engel’sa y la revista semestral Letopisi Marksizma (Anales del Marxismo) aparecieron trece números entre 1926 y 1930. En cuanto a Letopisi Marksizma, muchos de sus artículos se publicaron en la versión alemana de Pod Znamenem Marksizma, Unter dem Banner des Marxismus, que se empezó a editar en alemán en 1925. Aunque ambas se iniciaron en ruso, inmediatamente se intentó traducirlas al alemán, en un enorme esfuerzo político-ideológico como Archiv Marx-Engels. El Archiv tuvo dos ciclos, marcados por la derrota de la revolución alemana y la purga de Riazanov. La primera etapa duró de 1924 hasta 1930, editándose cinco números en ruso, apareciendo como editor D. B. Rjazanov; el segundo ciclo se inició recién en 1933 con el Nº 7, editor: V. Adoratskij; se mantuvo la continuidad de la numeración en los tres primeros números (6, 7 y 8), para finalmente ser renumerados como nueva serie. El último número, Nº 18, se editó en 1982. Mientras Riazanov intentaba mantener un ritmo anual, el stalinismo llegó a demorar diez años entre volumen y volumen. La organización “interna” del Instituto fue proporcionada en un detallado folleto de cuarenta y cuatro páginas, escrito por A. Udalcov, actualmente un incunable, publicado en Moscú en 1926: Bjulletin’ Instituta K. Marksa I F. Engel’sa. Indudablemente la empresa editorial apuntaba políticamente a un combate ideológico contra el revisionismo, la vulgarización y banalización de Marx. El esfuerzo no concluía aquí: se había diseñado una “Biblioteca del Materialismo”, con ediciones críticas de Holbach, Hobbes, Diderot, La Mettrie, etc.; las obras completas de figuras claves del movimiento socialista mundial, como G. V. Plekhanov (el padre del marxismo ruso y líder del ¡menchevismo!), Karl Kautsky (¡el renegado en 21 volúmenes in-octavo!), Antonio Labriola, Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg o Paul Lafargue. Además una “Biblioteca Marxista”, incluyendo ediciones anotadas de los clásicos del marxismo, entre ellas la versión al cuidado de Riazanov del Manifiesto Comunista, una “Biblioteca de Clásicos de la Economía Política” con Adam Smith, Ricardo, Quesnay. Por supuesto, ediciones anotadas de Hegel y Feuerbach. Otra meta de Riazanov era publicar una amplia e insuperable biografía intelectual sobre Marx. Nunca pudo completar este trabajo, como le pasó a Engels. Sus dos mayores trabajos de los años ’20 se aproximan a este deseo: un informe popular sobre la vida y pensamiento de Marx&Engels (1923), basado en lecturas en la Academia Socialista (la versión en español es de la editorial Claridad de Buenos Aires, sin fecha, la cueva del “Grupo Boedo”) y una colección de ensayos, Ocherki po istorii Marksizma (1923), en dos tomos, una re-impresión de sus escritos pre-revolucionarios (en español hay que rastrearlos en su dispersión). Riazanov no era un pensador original, ni un creador vanguardista: en esas obras expone a Marx en sus textos, los documentos hablan por sí solos. Su relación con los Nachlass de Marx y Engels puede ser llamada de “piedad positivista”: el documento es el elemento esencial en la investigación histórica. En 1927 recibe el Premio Lenin. En 1928 es uno de los pocos marxistas miembros de la Academia de la Ciencia. En 1930 Riazanov llega al cenit de su carrera. Es reconocido internacionalmente y su posición en la URSS, ya de Stalin, es aparentemente segura. En diez años ha elevado al instituto en el centro mundial de estudios sobre Marx o de la historia social europea. Es una Mecca para investigadores de todo el mundo: allí llega en 1929 un joven y brillante filósofo yanqui Sydney Hook a trabajar en su biblioteca. Lo visitan personalidades como Kautsky, Clara Zetkin, Bela Kun, Emile Vandervelde, Albert Thomas, Charles Rappoport, Henri Barbusse, Maxim Gorky. Colaboradores internacionales incluyendo a Georg Lúkacs (quién leyó por primera vez los “Manuscritos de 1844” decisivos para su evolución), Friedrich Pollock (de la “Escuela de Frankfurt”), etc. Riazanov se ha hecho construir una pequeña residencia anexa al palacio, donde maneja el instituto como un Grand Seigneur. Se lo puede ver en el jardín removiendo la nieve, ayudando al personal de limpieza o reforzando su prohibición estricta de fumar. Victor Serge, el anarco-comunista que vivió en la URSS, nos ha dejado un vívido portarretrato de Riazanov en sus Memoires d’un révolutionnaire: “Riazanov, uno de los fundadores del movimiento obrero ruso (que dirigía el Instituto Marx-Engels) alcanzaba hacia los sesenta años la cúspide de un destino que podría parecer un éxito excepcional en tiempos tan crueles. Había consagrado una gran parte de su vida al estudio más escrupuloso de la biografía y de los textos de Marx; y la revolución lo colmaba; en el partido bolchevique, su independencia de espíritu era respetada. Era el único que había elevado incesantemente su voz contra la pena de muerte, incluso durante el terror, reclamando sin cesar la estricta limitación de los derechos de la CHEKA y luego la GPU. Los heréticos de todas clases, socialistas, mencheviques, u opositores de derecha e izquierda, encontraban paz y trabajo en su instituto, con tal que tuvieran amor al conocimiento. Seguía siendo el hombre que había dicho en plena conferencia: ‘No soy de esos viejos bolcheviques a los que durante veinte años Lenin trató de viejos imbéciles’. Me había encontrado con él varias veces: corpulento, de brazos fuertes, barba y bigote tupidos y blancos, mirada tensa, frente olímpica, temperamento tormentoso, palabra irónica… Naturalmente detenían a menudo a sus colaboradores heréticos y él los defendía con circunspección. Tenía entrada libre en todas partes, los dirigentes temían un poco su hablar franco”. ¿Un poco? Stalin visita el IME en 1927 y al ver los retratos de Marx, Engels y Lenin, pregunta a Riazanov: “¿Dónde está mi retrato?”. Riazanov replica: “Marx y Engels son mis maestros; Lenin fue mi camarada. ¿Pero qué eres tú para mí?”. En 1929, en una conferencia del partido, afirma: “El Politburó ya no necesita ningún marxista”. Se niega a participar en los faustos de obsecuencia y culto a la personalidad en el cincuenta aniversario del secretario general Stalin. Elige sus colaboradores por su capacidad: estando exiliado Trotsky en Alma-Ata lo contacta… ¡para que trabaje en la edición crítica de la obra de Marx “Herr Vogt”! La prensa soviética festeja, durante el 10 y 11 de marzo de 1930, el cumpleaños sesenta como un evento nacional. Aparece un libro de jubileo titulado “En el Puesto de Combate”, donde escriben en su honor Bukharin, Kalinin, Rykov y otras figuras de la Nomenklatura. En un comunicado oficial del Comité Central del VKP (b), que firma el mismo Stalin, se le anuncia un futuro promisorio de leal servicio al partido y se lo glorifica como “un infatigable luchador por el triunfo de las ideas de los grandes maestros del proletariado internacional: Marx Engels y Lenin”. Como decía Bardamu-Céline: “Cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertirnos en carne de cañón… Es el signo. Es infalible”. En menos de un año Riazanov es arrestado, puesto en prisión, exiliado y expulsado no sólo del instituto sino del partido comunista. El 15 de febrero de 1931 la GPU lo detiene bajo el inventado motivo de recibir paquetes del extranjero, de un supuesto “Centro Internacional Menchevique”. Se le obliga al exilio en aldeas cerca de Saratov, en el Volga. Solamente once volúmenes (de un proyecto de cuarenta y dos) han aparecido y siete están in progress (entre ellos los famosos y desconocidos “Grundrisse…”). Algunos los continuará su sucesor, el apparatchiki Victor Adoratskii (quién luego sería “objeto de represión” en 1940). Bajo su férula fueron publicados entre 1931 y 1935 otros seis volúmenes de la MEGA preparados por el equipo de Riazanov. En 1936 se detiene toda actividad editorial. El último estertor fue la publicación separada (exclusivamente en ruso) en dos volúmenes, en 1940 de los manuscritos de Marx de 1857-58, los “Grundrisse der Kritik der politischen Ökonomie”. El método stalinista fue completo: expulsión, prisión y muerte de sus colaboradores, suspensión total del plan editorial, colocar bajo el martillo-pistón a las pruebas impresas; desaparición de todas las bibliotecas públicas rusas y extranjeras; épuration de las obras de Marx y Engels en ediciones “populares”, aligeradas de toda erudición. Poco a poco Stalin fue sustituyendo a la empresa editorial de la MEGA por una serie de publicaciones aisladas, diseminadas, sin ningún plan conjunto, ni criterio filológico y doxográfico. Riazanov vive a orillas del Volga. Condenado a la miseria y al hambre, a la decadencia psíquica y física. Las bibliotecas y las publicaciones reciben la orden de expurgar sus obras y sus ediciones de Marx. No existe más, simplemente. Vive apenas de traducir pequeños textos para la universidad local. Comparte su pobres raciones con decenas de famélicos durante la hambruna de 1932-1933 (cuatro años más tarde esta “militancia” será considerada una pérfida maniobra antisoviética). El 11 de junio de 1937 el mundo se sobresaltó ante la noticia de la decapitación de toda la cúpula del Ejército Soviético. La caída de los generales rojos desató una explosión de terror a escala nacional, dirigida contra los mandos dirigentes de todos los niveles y en todas las esferas. Por primera vez Stalin reprime a grandes cantidades de personas que nunca habían sido opositores abiertos y que siempre se habían alineado junto a él en las disputas internas del partido. La nueva política era destruir a todos los sospechosos de deslealtades pasadas, presentes o imaginarias con respecto al grupo dirigente de Stalin. Terror ciego y de masas. Durante ese año las “troikas” (tribunales ad hoc de tres personas) dictarían 688.000 sentencias, la mayoría condenas a fusilamiento. Stalin liquida a toda la cúpula del partido en Saratov. Riazanov esperaba su detención que se produjo en la noche del 22 de julio de 1937. Tenemos la reconstrucción de su duro interrogatorio por parte de la ahora NKVD de Yezhov: Riazanov se niega a representar el papel de arrepentido, no entra en el juego de la delación. Niega una y otra vez las delirantes acusaciones. A la Nomenklatura no le sirve para el ritual público. El 19 de enero el Procurador general de Saratov le dirige una larga acusación de seis páginas, donde entre otras denuncias señala “la extrema hostilidad personal de Riazanov con respecto al camarada Stalin”. El 21 de enero de 1938 es juzgado a puerta cerrada. La sesión se abre a las 19:45 horas y se cierra a las 20:00 horas. El Colegio Militar de la Corte Suprema de la URSS, regional Saratov, lo condena a muerte por pertenecer a una “organización terrorista trotskista” y “la difusión de invenciones calumniosas sobre el partido y el poder soviético”. Es ejecutado. La tragedia humana del terror stalinista se extendía a familiares y amigos. Sabemos que Stalin, Molotov y otros miembros del Politburó aprobaban rutinariamente las listas de mujeres (madres, esposas) e hijos de los Ennemis deu Peuple que debían ser reprimidos. Al día siguiente son arrestados sus familiares directos. Al día siguiente, agentes de la NKVD arribaron a su humilde dacha para cumplir la última parte de la sentencia: confiscación de sus bienes personales y destrucción de lo inútil. Cargaron todos sus libros en la parte trasera de un camión. Los papeles y notas restantes de Riazanov fueron desparramados en el suelo para alimentar el fuego, incluido todo lo que se encontraba sobre su escritorio de estudio. Entre ellos un retrato del joven Engels con una inscripción dedicada de puño y letra por la hija de Marx, Laura. “¿Quién es éste?”, preguntó uno de los milicianos con su gorra azul-roja a su nieta. “Es Engels”, respondió. “¿Y quién es Engels?”, respondió el agente mientras arrojaba el daguerrotipo a las llamas.

