martes, 7 de julio de 2009

CÉLINE, EL VIAJE DE LAS DISONANCIAS x León Trotski

Prinkipo, 1933

Louis Ferdinand Céline entró en la gran literatura como otros entran en su propia casa. Hombre maduro, dotado de la vasta provisión de las observaciones del médico y del artista, con una soberana indiferencia respecto al academicismo, con un sentido excepcional de la vida y del lenguaje, Céline ha escrito un libro que perdurará aunque haya escrito otros de la misma talla que éste. Viaje al fin de la noche, novela del pesimismo, dictada más por el espanto ante la vida y el hastío que ella ocasiona que por la rebelión. Una rebelión activa va unida a la esperanza. En el libro de Céline no hay esperanza.
Céline no se propone, en modo alguno, la denuncia de las condiciones sociales en Francia. Es cierto que, de paso, no perdona ni al clero, ni a los generales, ni a los ministros, ni siquiera al presidente de la República. Pero su relato se desarrolla siem¬pre muy por debajo del nivel de las clases dirigentes, por entre gente humilde, funcio¬narios, estudiantes, comerciantes y porteros; incluso por dos veces se transporta más allá de las fronteras de Francia. Céline comprueba que la actual estructura social es tan mala como cualquier otra, pasada o futura. En general, está descontento de los hom¬bres y de sus actos.
La novela está pensada y realizada como un panorama de lo absurdo de la vida, de sus crueldades, de sus conflictos y de sus mentiras, sin salida ni destello de esperan¬za. De capítulo en capítulo, de página en página, los fragmentos de vida se van uniendo en una absurdidad sucia