HISTORIA DE UNA PASIÓN REVOLUCIONARIA x Horacio Tarcus

Este trabajo es un tramo de una investigación mayor sobre una generación político-intelectual argentina. Reconstruye la historia de algunos de aquellos hombres y mujeres nacidos en las postrimerías del siglo XIX o los albores del XX, cuya juventud estuvo marcada por la aversión al belicismo militarista, la esperanza en la revolución rusa y el entusiasmo de ser partícipes de una reforma universitaria de dimensión continental. Es la generación influida inicialmente por las ideas anarquistas, pero que —revolución rusa mediante— acaba por descubrir el marxismo; aquella que, formado su gusto en la estética modernista, comienza a interesarse en la experimentación de las vanguardias artísticas.

Cuando la esperanza revolucionaria se apagó en Europa y comenzaron a emerger los fascismos, cuando el movimiento de la reforma universitaria se empantanó y cobraron fuerza el nacionalismo y el militarismo en Latinoamérica, muchos de ellos sintieron amenguar esos fervores juveniles. Figuras como Jorge Luis Borges o Conrado Nalé Roxlo, tomarán distancia de la política, consagrándose para siempre a la literatura (Borges nunca va a editar Los salmos rojos, salvo un puñado de poemas avanzados a algunas revistas de España y Argentina; y Nalé, que también escribió en su momento un canto a la Rusia de los Soviets, dejará en su Borrador de memorias un recuerdo nostálgico de aquellos años) . Otros, como Ernesto Palacio o Ramón Doll, renegarán de sus ideales de juventud y engrosarán las huestes del nacionalismo.

Pero el ala más politizada y radicalizada de la generación persistió, más allá del reflujo social, participando de diversas experiencias colectivas, sea en el proceso de constitución del movimiento estudiantil, o en el de la clase trabajadora argentina, de sus formaciones sindicales, políticas e intelectuales. Las décadas del ‘20 y del ‘30 son testigos del apogeo de la actividad de escritores politizados como Roberto Arlt, Elías Castelnuovo y Raúl González Tuñón, reformistas como Aníbal Ponce, Deodoro Roca y Julio V. González, socialistas de izquierda como Ernesto Giudici y comunistas como Rodolfo Ghioldi. Sin embargo, además de estas figuras relativamente mejor conocidas, forma parte activa de esta generación otra franja que también persistió en la militancia política más allá de los ’20, pero sin encontrar un espacio estable en los partidos de izquierda; su concepción de la política, de la acción sindical o de la organización partidaria fue siempre mucho más “basista”, “espontaneísta” y radical que las que sostenían socialistas o comunistas. Influidos por el anarquismo primero y el marxismo después, su pensamiento tendió a mantener un aliento heterodoxo y libertario. Sus nombres, hoy olvidados, apenas resuenan en el recuerdo de algunos viejos militantes: son Hipólito Etchebéhère (1900-1936), Mica Feldman (1902-1992), Francisco Piñero (1901-1923), Héctor Raurich (1903-1963), Angélica Mendoza (1889-1960), Cayetano Oriolo (1890-1930), José Paniale (c.1900-c.1980), Mateo Fossa (1896-1973), Manuel Fossa, Manuel Guinney (c.1900), Luis Koiffmann (1900-1978), Liborio Justo (1902), Luis Franco (1898-1988), Samuel Glusberg (1898-1987), José Gabriel (1898-1963), Carlos Liacho, Horacio Badaraco (1902-1946), José Boglich (c.1890-c.1944). El mayor de todos será Pedro Milesi (1886-1981); los menores, Antonio Gallo (c.1913-c.1990) y Francisco de Cabo (1910-1997).

No se trata de una corriente política o intelectual con alto grado de cohesión interna, institucionalización y continuidad. Si bien casi todos ellos se conocieron entre sí e interactuaron unos con otros en tal o cual momento, fracasaron a la hora de construir una revista de relativa duración o un partido de cierto arraigo. Sus ideas radicales, sostenidas con opciones de vida consecuentes con ellas, se vieron sometidas a duras pruebas en tiempos de crisis, reflujo social o represión. En esos momentos dramáticos, además de las presiones externas, se vieron atravesados por enfrentamientos políticos , contradicciones internas, querellas personales. Sin embargo, desde el presente es posible distinguir su relativa comunidad intelectual, política y generacional, reconstruir a través de cortes y discontinuidades esa tradición de marxistas libertarios.

Hay entre ellos diferencias de formación e inserción social: algunos son obreros con una militancia gremial relevante —como Milesi, Oriolo, Fossa—, uno de ellos un reconocido dirigente agrario (Boglich), otros estudiantes de acción reformista (el grupo Insurrexit), periodistas de profesión (Liacho, Koiffman), escritores (Franco, Piñero), y hasta filósofos o intelectuales marxistas de cierto calibre (Raurich, A. Mendoza, Gallo). Los primeros son obreros intelectualizados, pero la mayoría son intelectuales de extracción pequeñoburguesa que buscan aproximarse al mundo obrero. Hay quienes provienen de familias acomodadas (Etchebéhère, Badaraco, Justo), aunque la mayor parte proviene de humildes familias inmigrantes. Obreros o intelectuales, tienen una misma pasión por conocer y hacer, por entender y subvertir. Sin duda, el mayor o menor acceso al mundo de los bienes simbólicos fue motivo de tensiones y conflictos internos: si bien están inmersos en un clima epocal de socialización del saber (bibliotecas o universidades populares, cursos gratuitos de divulgación científica, grupos de estudio, ediciones populares, etc.), los más intelectualizados a menudo hacen jugar su poder sobre los trabajadores menos intelectualizados (por ejemplo, por el acceso diferencial a los libros y revistas en idioma extranjero o a los centros político-intelectuales de la época: Moscú, Nueva York, París o México). Los obreros, por su parte, suelen defenderse con reacciones anti-intelectualistas .

Sin embargo, es posible distinguir hoy una franja generacional, cuya actuación pública más significativa se desarrolla en un período histórico preciso (1917-1943), y que intenta construir una identidad en torno a una concepción de la política, de la cultura y de la vida que aquí llamaré “marxista libertaria”. Este sector se movió en un espacio intermedio entre, por un lado, el marxismo oficial, identificado con la ideología dominante en la URSS desde mediados de los años ‘20, y por otro, sus críticos anarquistas. Se diferencian de los anarquistas doctrinarios por su adhesión a ciertos enunciados del marxismo clásico (rol del Estado en la transición al comunismo, defensa de la “dictadura revolucionaria” o de la acción política del proletariado), pero sin embargo tienen una concepción de la política como movilización y autoorganización de las masas, desconfían del parlamentarismo y entienden a los acontecimientos soviéticos o incluso leen a Lenin desde una perspectiva fuertemente consejista y antiautoritaria (Insurrexit). Muchos provienen del anarquismo (Etchebéhère, Milesi, Franco) o son anarquistas influidos por las alas más radicales del marxismo (Badaraco, el más excéntrico de este espacio, es un entusiasta lector de Rosa Luxemburg y Víctor Serge). Y los que provienen de tradiciones socialistas marxistas, desarrollan un pensamiento y una sensibilidad antiautoritarias ante la degeneración burocrática del comunismo. Llegados los ‘30, casi todos adherirán al trotskismo, aunque la historia de esta heterodoxia marxista argentina, si bien se vincula al primer período de emergencia del trotskismo, lo antecede en el tiempo y además, lo excede en sus definiciones teórico-políticas .

La historia se mostró severa con esta franja de la generación del ‘17, sometiéndola a duras pruebas en lo político y lo personal. En el plano mundial, a la esperanza de los años de la primera posguerra siguió un fuerte reflujo social y político, coronado con la burocratización del proceso ruso, el triunfo del fascismo italiano, la derrota de la comuna húngara, el ascenso de Hitler en Alemania. Otra luz de esperanza se encendió en España en los ‘30, pero la cruenta guerra civil que le siguió y el triunfo de los nacionalistas significó otra derrota profunda. La denuncia de la política stalinista durante los procesos de Moscú o de sus efectos nefastos durante los acontecimientos de la guerra española dio a esta franja cierto margen de legitimidad e intervención político-intelectual ante los sectores más críticos y receptivos del movimiento obrero, los estudiantes o ante la opinión pública en general. Pero con el estallido de la segunda guerra, y especialmente desde que la URSS ingresa en ella, el marxismo oficial adquiere una legitimidad casi absoluta dentro del campo aliado. La extrema tensión mundial que significa la guerra oscurece los “matices”: hay dos bandos en pugna, y poco, casi ningún espacio, para terceras posiciones. Los revolucionarios españoles (particularmente anarquistas y poumistas) quedan desde 1939 reducidos a la impotencia, dispersos por Europa y América. Trotsky es asesinado en México en 1940 por un sicario de Stalin. Serge muere olvidado, en la misma ciudad, siete años después. La legitimidad de la URSS tras la derrota del nazismo, no sólo entre los izquierdistas, sino incluso entre demócratas y liberales, ha crecido aún más. La estabilidad del capitalismo de posguerra condena cualquier discurso catastrofista a la marginalidad.

En el plano local, las presiones en contrario también fueron devastadoras. Los ecos de la revolución rusa, la irradiación de la reforma universitaria y las luchas obreras de fines de los años ‘10 y principios de los ‘20 son, ya lo dijimos, el bautismo de fuego de esta franja generacional (por citar tres ejemplos: los insurrexistas son estudiantes reformistas atraídos por la revolución; Etchebéhère y Badaraco son hijos de familias adineradas que renuncian a su clase tras la experiencia de la Semana Trágica; Angélica Mendoza es una maestra de provincia que se politiza con la huelga mendocina de la enseñanza de 1919). Pero en los ‘20 el movimiento reformista se empantana, el radicalismo se estabiliza en el gobierno, las luchas obreras refluyen. El PC, nacido en 1918, vive sumido en una crisis interna a lo largo de toda una década. La militancia de muchos de ellos en este partido será breve: ingresarán hacia 1923 y romperán en 1925/26 intentando dar vida al efímero Partido Comunista Obrero. Con el golpe militar de 1930 se abre una etapa de represión sobre el movimiento obrero y la izquierda, sufriendo muchos de ellos duros años de prisión (Badaraco el anarquista y Milesi el trotskista van a hermanarse en el penal de Usuhaia, A. Mendoza va a parar a la Cárcel del Buen Pastor, Oriolo va a morir joven a causa de prisiones y torturas), pero también se inicia un ciclo intenso de luchas sociales y de reorganización sindical y política. Algunos de sus protagonistas animan los pequeños grupos políticos trotskistas de los ‘30, que tienen corta vida. La represión policial, así como la intensa campaña stalinista contra los disidentes (política, pero también físicamente agresiva), hace difícil su continuidad. Los que buscan una vida política más activa recurren a una táctica “entrista” en el Partido Socialista. Otros se repliegan a la actividad intelectual (cenáculos de estudio y debate, edición de libros y revistas). A principios de la década del ‘40, aún los intentos político-organizativos más ambiciosos de crear corrientes de izquierda por fuera del PS y el PC han fracasado, desde la experiencia del Partido Socialista Obrero (socialista de izquierda) a la del PORS (Partido Obrero de la Revolución Socialista, de orientación trotskista). El golpe militar de 1943 y la irrupción del peronismo terminó de sellar la suerte de esta franja generacional, que no se reconocerá en el movimiento obrero recompuesto desde entonces bajo la tutela estatal.
La década del ‘40 nos muestra a esta franja generacional en su declive. Algunos habían muerto en los ’30, en plena juventud (Oriolo, Etchebéhère); unos pocos emigran a los Estados Unidos (A. Mendoza, A. Gallo) o a Europa (M. Feldman). Otros sucumben a las enormes presiones de la época, absorbidos o neutralizados por el sistema dominante (el último Raurich, atrapado por la ideología de la guerra fría, o José Gabriel, devenido un fervoroso peronista oficialista); Badaraco, a punto de morir, acepta que una parte de los militantes de su grupo se incorpore al PC. Liborio Justo se repliega a su labor de escritor e historiador. Otros se dispersan, se pieden sin dejar rastros. Sólo unos pocos sobrevivientes alcanzarán a experimentar la nueva ola de radicalización social de los años ‘60 y ‘70: Mateo Fossa es en los ‘70 activo militante entre los jubilados y colabora con el Partido Socialista de los Trabajadores; Pedro Milesi, radicado en Córdoba, llega a ser presidente de honor de la Mesa de Gremios Clasistas, está vinculado a Poder Obrero, y hasta se atreve a regañar al mismísimo Agustín Tosco, quien tenía el mayor respeto por el “Viejo Pedro”. De algún modo serán una suerte de puente entre las dos generaciones de luchadores clasistas.

Es, en suma, en varios sentidos, la franja más golpeada de su generación, la que no logra cuajar en ningún proyecto político duradero, la que se opone radicalmente a los existentes, la de los que han sido llamados rebeldes, impugnadores, transgresores, revolucionarios, subversivos, aguafiestas, inconformistas, verbalistas, aventureros, ultraizquierdistas, excéntricos, marginales... Han sido perseguidos por las fuerzas represivas, pero también marginados, calumniados y agredidos por las fuerzas hegemónicas de la izquierda. Una vez desaparecidos, no tienen cabida en las historias oficiales u oficiosas de la izquierda o del movimiento obrero; no hay fuerzas políticas o intelectuales que los continúen o que los rescaten. Fracasados sus proyectos, dispersas sus fuerzas, el proceso simbólico de legado a la generación siguiente, propio de las corrientes que mantienen su continuidad, se ve abortado.

Fueron derrotados, pero en tanto ala izquierda de un movimiento y de una estrategia revolucionaria que fue derrotada. Son, pues, los derrotados entre los derrotados, los olvidados entre los olvidados. Fue fácil desde los movimientos izquierdistas hegemónicos otrora (socialistas, comunistas, populistas) ironizar sobre su marginalidad, sus extravagancias, sus interminables querellas internas, sus flaquezas o su mismo fracaso. Sin embargo, la pérdida de su legado no es sólo una enorme injusticia histórica en relación a la intensidad de estas vidas y la riqueza de sus experiencias. La tragedia de esta franja generacional de revolucionarios se vuelve contra cualquier proyecto de re/crear un socialismo libertario, si no somos capaces de demostrar que la historia de la izquierda no es sólo una historia de sumisión a dogmas, de intereses burocráticos y de ambiciones de poder. Si esta última es parte de la historia que los izquierdistas debemos asumir y criticar, también es cierto que no ha sido todo. Al lado de esas, hay historias de enorme lucidez intelectual, compromiso ético y pasión revolucionaria, como la que vamos a narrar.

En el ala izquierda de la Reforma Universitaria

El Grupo Insurrexit, hasta hoy apenas una confusa mención en los libros de historia del movimiento estudiantil, pertenece más al orden mito que al de la historia. Sin embargo, a juzgar por las referencias que encontramos en fuentes de la época, así como por las personalidades que pasaron por las páginas de su revista, puede inferirse que no pasó inadvertido a sus contemporáneos. Incluso su nombre fue retomado por otro grupo, más de una década después, homenaje que, por otra parte, contribuyó a hacer todavía más confusa la historia. No faltan quienes confunden el primer Insurrexit (1920-1921), un emprendimiento independiente, de cuño marxista libertario, con el segundo Insurrexit (1933-1935), que editó un periódico del mismo nombre y que fue vocero de los universitarios comunistas (y sus compañeros de ruta), inspirado por Héctor P. Agosti, y por donde hizo su paso el joven Ernesto Sábato. Es que no es sencillo disipar las brumas que se ciernen sobre Insurrexit. Primer y principal obstáculo: todavía no ha podido reconstruirse una colección completa de su revista. Segundo: ninguno de sus mentores vive aún y para peor, algunos de los que vivieron hasta hace unos pocos años, no querían recordar el radicalismo de su juventud.

En junio de 1918 emergía en Córdoba la Reforma Universitaria. A escasos seis meses, había estallado la revolución socialista en Rusia y su onda se expandía al resto de Europa. La fracción internacionalista del Partido Socialista iba a fundar el Partido Socialista Internacional, que poco después iba a llamarse Partido Comunista de la Argentina. Entre los intelectuales radicalizados, emerge la figura de José Ingenieros, respaldando a los jóvenes reformistas y señalándoles el camino abierto por los “maximalistas rusos”. Entre los sectores izquierdistas del estudiantado surge un fermento libertario, donde caben y se entrecruzan Reforma Universitaria y revolución social, clasismo y juvenilismo, socialismo y antiimperialismo, cientificismo y romanticismo, Lenin y Kropotkin, Henri Barbusse y Almafuerte, Ingenieros y Lugones. Insurrexit, vocero del ala más declaradamente izquierdista de la Reforma Universitaria, está animada por este espíritu, propio de fines de la década del ‘10 y principios de la del ‘20 (a fines de esta década, dicho universo habrá estallado: el reformismo universitario, incapaz de darse una expresión política, sufrirá un importante retroceso; el amplio arco de apoyo a la experiencia soviética, por su parte, se encorsetará cada vez más dentro del “marxismo-leninismo”, quedando fuera desde entonces la vocación romántica y los anhelos libertarios).

El primer número de Insurrexit. Revista Universitaria apareció el 8 de setiembre de 1920. Según su editorial, el nombre viene del latín, insurgo, y su sonoridad sugiere a sus editores “la presencia de una rebeldía reflexiva, seria, decisiva”, donde “palpita la impaciencia” y estalla la pasión... En la primera página, el rosarino Francisco Piñero, estudiante de abogacía, cuestiona “el viejo derecho”. Una encuesta interroga a Leopoldo Lugones y a Alfredo Palacios. Unas páginas después, Carlos Lamberti, estudiante de medicina, presenta unas nociones elementales de la teoría marxista, mientras la siguiente reproduce breves frases de Rafael Barret y de Kropotkin. Eduardo González Lanuza publicó allí los sonetos de los que no querría acordarse medio siglo después: “Sé optimista ante el pájaro que canta/[...]/Y ante el triunfo de las alboradas/porque a despecho de los Torquemadas/La verdad se abre paso por el mundo”. Breves recuadros buscan interpelar la conciencia social de los jóvenes: “Estudiante: usted va a formar el mundo del mañana. Lea las nuevas teorías sociales y medite. ¡Medite!”.

El espíritu de la revista se mueve entre el comunismo anárquico y el marxismo libertario. Donde cabe, incluso, un leninismo leído en clave libertaria, antiparlamentarista y consejista. Recordemos que, especialmente en sus primeros años, la experiencia soviética atrajo la atención de muchas corrientes anarquistas. El compromiso crítico de los anarquistas con la Unión Soviética concluye en 1921 (aplastamiento del movimiento machnovista, insurrección de Kronstadt), pero importantes núcleos libertarios en todo el mundo siguen con expectación la experiencia del país de los soviets, e incluso otros —los “anarco-bolcheviques”— la apoyan de modo entusiasta. Los jóvenes del Grupo Insurrexit se mueven dentro de este espectro, sin adherir por el momento al recién creado PC, pero con vínculos con los “terceristas” del PS: el ala izquierda, pro Tercera Internacional, que lideró Enrique del Valle Iberlucea. Juan Antonio Solari, “tercerista” por breve tiempo, colaborará estrechamente con Insurrexit.

No tienen vínculos orgánicos con el anarquismo doctrinario e incluso se publica una autocrítica del anarquista Robert Minor, “Mi opinión ha variado” (nº 4, 5 y 6), que llama a comprender mejor y a apoyar a la Rusia de los Soviets. Su referente internacional es un nucleamiento intelectual, el Grupo Clarté (Claridad), que desde París inspiran los escritores Henri Barbusse y Romain Rolland, y cuyo lema era: “Hagamos la revolución previamente en los espíritus”. Del campo intelectual local, Insurrexit mantiene relaciones fraternales con Cuasimodo, la revista que dirige el intelectual “anarco-bolchevique” Julio R. Barcos, y, del otro lado de la cordillera, con Juventud, el órgano de la Federación de Estudiantes de Chile.

Insurrexit informa y fija posición ante los conflictos estudiantiles, aunque su “misión” parece dictada por la necesidad de comprometer a la juventud con la “cuestión social”, de promover la “unidad obrero-estudiantil”: “¿Qué es cada uno de ustedes? Vamos a ver. Un traje entallado, un zapato Walk-Over, una corbata, otras chucherías... Todo a cargo de papá o mamá. [...] Compañeros universitarios, que hacen caso al vigilante y a la historia, ‘liguistas’, nacionalistas, futuros médicos, abogados, ingenieros, filósofos, aspirantes a oficiales de reserva, dirigentes futuros, escuchen, al abrirse de nuevo las facultades, nuestra palabra: ¡Viva la revolución rusa! ¡Viva la revolución social! ¡Viva el comunismo!” (“La Universidad”, editorial del nº 7, marzo 1921). Interpelaciones semejantes a los estudiantes dirigen en sucesivos números Hipólito Etchebéhère, Nicolás Olivari, Carlos Machiavello, Francisco Piñero y Julio R. Barcos. Otros temas recurrentes de la revista son las realizaciones sociales de la URSS; la literatura social (Barbusse y Rolland, Almafuerte y Barret) y, finalmente, la situación social y política argentina (Leónidas Barletta propone una central sindical única, una nota anónima informa sobre el congreso socialista “tercerista”, otra sobre la celebración del lº de Mayo...).

En el n° 4, la estudiante de odontología Mica Feldman cuestiona doblemente la política de las sufragistas: en primer lugar, porque no han comprendido que mientras no haya revolución social no habrá emancipación de la mujer; y en segundo lugar, porque los derechos políticos, el voto y el parlamento no conducen a la emancipación anunciada: “Buena muestra es la política masculina para tratar de formar partidos políticos femeninos”, argumenta la joven de 18 años. Hipólito Etchebéhère, estudiante de ingeniería, escribe en casi todos los números: contra la guerra (n° 1), por la extensión de la revolución rusa (n° 3 y 4), sobre “La certeza del triunfo”: pasando revista de la crisis social y política en Europa, concluye: “La situación revolucionaria existe en todas partes. La Revolución Social llega. Es más, está realizada ya en Rusia. En eso se basa nuestra fue inquebrantable, racional” (n° 9).

Estos jóvenes universitarios parecen haberse atraído la simpatía de algunas figuras de la generación anterior. Hemos dicho que Lugones y Palacios responden a su encuesta. Además, muchos escritores ceden sus originales o incluso escriben expresamente a pedido de los jóvenes: Arturo Capdevila publica allí “La tierra”, una crítica de la propiedad privada; Alfonsina Storni no sólo colabora con sus versos, sino que reflexiona “En la encrucijada” de la civilización moderna (nº 4); Herminia Brumana anticipa una serie de relatos (“Chafalonías”, nº 7) y Horacio Quiroga envía dos colaboraciones, una de ellas un alegato antibelicista (“La propaganda post-guerra”, nº 9). En el nº 7 se da a conocer también una carta que les dirige desde Francia el mismísimo Barbusse: “Mis compañeros de París, de otras partes y yo, estamos, absolutamente, de corazón y de espíritu con ustedes”.

El Grupo Insurrexit

Si poco se sabe de la revista, más misterioso aún es el colectivo editor, autodefinido: “Grupo Universitario Insurrexit, comunista antiparlamentario”. Fiel a su programa, la revista no tiene director. Un aviso advierte: “Se responsabilizan absolutamente de ella, cada uno y todos los del grupo”. Hoy es posible conocer la estructura del grupo siguiendo los avatares de la vida de dos sus líderes, Hipólito Etchebéhère y su compañera Mika.

Mica Feldman había nacido el 14 de marzo de 1902 en la colonia judía Moisés Ville, de la Provincia de Santa Fe. Sus padres, rusos judíos, llegaron a la Argentina huyendo de los pogroms algunos años antes de su nacimiento. Por entonces, su padre enseña idish en la colonia que había contribuido a fundar el Barón Hirsh. Algunos años más tarde, la familia se traslada a Rosario, donde prueba suerte instalando un pequeño restaurante. Siendo niña, Mika escucha los relatos de los revolucionarios fugados de Siberia o de las cárceles rusas. No es casual que a los catorce años, mientras cursa en el colegio nacional de Rosario, aparezca adherida a un grupo anarquista de esa ciudad (Maitron) y que luego, junto a Eva Vivé, Juana Pauna y otras militantes libertarias, integre la Agrupación Femenina “Luisa Michel” (Doeswijk, 1998, s/p).

Pero en 1920 se instala en Buenos Aires para cursar la carrera de Odontología y es entonces que se liga al grupo Insurrexit. Un extraordinario testimonio inédito de Mica Feldman a un corresponsal argentino, al que recurriremos a menudo, nos permite hoy vertebrar toda esta historia. “Estamos en setiembre de 1920. Dos rosarinos como yo, Francisco Rinesi y Francisco Piñero, que conocen mis ideas por haberlas yo manifestado siendo estudiante en el colegio nacional, vienen a verme para informarme de la fundación de Insurrexit y pedir mi adhesión. Por ser ambos hijos de familias burguesas, no di crédito inmediato a la seriedad de la empresa, reservando mi respuesta hasta saber mejor las finalidades del grupo. Al cabo de una semana volvieron los dos jóvenes en compañía de Hipólito Etchebéhère, cuya imagen, ese día, nunca se me borró de la memoria. Alto, delgado, de tez muy clara, ojos de un raro color gris azulado que le iluminaban extrañamente el rostro, llevaba un chamberguito de alas redondeadas vueltas hacia arriba, plantado en mitad de la cabeza como una aureola. Habló largo rato, sin énfasis, exponiendo sus ideas con una claridad ejemplar, una fuerza [y una convicción que hacían difícil] no creer en lo que él creía. Jamás he vuelto a ver en la vida un ser tan luminoso. Y no me ciega el amor que nos unió durante dieciséis años, hasta la hora de su muerte. Todos aquellos que lo conocieron dicen como yo” (M. Etchebéhère, 1973: 4).

Sobre el líder de Insurrexit, la propia Mika trazó en la misma carta un perfil que merece transcribirse in extenso: “Hipólito Etchebéhère —su nombre era Luis Hipólito Ernesto— nació el 8 de marzo de 1900 en Sa Pereira, Provincia de Santa Fe, de padres franceses: padre vasco, madre oriunda de Burdeos. El padre vino a la Argentina en calidad de técnico y se ocupó de la instalación del teléfono en la provincia de Tucumán. Familia de clase media, los dos hermanos mayores de Hipólito se ocuparon de cine en los albores de este arte en la Argentina... Hipólito siguió estudios en la Escuela Industrial de la Nación, recibiéndose de técnico mecánico. Su paso por algunas fábricas lo puso en contacto con la condición obrera y así nacieron los primeros elementos de una opción que habría de marcar para siempre su existencia...

“Llega así el año 1919 con su semana trágica del mes de enero. La huelga de Vasena paraliza la metalurgia. La revolución rusa exaspera el antisemitismo de los reaccionarios. Por entonces todavía se llamaba rusos a los judíos. Entre Paso y Junín, de Corrientes a Tucumán, vive ‘la rusada’. La gentuza responsable de los disturbios obreros, causante de la lucha que llevan los obreros de Vasena en una huelga que por su magnitud y firmeza hace temblar a la burguesía y desata el frenesí argentinista de la Liga Patriótica de Carlés. Detrás de los niños bien que forman la tropa de la Liga Patriótica, entra al barrio de los rusos el escuadrón de seguridad. Para escarmiento de esos bolcheviques subversivos que venden arenques salados y pepinos, son sastres o carpinteros, los jinetes del escuadrón arrastran entre sus caballos, atados por la barba a los viejos, uncidos a las monturas de los jóvenes. Las calles se manchan de sangre. Teníamos entonces de presidente a Hipólito Irigoyen.

“Hipólito Etchebéhère vive con su familia en un gran edificio que creo existe aún en la esquina de Corrientes y Pueyrredón. Desde el balcón ve pasar a los ‘cosacos’ haciendo marchar a sablazos a los crucificantes... En esa ‘semana trágica’ de enero que quedó en los anales de la represión argentina como un hito sangriento, Hipólito Etchebéhère entró en la revolución como otros entran en una orden religiosa: por siempre, hasta el último latido de su corazón, con un odio lúcido y razonado, alerta siempre, afilado cada día, tenso como la cuerda de un arco listo para disparar contra ese orden social absurdo, rapaz y asesino.

“Sus primeros pasos de militante fueron anarquistas. En los días que siguieron a la ‘semana trágica’ escribió afiebradamente un folleto dedicado a los vigilantes, que tenía por título ‘Escucha la verdad’ y lo fue repartiendo a los policías que hacían guardia en las calles. Pocas horas después estaba en la cárcel por delito contra la seguridad del Estado. Por ser hijo de una familia bien considerada, tuvo el honor de escuchar los consejos del jefe de policía y la suerte de no ser mandado al presidio de Usuhaia.

“Cuando salió en libertad abandonó la casa familiar para no comprometer más a los suyos. Comienza entonces para él una vida difícil. Dura poco en los talleres donde entra a trabajar, a causa de la propaganda revolucionaria que difunde entre los obreros. Vive en altillos prestados, come algunas veces en casa de su madre, otras veces no come. Consigue dos o tres lecciones particulares que ni siquiera sabe hacerse pagar, pasa largas horas en la biblioteca del Partido Socialista leyendo a Kropotkine, Proudhon, la Historia de la Comuna de París por Lissagaray, con el afán de adquirir los elementos teóricos que habrán de cimentar su fe de revolucionario, buscando al mismo tiempo voluntarios para iniciar una acción colectiva” (M. Etchebéhère, 1973: 1-3).

El grupo se reúne en asamblea todos los sábados por la noche en el local de la Federación de Empleados de Comercio, Suipacha 74 de la Capital. Suelen participar, además de los redactores de la revista ya citados, el futuro lingüista Angel Rosenblat, la maestra y narradora anarquista Herminia Brumana y el joven peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, exiliado entonces en Buenos Aires. La revista es financiada a través de la actividad del grupo, con la ayuda de la maestra (entonces directora de escuela) Carolina Gómez Cabrera, tía de Piñero. En las reuniones se debaten cuestiones políticas, se planifica la revista y se organizan charlas y cursos para dictar en ateneos y sindicatos. Las principales demandas provienen de los anarquistas. Sin embargo, recuerda Mika: “La revolución rusa, catalizadora de rebeldías, nos planteaba la necesidad de abordar el marxismo” (M. Etchebéhère, 1973: 5). Es así que los días domingo un grupo de lectura vuelve a reunirse en Suipacha 74, ahora para leer colectivamente El origen de la familia de F. Engels.

Vanguardia artística y revolución

Si bien una parte del grupo perseverará en la experiencia colectiva, algunos tomarán otros caminos. Bulnes y Rinesi harán carreras exitosas en el Derecho y llegarán a jueces. Juan Antonio Solari no tardará en volver al PS, del que será dirigente, mientras su mujer, Herminia Brumana, permanecerá fiel al ideario anarquista; el dramaturgo y periodista Leónidas Barletta será durante décadas compañero de ruta del comunismo; Angel Rosenblat, un lingüista de renombre continental.

Eduardo González Lanuza y Pancho Piñero se orientarán hacia la literatura de vanguardia, en un movimiento de convergencia con Jorge Luis Borges. El joven Borges, poeta anarquizante, regresa a Buenos Aires a principios de 1921 y trae con él el ultraísmo. Meses después publicará sus poemas “Rusia” y “Guardia roja” —avances de Los salmos Rojos, el libro que no llegará a ser— en Cuasimodo, la revista hermana de Insurrexit. Estas colaboraciones no son casuales: si bien la vanguardia política sigue nutriendo sus gustos literarios en la literatura realista decimonónica o en el modernismo latinoamericano, asistimos a la emergencia de cruces entre las vanguardias artísticas y las políticas. En ese sentido, González Lazuna lanzará Prisma, la primera revista mural argentina. Según la evocación de Borges: “Salíamos de noche (González Lanuza, Piñero, mi primo y yo) cargados con baldes de engrudo y escaleras proporcionados por mi madre y caminábamos kilómetros, pegando las hojas a lo largo de Santa Fe, Callao, Entre Ríos y México” (Borges, 1974: 13-14). Y enseguida vendrá la consolidación del movimiento ultraísta en los tres números de Proa (1922-1923), que reunirá otra vez a Borges, González Lanuza y Piñero, sumando ahora a Macedonio Fernández.

Pero el rosarino Francisco M. Piñero (1901-1923), estudiante reformista, revolucionario y ultraísta, morirá a los 22 años en un accidente de tránsito. El mismo año de su muerte los amigos de la vanguardia política reunirán sus textos en un volumen de homenaje (Cerca de los hombres), en cuyo prólogo, probablemente escrito por Etchebéhère, se dice de él: “Apareció entre nosotros, un día, serio y reconcentrado. Traía dentro su adhesión definitiva. Se traía a sí mismo, íntegramente. Lo reconocimos. Éramos hermanos. Escuchadlo: ‘Cuando me arrimo a un alma, tengo siempre cuidado de su abismo’.[...] Cuando le ocurrió el accidente que le costó la vida en Río Negro, quisieron llevarlo al único hospital confortable de Viedma. Pero ese hospital pertenecía a una congregación religiosa. Se negó a que lo condujera allí. Indicó la Asistencia Pública. Luego, en otro pobre hospital de Patagones, murió” (Piñero, 1923: 6).

Por su parte, su amigo dentro de la vanguardia artística, Borges, lo recordará en el último número de Proa: “De golpe, con la injuriosa precisión de una afrenta, ha desalmado nuestro fervor el fallecimiento de Francisco Piñero, excelente poeta, mayor amigo y máximo alentador de aventuras intelectuales... Fenecido a los veintidós años, Piñero deja una breve y honda obra crítica, ‘La Estética de los Diferentes’, y recorriendo por siempre nuestra memoria, una marcha de versos altaneros, definitivos como estatuas”

Comunistas y “chispistas”

Pero volvamos a los Etchebéhère, siguiendo el relato de Mika sobre Hipólito: “En el año 1923 tuvo que pasar varios meses en el campo para reponerse de una tuberculosis incipiente recogida en ese período de vida azarosa de días de hambre y noches sin techo” (M. Etchebéhère, 1973: 6).

El grupo que persiste en la política revolucionaria y ha decidido consagrar la vida a la militancia, centra ahora la atención en el PC argentino. Aquellos jóvenes no podían dejar de avistarlo como la sección local de la Internacional Comunista, la organización que promovía la ayuda al pueblo ruso durante la guerra civil y la agresión imperialista, la que difundía la literatura del marxismo militante. Es así que en 1924 algunos de los insurrexistas —H. Etchebéhère, M. Feldman, H. Raurich y J. Paniale— ingresarán al joven PC. Según puede seguirse en el periódico partidario La Internacional, Hipólito y Mika trabajan incansablemente en la implantación del partido: él escribiendo notas, dictando conferencias y charlas en diversos puntos del país; ella trabajando en la constitución de grupos de mujeres comunistas, colaborando en la organización de los trabajadores agrícolas, destacándose además como oradora en la puerta de fábrica o en la calle, durante las campañas electorales (Maitron).

También van tomando parte en las agrias disputas internas. En el partido no tardarán en confraternizar con otros militantes algo mayores de su generación (Angélica Mendoza, Cayetano Oriolo) detrás de un programa izquierdista común, enfrentado a la línea de la dirección. Según el recuerdo de Mika: “Es la época de la bolchevización, es decir, la organización de los partidos comunistas en células —de fábrica y de calle. El Comité Ejecutivo, a cuyo frente se destacan José Penelón y Rodolfo Ghioldi, no se equivoca sobre las cualidades y capacidades de Etchebéhère. A tal punto, que le encarga la redacción de la nueva carta orgánica. Orador apasionado, conocedor, como ninguno de los jefes del partido comunista, del marxismo y el leninismo, el Comité Central hizo cuanto pudo por ganarlo a sus puntos de vista” (M. Etchebéhère, 1973: 6).

Aunque la historia oficial de este proceso (Esbozo, 1947) está hace tiempo desacreditada, la trayectoria de este núcleo, que terminará rompiendo con el PC entre fines de 1925 e inicios de 1926, sigue siendo desconocida. Será objeto de un trabajo de próxima aparición. Digamos aquí, brevemente, que el conflicto interno entre el sector que lideran Codovilla, Ghioldi y (por ahora) Penelón, y la corriente de izquierda que gana prestigio y comienza a controlar incluso la dirección del partido, termina con el triunfo de los primeros, gracias al apoyo de la dirección del Komintern. El aparato partidario se terminará de conformar con los dirigentes que establecen las relaciones más privilegiadas con Moscú: éstos devendrán los hombres incondicionales de las políticas de la IC, y ésta saldará incondicionalmente todos los conflictos a favor de sus hombres en Buenos Aires.
Tras el conflictivo VII° Congreso del PCA (26/28-XII-1925), la fracción izquierdista va a fundar, a principios de 1926, el Partido Comunista Obrero. Serán del grupo fundador: Héctor Raurich, intelectual; Angélica Mendoza, dirigente sindical docente e intelectual; Rafael Greco y Romeo Gentile, obreros metalúrgicos; Mateo Fossa, de la madera; Teófilo González, del calzado; Alberto Astudillo, arquitecto; Cayetano Oriolo, chofer; Modesto Fernández y Miguel Contreras, obreros tipográficos... Hipólito Etchebéhère formará parte de la Comisión de Organización y Mica Feldman de la Comisión de Propaganda entre las mujeres. Editarán el periódico La Chispa, de donde el mote de “chispistas”.

El PC Obrero, a pesar de contar con un núcleo de intelectuales formados y un diagnóstico de la realidad argentina de inusual profundidad para la época, tendrá vida efímera (1926-29). Les sucede algo similar que a la fracción que encabezará José Penelón en 1928, al frente de buena parte de los sindicalistas comunistas, intentando crear el “PC de la Región Argentina”: se hacía difícil, si no imposible, crear “otro PC”, disputando la legitimidad del ya existente cuando la dirección de la IC sólo reconocía al partido que controlaban R. Ghioldi y V. Codovilla. La historia oficial de los comunistas señala también, en tono de denuncia, que los chispistas “difundieron, primero encubierta, y después desembozadamente, el trotskismo... Muchos de los componentes de ese grupo pasaron a constituir focos trotskistas. Entre ellos, Mateo Fossa, Héctor Raurich, H. Etchebere [sic], Mica Feldman [sic], Manuel Molina, etc.” (Esbozo, 1947: 58 n.). Si bien esta visión retrospectiva es exagerada (no hay asomo de “trotskismo” en 1925), el entusiasmo de Etchebéhère por Trotsky lo confirma Mika en sus recuerdos: “Cuando empezó en la Unión Soviética la lucha contra Trotzki, Etchebéhère, fervoroso admirador del jefe del Ejército Rojo, abrazó su causa. Y era tal su dimesión revolucionaria, tan íntegra su conducta, tan entregada su vida de militante, que al ser expulsado del partido lo fue únicamente por trotzkista, labor fraccionista y antibolchevique” (M. Etchebéhère, 1973: 6).

Los “chispistas” H. Raurich, A. Mendoza, Mateo Fossa y J. Paniale animarán las formaciones político-culturales trotskistas de los ‘30. A ellos se sumarán antiguos disidentes del comunismo oficial, como L. Koiffmann y P. Milesi, y otros que llegarán entonces, como A. Gallo, C. Liacho y L. Justo. En 1939 retornará a la Argentina el poumista F. de Cabo, tras la derrota en la guerra civil, y se sumará a uno de los grupos. Pero esta es otra historia, que por ahora dejamos en suspenso, para seguir el itinerario de Mika e Hipólito quienes, mucho antes de esto, mientras sus compañeros perseveraban en la experiencia chispista, abandonan la ciudad enrarecida donde la revolución se revela más compleja de lo que parecía y se dirigen a la Patagonia. Privilegiamos, otra vez, el relato de la propia Mika sobre Hipólito.

Nuestros años patagónicos

“Su salud muy quebrantada por los años de privaciones y actividades desmedidas, exigía una temporada de reposo que él aprovechó para intensificar sus estudios marxistas... y militares. [...] Vinieron luego nuestros años patagónicos. Para conquistar una independencia económica, Etchebéhère aprendió prótesis dental. Yo tenía mi diploma de dentista y cuando también a mí me expulsaron del PC resolvimos salir a tentar suerte en la Patagonia para recoger el dinero que nos permitiera pagarnos un viaje a Europa. Con la suma que nos prestó Carolina Torres Cabrera [...], montamos un consultorio ambulante y aterrizamos en San Antonio Oeste, Río Negro. Al cabo de un año y medio de trabajo tuvimos lo necesario para llegar a Esquel. La Patagonia fue la mayor tentación de nuestra vida. El esplendor del Lago Futalauquen, la magia de los bosques con árboles increíbles, la perspectiva de vivir literalmente de la caza y de la pesca, estuvieron a punto de retenernos. Eran esas por entonces tierras bravías, solitarias, barridas por los vientos en la costa, remansadas en los paisajes de la precordillera y la Cordillera de los Andes, tierras todavía de aventura, con la fortuna fácil al cabo de tres o cuatro años de trabajo y una existencia ancha, sin trabas ciudadanas, junto a seres que parecían salidos de los libros de Jack London.

“Tentación, digo, y muy grande, pero los votos pronunciados en la extrema juventud nos la vedaban. Terminada la campaña de Esquel, al año siguiente, y otro más, fuimos al extremo sur: Santa Cruz, Paso Ibáñez, Río Gallegos, que fueron las tierras de la gran huelga de los obreros ovejeros. En Paso Ibáñez, de labios de testigos presenciales (habían pasado solamente ocho años desde las trágicas matanzas), recogimos testimonios de primera mano. No, los obreros no habían matado, ni violado ni robado. Se calcula que mil quinientos obreros fueron asesinados por la gendarmería y los guardias blancos.

“En Río Gallegos establecimos la genealogía de la familia Braun Menéndez y Menéndez Behety. Atendimos en el consultorio a un escocés muy viejo, matador de indios profesional a sueldo de Menéndez. Juntamos toda clase de datos con intención de escribir algún día un libro. No hace mucho pasé a máquina esas cuartillas que los años empalidecieron.

“Con lo que ganamos en una temporada de intenso trabajo, marchamos a Europa en busca de la lucha que parecía más próxima en esos países de sólidas organizaciones obreras” (M. Etchebéhère, 1973: 7-8).

Desesperanzas argentinas, esperanzas europeas

En Europa el movimiento obrero tenía una larga tradición de organización y de lucha, incomparable con el carácter incipiente de la clase obrera latinoamericana. La lucha, recordaba Mika, “parecía más próxima en esos países de sólidas organizaciones obreras”. Por eso el objetivo es Alemania, donde se está jugando el destino de la clase obrera mundial. Y el de la propia URSS, pues o bien la revolución se extiende a Alemania, o bien reducida a las fronteras rusas, culmina su burocratización.
Mika e Hipólito llegan a Madrid en junio de 1931. “Desembarcamos en España dos meses después de declarada la República. Nos calentamos el corazón al fuego de aquellas manifestaciones tumultuosas que reclamaban la separación de la Iglesia y el Estado, comprobamos que la guardia de asalto republicana ya sabía dar palos como cualquier policía veterana, aprendimos a querer el pueblo español y emprendimos viaje a Francia.

En otro testimonio de esos años, Mika recordaba la llegada a París: “Instalados en un minúsculo alojamiento en la calle Claude Bernard, ... pasamos la mayor parte de nuestro tiempo en la biblioteca Sainte Geneviève para leer las obras que juzgábamos indispensables a nuestra formación de militantes revolucionarios. Los primeros camaradas franceses los encontramos en el grupo de los ‘Amigos de Monde’” (M. Etchebéhère, 1981: 10-11). Amis du Monde tenía como función sostener el semanario Monde que editaba Barbusse, pero bajo el impulso de su secretario, René Lefeuvre, se han creado grupos de estudio de marxismo. Mika e Hipólito siguen los cursos del italiano Angelo Tasca y del economista francés Lucien Laurat. Hipólito va a colaborar con Laurat en la corrección de la edición francesa de El Capital que editará Costes. Pero Lefeuvre y sus amigos están muy a la izquierda de Barbusse, comprometiéndose cada vez más con un marxismo crítico, consejista, libertario. Es así que Mika e Hipólito, prolongando su experiencia política argentina, continúan ligados a los grupos de la oposición de izquierda que aún forma parte de los partidos comunistas. Llegados a Berlín, se van a dirigir al PC alemán, porque es el que organiza la clase obrera más consciente y combativa, pero van a conectarse al grupo de oposición llamado de “Wedding” (nombre de un barrio obrero de Berlín), que dirige el revolucionario Kurt Landau.

“En octubre de 1932, seguros de hallar en Alemania una tierra abonada para la lucha decisiva, llegamos a Berlín. Para perfeccionar el idioma y acercarnos a los obreros, nos inscribimos en la Escuela Marxista del Partido Comunista, que era también una escuela a secas, con clases para adultos y que fue para nosotros la escuela donde aprendimos a juzgar la política paralizadora, nefasta de la Internacional Comunista, fielmente ejecutada por los jefes del PC alemán. Los militantes repetían como autómatas la burda interpretación del nacional socialismo que difundía la Internacional Comunista; trataban a los obreros socialdemócratas de socialfascistas, pero eso sí, desfilaban en manifestaciones tan densas, tan disciplinadas, tan evocadoras de un verdadero ejército revolucionario por las escuadras de combate que marchaban a su frente, que estremecían a la burguesía. Sabíamos que el PC tenía armas, que los barrios rojos estaban organizados por bloques de casas para la lucha: asistimos en las elecciones de noviembre de 1932 a la pérdida de un millón de votos sufrida por los nazis, pero asistimos también cuando Hitler fue llamado al poder por Hindemburg de la manera más pacífica, al tremendo desconcierto, a la pasividad que había engendrado la política criminal de la Internacional Comunista” (M. Etchebéhère, 1973: 8-9).

En efecto, en 1930 ha caído Müller, el último canciller socialdemócrata, y desde 1931 el Partido Nacionalsocialista viene aumentando sus escaños en el Reichstag, con la excepción del retroceso de las elecciones generales de noviembre de 1932. Sólo el frente único entre los partidos socialista y comunista hubiese podido frenar el ascenso nacionalsocialista a través de la unidad de toda la clase trabajadora alemana: pero los dos grandes partidos obreros se mantendrán severamente enfrentados. Y en un contexto de crisis aguda del Estado, y cuando las organizaciones paramilitares nazis llevan a cabo actos de terrorismo y controlan crecientemente la calle, el 30 de enero de 1933 el Presidente Hindembug nombra a Adolfo Hitler canciller.

El 31 de enero Hipólito le escribe una carta a un camarada argentino: “Querido Viejo: Te escribo en caliente.[...] Ayer por la tarde Hitler ha tomado el poder”. Y traza a continuación un cuadro de la desmoralización de la clase obrera alemana: “esta misma noche hemos podido conocer, con la ansiedad que puedes imaginarte, el estado de ánimo de la clase obrera, de los afiliados al Partido, y su capacidad de acción. No olvidaremos nunca, Viejo, el desaliento, la desorientación, la desconfianza total en sí mismos y en el Partido con que acogieron nuestras preguntas, nuestra ansiedad de compañeros extranjeros que querían saber qué se iba a hacer... Les dijimos la esperanza enorme, la atención angustiada con que el proletariado de afuera esperaba en ellos. Eso los hundió más todavía.

“Viejo, estábamos muy, muy prevenidos. Sabíamos los estragos que la política y el régimen de la I.C. causa en el proletariado. Pero hay que sentir a los mejores elementos de ese proletariado, en la hora decisiva, y en el primer partido de la I.C., un partido que tiene 6.000.000 de votos, hay que sentir el desamparo, la impotencia, la amargura expresados cruda y rabiosamente, como lo hemos oído, para comprender el crimen entero de los miserables que detentan la I.C.”.

Etchebéhère ha comprendido el día mismo de los hechos que la derrota del proletariado alemán no es transitoria, como quieren creer los comunistas: es una derrota histórica. Y la concepción comunista del “cuanto peor, mejor”, de que una dictadura abierta iba a tener un efecto más concientizador para los obreros que el régimen semidictatorial previo, la considera directamente suicida: “Y los que se mostraban optimistas, tenían una idea tan fantástica, pero tan fantástica... (por ej.: Hitler en el poder no dura ni un mes, o: y además nos va a ser más fácil convencer a los obreros engañados por él, o: nos favorece porque con él la situación internacional se pondrá más aguda y acelerará la revolución, o: Hitler no se va a atrever a prohibir el Partido, o: el Partido no puede llamar a la huelga porque lo van a lanzar a la ilegalidad). Todas estas opiniones escuchadas la misma noche en boca de afiliados obreros del Partido, que tan pronto sostenían una cosa como otra”.

Y concluye: “Viejo: estamos vencidos. Y vencidos ignominiosamente. Se acabó nuestra antigua esperanza en Alemania. Habrá, sí, terribles batallas aisladas, un sangriento terror, una larga guerra civil (sabrás que el proletariado antifascista está organizado por calles; a veces por casas, en los grandes inquilinatos) en los meses venideros... Caerán los mejores... Junto a una abnegación y un valor individuales admirables, una enorme paralización y desorientación como clase” (Etchebéhère, 31-1-1933).

Su decepción ante la clase trabajadora alemana no le impide extraer las más lúcidas lecciones de la derrota, sin dar lugar a ninguna de las “racionalizaciones” del PC alemán. El ascenso de Hitler, hay que decirlo, ha cerrado un ciclo histórico en la larga marcha que la clase trabajadora alemana había comenzado 60 años atrás. Derrotada ésta, el mapa de la política europea se ha transformado: seguramente seguirán otras batallas, acaso nuevas derrotas. “Caerán los mejores”, aventura Hipólito, como si intuyera su propio fin.

Si en Alemania la clase obrera está derrotada, Mika e Hipólito van a buscar otros escenarios de la lucha de clases revolucionaria. Y en mayo de 1933 están otra vez en París. Apenas llegados, Hipólito vuelve a escribir a su amigo: “Querido Viejo! Henos aquí de vuelta, después de haber vivido verdaderos meses de plomo en Alemania. Qué días, Viejo! De resulta de ellos ando con los nervios hechos polvo. No puedo discutir con nadie sin excitarme fuera de toda medida. Verse reducido a acompañar una y otra vez al cementerio a los obreros volteados por los fascistas, sin tener por delante ninguna perspectiva de lucha, sin hallar la acción, el combate, la batalla donde desahogar tanta rabia, tanto odio, tanta amargura cosechada! Junto a antiguos espartakistas que guardan su arma como un relicario, nos hemos consumido, quemado de impotencia, viendo caer una a una las posiciones, sin combates; sintiendo el desprecio del enemigo, a quien tu falta de resistencia envalentona y vuelve cada vez más insolente: ‘Dónde están los comunistas?... En los sótanos!’ He aquí el estribillo que te cantan los nazis en todas las calles de Alemania... De otro lado hacen limpiar los suelos de sus cuarteles a los militantes con las propias banderas rojas, hoz y martillo!... No sigo, porque reviento”.

Traza luego un análisis pormenorizado de la dinámica de las fuerzas sociales y políticas alemanas que permite entender el ascenso de Hitler y la tragedia del proletariado alemán. No es más que el resumen de dos artículos sucesivos que Hipólito publica con el seudónimo de Juan Rústico en la revista francesa Masses que dirige Lefeuvre. Según el relato de Mika: “Por haber vivido los acontecimientos día tras día, en la calle, seguido la prensa, hablando horas y horas con militantes socialistas y comunistas, presenciando las primeras razzias fascistas en los barrios obreros, contemplando las tumbas profanadas de los caídos de Spartacus, visto el desfile nazi del 1° de Mayo de 1933, asistido a la ocupación de la opulenta sede de los sindicatos libres alemanes por un puñado de S.A., nuestro testimonio de la derrota del proletariado alemán, el primero que se publicó en Francia, tuvo gran repercusión” (M. Etchebéhère, 1973: 9).

La situación económica de la pareja en París es seria. Pero ni precariedad económica ni el desastre de Alemania detienen su voluntad revolucionaria. En la carta de junio de 1936, Hipólito informaba a su amigo de las perspectivas políticas después de la tormenta: “La tarea esencial en el momento actual es buscar una unificación de las fuerzas de oposición en Alemania. Se está en camino de ello. Aquí en Francia la labor está muy avanzada; los tres grupos de la izquierda que había, aparte de la Liga Comunista que se muestra reacia aún, están en vísperas de quedar unidos. Se piensa luego en una especie de nuevo Zimmerwald, que sobre el desastre alemán, la defección sin combate de la I.C., busque un acercamiento y un terreno de acción común de las fuerzas de oposición”. Y si bien las condiciones de clandestinidad bajo la dictadura fascista serán graves, agregaba Etchebéhère, la clase obrera comunista está más dispuesta hoy a escuchar a los oposicionistas de izquierda que ayer. Pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad (Gramsci dixit).

La revolución desde una buhardilla parisina

En palabras de Mika: “Y nos pusimos a esperar de nuevo, no de brazos cruzados. Con el compañero Kurt Landau, el magnífico militante austriaco asesinado por los stalinianos en Barcelona, empezamos la lenta tarea de reanudar contactos con el grupo de oposición de Wedding que había dirigido Landau en Berlín”. Kurt Landau (1900-1937) había sido un destacado oposicionista de izquierda, primero en Austria y luego en Alemania. En estos momentos, cuando intenta reagrupar desde París a los exiliados austríacos, alemanes y polacos, entra en contacto con André Ferrat (1902-1988), un oposicionista que todavía ocupa un lugar destacado en el PC francés. Hipólito y Mika, Landau y su compañera Katia, el revolucionario polaco Grigory Kagan (1906-1944), Víctor Fay, Pierre Rimbert y otros colaborarán con Ferrat en la fundación de la revista Que faire?, cuyo primer número aparecerá en diciembre de 1934 y se interrumpirá con la guerra (1939).

Sobre los tres años de vida militante en París, disponemos del testimonio que brinda Mika en algunos breves raccontos de su libro sobre la guerra de España. Recordará, por ejemplo, una tarde gris en el barrio de La Chapelle, cuando me “pesaba en los hombros la fatiga de tanto andar por los quioscos distribuyendo Que faire?” (Etchebéhère, M., 1976: 11), o las reuniones del grupo en el departamento del sexto piso de la calle Gay Lussac, la presencia de los exiliados polacos a quienes Hipólito ha confeccionado pasaportes, la humareda que comprometía sus pulmones enfermos, y a ella misma que, retornando de su trabajo, debía preparar comida con lo poco que había para toda la célula de revolucionarios hambrientos (p. 128).

Son también los años en que traban amistad con los Rosmer, revolucionarios de una generación anterior, pero con una historia política de gran afinidad. Alfred Rosmer (1877-1964) era obrero gráfico, inicialmente un anarco-sindicalista que la revolución rusa había atraído a las filas del comunismo. Con su compañera Marguerite Thévenet (1879-1962) habían forjado una unidad tan fuerte, que P. Broué los llamó “un militante de dos cabezas”. Igual que Mika e Hipólito en el PC argentino, los Rosmer habían sido expulsados del PC francés por resistirse a la “bolchevización” y constituirán un grupo de oposición comunista, inicialmente vinculado a Trotsky. Mika les dedicará algunos pasajes nostálgicos de su libro, evocando las veladas en la “Granja” de los Rosmer en Perigny, o los octubres, “mes de nuestro paseo ritual por el bosque de Fontainebleau” (Etchebéhère, M., 1976: 39-40, 84, etc.).

Al año de la estadía parisina, emerge un movimiento revolucionario en la Cuenca de Mieres, Asturias, el 5 de octubre de 1934. Mika e Hipólito no lo dudan: “Cuando estalló la lucha de los mineros asturianos, preparamos nuestros pasaportes, decididos a marchar a España. La represión sangrienta del movimiento cortó nuestro impulso. Etchebéhère escribió sobre los sucesos de Asturias un folleto magnífico, que desgraciadamente se perdió en Barcelona cuando el stalinismo saqueó las oficinas del POUM...” (M. Etchebéhère, 1973: 9-10).

La crisis política francesa, siendo aguda, no escapa a los pequeños grupos de oposición, que no logran articularse en un partido único. La vida en París pasa, pues, “entre las interminables discusiones sobre el apoyo incondicional a la Unión Soviética y las revistas de oposición de izquierda” (M. Etchebéhère, 1976: 84). Y la política, que apasiona a la pareja, corre el riesgo de invadir la vida cotidiana, de aplacar o desviar la pasión amorosa. Hipólito reflexiona: “Tenemos que cuidar de nuestro amor. Compraremos menos libros para que puedas tener un vestido bonito. ¿Recuerdas el que diseñé para ti cuando nos conocimos? Ahora no tienes más que una falda vieja y ese abrigo de muchacho que te ha dado Marguerite. La política se nos traga la vida, no debemos dejar que nos devore...” (M. Etchebéhère, 1976: 129). Tiempo después, en los momentos más duros de la guerra española, volverá para Mika una y otra vez el recuerdo de esos años felices, a “nuestros despertares en la buhardilla de la calle Feuillantines, nuestras tardes en la I’le Saint Louis, nuestras mañanas en el Louvre, nuestra alegría infantil al regreso de los paseos, de encontrar encendida la estufa, todo esto lo llevo en un hatillo amarrado a la espalda” (M. Etchebéhère, 1976: 33).

Es por entonces que los Etchebéhère hospedarán por algún tiempo a un joven argentino, estudiante de física que ha viajado a París a un congreso antifascista, pero que acaba de desertar de las filas del comunismo: Ernesto Sábato. Curioso pero fugaz encuentro entre los forjadores del primer Insurrexit y un militante del segundo.

Morir en Madrid

En 1935 la salud de Hipólito se quebrantó. Una mañana, de vuelta del mercado al departamento del 57 de la rue Claude Bernard, Mika lo encuentra vomitando sangre. “No te preocupes, ya pasó, ahora me siento mejor. Sabes además que estoy bien decidido a no morir de enfermedad” (M. Etchebehre, 1976: 129). Deberá pasar seis meses en el sanatorio Labrouyére Liancort, en las afueras de la ciudad (Oise), mientras Mika gana unos pesos en París enseñando español. Ella lo visita en el sanatorio, las cartas van y vienen entre Oise y París. “Porque el clima de Madrid era mejor para él que el clima de París, y porque en España estaba subiendo la marea de la lucha proletaria, a comienzos de mayo de 1936 Etchebéhère llegó a Madrid. Yo me reuní con él dos meses después, el 12 de julio. No habíamos terminado de contarnos nuestra ausencia cuando estalló el movimiento y desapareció el pasado y nació una esperanza” (M. Etchebéhère, 1973: 11).

Los años de esta nueva esperanza y esta nueva tragedia fueron narrados por la propia Mika en Mi guerra de España. Allí encontrará el lector un relato tan vívido y al mismo tiempo tan agudo en sus reflexiones, tan bellamente escrito y al mismo tiempo tan desgarrador, que no admite glosa alguna. Transcribo aquí el relato de los primeros días en España resumido por Mika en la carta inédita, ya tantas veces citada, al corresponsal desconocido:

“En la tarde del 18 de julio empezó nuestro andar en busca de armas y de alistamiento, de un sindicato de la U.G.T. a otro de la C.N.T., entre grupos de jóvenes casi niños y hombres casi ancianos, entre rumores y discursos, entre canciones y consignas, mezcladas a la marea que subía de todos los barrios y se echaba sobre la Puerta del Sol. A todos nos temblaban las manos ansiosas de un arma. Nadie preguntaba a nadie a qué partido pertenecía. La voluntad de luchar había roto las barreras que todavía ayer separaban a los trabajadores. Los que aún marchábamos con las manos vacías mirábamos con ojos de mendigo a quienes ya llevaban un fusil, una escopeta, una pistola, un cinturón de cartuchos.

“—Dicen que hay armas en la Calle de la Flor, o en Cuatro Caminos, o en los locales de la J.S.U., o en la U.G.T...
“Con los pies hinchados de tanto caminar, los ojos ardidos de no dormir, el corazón apretado de tanto ansiar, vimos disolverse en la noche de ese 18 de julio y nacer el alba del 19. El 20 ya teníamos destino entre los compañeros del POUM, la organización política que estaba más cerca de nuestro grupo de oposición. Ya pertenecíamos a una formación de combate: la columna motorizada del POUM. Hipólito Etchebéhère era su jefe.

“A su mando salimos por primera vez el 21 de julio, montados en tres coches de turismo y dos camiones, armados con treinta fusiles y una ametralladora sin trípode que quedaba muy bonita en lo alto de un camión... Al día siguiente, incorporados a la columna que mandaba un capitán de carrera llamado Martínez Vicente, leal a la República, tomamos un tren que resultó ir solamente a Guadalajara y no a Zaragoza como creían los milicianos. Durante el largo viaje se nos sumaron algunos hombres de otras organizaciones, atraídos por la convicción tranquila y la autoridad que emanaba de Etchebéhère.

“De Guadalajara pasamos a Sigüenza. La columna del POUM ya había ganado laureles de guerra por haber vencido a las tropas fascistas que se disponían a atacar Sigüenza. El ascendiente de Etchebéhère sobre sus hombres y sobre muchos otros de los que componían la guarnición de la zona crecía rápidamente. Era un jefe vestido con un overhall roto en los codos y en las rodillas. Sus ojos eran cada vez más luminosos, como si llevase por dentro una antorcha encendida. Una tarde le escuché al viejo Quintín, que había combatido en la guerra de Cuba, decir: ‘El jefe tiene como un sol en la frente’.

“La hora del gran combate había llegado. La revolución estaba por fin al alcance de sus manos ávidas. Ya no se trataba más de lecturas, de tesis teóricas, ahora tocaba luchar con las armas por lo que había elegido a la edad de 19 años. Y luchó 29 días dichosos, alegre de exponer su vida a cada rato, burlón o serio cuando yo le pedía que no se hiciese matar antes de lo necesario.

“—Aquí el que manda no debe agacharse cuando silban las balas, me respondía. Ya sabes que el valor físico es la cualidad máxima en España. Para que los demás avancen, el jefe debe marchar el primero, aunque sepa que puede morir.

“Tenía como un poder mágico que aglutinaba a la gente a su alrededor. Promovió la formación de un tribunal revolucionario para juzgar a los fascistas que caían en manos de los milicianos o sobre los cuales pesaban denuncias de la población civil. Resistido al comienzo, poco a poco su prestigio fue ganando a las otras formaciones, mucho más importantes que nuestra pequeña columna de unos 150 hombres.

“Le vi por última vez ese amanecer que era casi noche todavía, del 16 de agosto de 1936, cuando nos acercábamos a Atienza. Cumpliendo sus órdenes, yo no iba con él sino con el médico, para organizar en la retaguardia un puesto de primeros auxilios. La larga capa negra de guardia civil que había ganado en un combate le caía hasta la media pierna. Llevaba la cabeza ceñida por su inseparable boina vasca. El áspero frío de la alborada alcarreña le había helado las manos, que apoyó en mis mejillas mientras me besaba.

“—¿Por qué no están contigo las muchachas? —me preguntó. No quiero mujeres en la línea de fuego. Ordené que se quedasen con el médico.

“Le contesté sonriendo que nuestras milicianas, menos disciplinadas que yo, estaban de seguro en alguno de los caminos que marchaban al frente de la columna. Nos abrazamos en silencio.

“Las primeras luces del día nos trajeron hasta los ojos el peñón bravío de ese castillo de Atienza que había que tomar a toda costa, a golpes de granadas que habrían de lanzar los guerrilleros del POUM, cuidadosamente adiestrados por Hipólito Etchebéhère. Él los guiaba entre las ráfagas de ametralladora que volaban de las torres. Una bala lo quebró como se quiebra un árbol herido por el rayo.

—Sabes, me dijo nuestra bella Abisinia tendiéndome un pañuelo tinto en su sangre, sonreía, no parecía muerto. Guarda este pañuelo como una reliquia de santo: es su sangre, yo le limpié los labios. La bala le partió el corazón, te digo que no sufrió.

“Tenía al fin el corazón en paz, callado para siempre” (M. Etchebéhère, 1973: 11-13) .

Mika capitana

Muerto Hipólito, Mika decide continuar combatiendo y pasa a ocupar en la columna del POUM un rol cada vez más destacado. Por toda herencia, ha recibido su capote, su pistola y su fusil, símbolos de su jefatura. De la compañera del jefe, pasa a ser jefe ella misma. Una vez desplazadas las fuerzas de la columna a Sigüenza, Mika entiende que “se terminó mi ocupación de casera de guerra. La organización del cuartel no plantea problemas... Igual que los demás, monto guardia en los cerros...” (M. Etchebéhère, 1976: 39).

La experiencia de la guerra ha transformado a Mika, sorprendida, no ya de la igualdad que ha conquistado frente a los varones de la columna, sino incluso del ascendiente que tiene sobre ellos. Una noche, en Sigüenza, un miliciano que debía ocupar su turno de centinela, duerme profundamente. Nadie puede arrancarlo de su sueño. Mika lo agarra del pelo con la mano izquierda, lo abofetea con la derecha. “El hombre se ha despertado. Me mira fijo un instante, muy corto, se levanta, toma el fusil que le tiende el compañero y se marcha con paso decidido al parapeto. Cuando vuelvo a acostarme, el pensamiento de lo que acabo de hacer me impide dormir. ¿Por qué se ha dejado pegar ese hombre? ¿De qué honduras ignoradas salió mi violencia?” (M. Etchebéhère, 1976: 63).

Emma Roca, a sus 81 años —entonces una miliciana poumista de quince que luchará con Mika en Atienza y en Sigüenza— aún hoy la recuerda con nitidez, “con su capote y su fusil, y esos zapatos planos, y sus pantalones en plan de hombre...” (testimonio al autor, Madrid, 10-1-2000). Sin embargo, la jefatura militar no le cuadra bien. En primer lugar, su absoluta ajenidad a cualquier formación militar, que debió disimular durante tres años. En segundo lugar, y mucho más importante: la remuerden escrúpulos éticos, de esos que parecen no tener cabida en una guerra (¿vamos a ajusticiar a los desertores?, ¿hemos de fusilar a estos curas fachos?; ¿es realmente una infiltrada esta mujer?). Y, por último, y fundamental: tiene una conciencia política de la realidad española que va más allá del heroísmo, a menudo ingenuo, de los jóvenes milicianos y las milicianas. En Sigüenza, ante las legítimas protestas de sus hombres, Mika debe arengar: “Es aquí donde tenemos que combatir hasta el fin, resistir el mayor tiempo posible, bloquear aquí a las tropas franquistas para impedir que vayan a engrosar al ejército que pronto amenazará Madrid. Si nos fuéramos ahora los otros diríamos que tenemos miedo. Los milicianos del POUM no son cobardes”. Pero enseguida reflexiona: “Ya está, he soltado la palabra que siempre hace efecto en España y me reprocho la demagogia fácil” (M. Etchebéhère, 1976: 44). Es que Mika tiene la convicción que es una guerra perdida, de que no llegará la ayuda militar de Madrid, de que el gobierno de la República lleva adelante, con ineptitud política y militar, una guerra que no quiso y que no quiere.¿Cómo decir la verdad sin desmoralizar, cómo levantar la moral sin mentir? Otra vez la conciencia trágica, el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad. Y siempre, en los momentos más difíciles, reaparece la imagen superyoica de Hipólito, la severidad con ese toque irónico, que la ayuda a seguir adelante.

La columna del POUM no sólo adquiere renombre por su valentía, sino también por haber subvertido a su interior la división de géneros común en otras columnas y regimientos. Para Mary Nash “incluso en los frentes existía un marcado grado de división sexual del trabajo, ya que normalmente las mujeres realizaban las labores de cocina, de lavandería, sanitarias, correo, de enlace y administrativas” (Nash, 1999: 164). Es así que Nati y Manuela, dos jóvenes milicianas, deciden abandonar el famoso Quinto Regimiento y trasladarse a la columna del POUM que comanda Mika. “Soy de la columna Pasionaria, pero prefiero quedarme con vosotros. Aquellos [los comunistas] nunca quisieron dar fusiles a las muchachas. Sólo servíamos para lavar los platos y la ropa”. Hilario, un viejo miliciano, se resiste. Nati implora que las acepten, aunque más no sea para guisar y barrer. “Manuela se indigna: —Eso sí que no. He oído decir que en vuestra columna las milicianas tenían los mismos derechos que los hombres, que no lavaban ropa ni platos. Yo no he venido al frente para morir por la revolución con un trapo de cocina en la mano” (M. Etchebehre, 1976: 56-57). Mary Nash, tras comentar el episodio, observa: “Finalmente, Etchebéhère se las ingenió para convencer a los hombres de que aceptaran una división igualitaria de las tareas de la columna, pero indudablemente eso sólo se consiguió porque la oficial al mando era una mujer con una conciencia feminista sumamente excepcional en lo tocante a la igualdad de las mujeres” (Nash, 1999: 165).

Mika participa, pues, activamente en la batalla de Sigüenza, donde una absurda orden militar superior ordena a los milicianos refugiarse en la catedral. El Comandante Martínez de Aragón quiere que las fuerzas republicanas repliquen el ejemplo de resistencia “heorica” que los franquistas en el Alcázar de Toledo. Pero este edificio tiene una estructura distinta y la artillería nacionalista abre enormes boquetes en la catedral. Cientos de hombres y mujeres están sitiados, cada vez menos esperanzados en la ayuda militar de Madrid que nunca llega. ¿Morir resistiendo? ¿O intentar llegar vivos a Madrid para reclamar ayuda? Algunos optan por salir en grupos durante la noche. Mika, con un grupo de seis personas, logra romper el cerco y llegar a Madrid.

Luego de una corta estancia en París, Mika se ve impelida a regresar. Los hombres del POUM han formado dos compañías. Se confía a Mika el mando de la Segunda Compañía, con el grado de capitán. Sus hombres ocuparán una trinchera en la Moncloa, resistiendo constantes ataques y bombardeos. Luego relevarán a las fuerzas que ocupan las trincheras de Pinar de Húmera, y finalmente son escogidos, con otras unidades, para desalojar a los franquistas del Cerro del Aguila, ataque en el que van a morir muchos milicianos del POUM. Debilitadas las filas militares pomistas, Mika se integra como oficial dentro de la 14ª división, de orientación cenetista, que comandan el anarquista Cipirano Mera. Combate aquí hasta junio de 1938, cuando la CNT le encomienda instalarse en un hospital de Madrid para ocuparse de tareas de formación y cultura. Serán los últimos meses de la guerra.

Una viejecita en las barricadas de París

El 28 de marzo de 1939 los “nacionales” entran en Madrid. Mika debe esconderse, pero continúa resistiendo. Detenida por una patrulla franquista, se asila durante seis meses en un liceo francés, pues poseía pasaporte de ese país por ser viuda de Etchebéhère. A causa de los reclamos interpuestos desde París por sus camaradas ante el Ministerio de Asuntos Extranjeros, un auto del Consulado francés en Madrid la deja, una vez traspuestos los Pirineos, en el puesto fronterizo de Irún y poco tiempo después logra llegar a París. Pero ya no será el París de la buhardilla de la rue Feuillantines: el poderoso movimiento huelguístico ha sido derrotado unos meses antes. Los días del Frente Popular están contados. En setiembre de 1939 Francia ingresará en la guerra, en marzo de 1940 caerá el gobierno Daladier. El 14 de junio de 1940 los alemanes ocupan París.

Mika ha vuelto a Buenos Aires en 1940. Es el reencuentro con los viejos amigos: insurrexistas, chispistas, trotskistas. Luis Koiffman acaba de fundar un semanario antifascista que alcanzará, durante siete años, cierta gravitación: Argentina Libre. Allí Mika escribirá sobre la guerra europea, pero también sobre la situación argentina. Entre todas, llama la atención su crónica del desfile nacionalista del 1° de Mayo de 1943, que Mika describe después de haber participado “desde adentro”: se ha “plantado de escucha en el terreno enemigo. Cumplo quizás una guardia un poco absurda, un poco inútil a lo largo de las columnas nazis, los oídos tensos, la mirada fija, las manos increíblemente desarmadas” (M. Etchebéhère, 6-V-1943).

El frente político-intelectual antifascista, a medida que avance el primer lustro de la década, irá perdiendo su tonalidad social, ganará en colaboraciones liberal-conservadoras, y devendrá, en 1945, un frente antiperonista. Su ferviente antiperonismo, no obstante, no habría llevado a Mika tan lejos como para aceptar la Unión Democrática. En un informe de 1955, se lamentará de que las izquierdas se hubieran dejado robar diez años antes sus viejas banderas antiimperialistas por las fuerzas “llamadas nacionalistas”, y que, bajo el gobierno de Perón la oposición de izquierda “se comprometiera con los conservadores y los radicales más corruptos en una acción conspirativa sin base obrera seria, cuyo centro está, sobre todo, entre los exiliados de Montevideo y la Embajada de Estados Unidos” (M. Etchebéhère, 1955: 2).

Su fidelidad a las ideas revolucionarias no impidió que, en el marco del espíritu antifascista de fines de los ’30 y primeros ’40 colaborase en Sur, en un período en que la revista de Victoria Ocampo acababa de apoyar la causa republicana española y ahora, durante la guerra, la causa aliada. Según algunos testimonios, Victoria Ocampo llegó a apreciar a esta mujer tan distinta a ella, mientras Mika trababa vínculos con algunos intelectuales franceses exiliados en Argentina durante la guerra y cobijados por Sur, como el sociólogo Roger Caillois o la fotógrafa Gisèlle Freund. Con todo, cuesta imaginar a la que hasta hace poco fue capitana de la segunda compañía del POUM de tertulia literaria en Villa Ocampo. Pero es cierto que fue Sur la que abrió sus páginas a un avance de Mi guerra de España, un relato del niño miliciano de su columna muerto a los quince años (M. Etchebéhère, 1944).

A los 44 años, esta revolucionaria nómade busca sus raíces, un lugar donde afincarse. Fue a Alemania buscando la revolución y tuvo que huir tras el ascenso de Hitler. Fue a España buscando la revolución y debió escapar cuando los nacionales ganan la guerra. Fue a Francia buscando la libertad, y se encontró con otra guerra y con la ocupación. Volvió a la Argentina y se encontró con el golpe militar de 1943 y la irrupción del peronismo. No era lo mismo peronismo que franquismo o que fascismo, lo sabía bien, pero aun así era ya demasiado para ella. Y en un sentido era peor, por la virtual ausencia de una izquierda revolucionaria argentina. Y es así que Mika vuelve a París a mediados de 1946, empecinada en desoír la protesta de sus amigos argentinos e incluso de las advertencias de los que vienen de la ciudad liberada.

Es el París devastado por la guerra, el del desabastecimiento, el mercado negro, la especulación, aquel que describirá a lo largo de una serie de crónicas en Sur (M. Etchebéhère, 1946-1947). Pero es su París. Vuelta por un tiempo a la calle Claude Bernard de sus días felices con Hipólito, vuelta a encontrarse con los viejos amigos: Pierre Rimbert, René Lefeuvre, Katia Landau, que también había ido a combatir a la guerra española, cuyo marido había sido asesinado por los stalinistas mientras ella sufría la prisión de una “checa”. Y está Pavel Thaelman (1901-1980), el oposicionista suizo que había combatido en la guerra civil española y luego en la resistencia francesa. Y los Rosmer, que también regresan a París en junio de 1946, después de años de exilio en los Estados Unidos. “Encontrarán su casita en Perigny saqueada por los alemanes, sin libros, sin piano, sin las viejas cómodas que tenían, todas, tapetes de manzanas olorosas. Pero entre los tres volveremos a levantar la casa. Y veremos otra vez los primeros narcisos en el bosque Senart en primavera, y la bruma tenue de I’le de France en los atardeceres de otoño y el río verde y opaco corriendo al pie del prado todos los días del año. ¿Comprenden ustedes ahora por qué quería yo tanto volver a París” (Ibid.: 88).

Así será. Volverán Alfred y Marguerite a Perigny, a aquella casa de campo que habían prestado a Trotsky —a pesar de las diferencias políticas— para realizar el congreso de fundación de la Cuarta Internacional, allá por setiembre de 1938. Y también volverá allá Mika, cuyos trabajos como traductora le alcanza para realizar ese sueño: comprar una parcela en Perigny, cerca de los Rosmer. Pero reside en París, en el número 4 de la rue San Sulpice, en un departamento que le ayuda a decorar su amigo, el artista vanguardista rioplatense Carmelo Arden Quin. Se gana la vida traduciendo del francés al español.

Disfruta de los paseos con los amigos, del cine, las galerías de arte, sin perder su pasión por la política. Con sus viejos camaradas ha constituido el Cercle Zimmerwald, nombre de la localidad suiza donde en 1915 se habían reunido los pocos revolucionarios intransigentes que, derrumbada la Segunda Internacional, se seguían pronunciando contra la guerra y por la revolución. Ni tampoco decayó su interés por España: todos los días, además de Le Monde, lee el diario español El País. A los 66 años, se suma a los estudiantes durante las jornadas de Mayo del ’68: para sorpresa de los jóvenes, esta señora mayor les ayuda a levantar barricadas con adoquines. Lastimadas las manos, va en busca de un par de guantes para proseguir su labor cuando una patrulla policial la encuentra e insiste en llevarla a su casa: “Madame, déjenos acompañarla, puede ser peligroso”. Una década después, la encontramos congregándose con otras personas en la Place du Panteon, avanzando por la rue Rivoli, atravesando con una columna el Pont Neuf: es una marcha contra la dictadura militar argentina que se desarrolla en París.

En 1976, después de 40 años de contar su historia a múltiples interlocutores, de recuperar recuerdos visitando viejos amigos, borronear cuadernos y avanzar algunos relatos parciales, Mika publica en Francia sus memorias de los años de miliciana: Ma guerre d'Espagne a moi. El libro es bien recibido por la crítica, y la historia de Mika e Hipólito se reaviva. En 1987 aparecerá en Madrid la versión española con el título Mi guerra de España. Les seguirán una edición catalana y otra alemana.

Muchos de los viejos amigos se van, y llegan nuevos. Entre éstos, Simone Collinet, dueña de una galería de arte surrealista. Fue Simone quien le hizo comprar a Mika una obra rara, un “Picabia impresionista”. En su vejez lo convirtió en buen dinero y le permitió pagarse su casa de retiro, pasando sus últimos años confortablemente. Mika Feldman de Etchebéhère murió en París, su ciudad de adopción, nonagenaria, el 7 de julio de 1992. En Le Monde del 11 de julio, su círculo de amigos más íntimos la despedía así: “Mika fue la fidelidad, el coraje, la amistad, el rigor. Amaba París, los pájaros, los gatos y las peonías”. Sus cenizas fueron arrojadas al Sena.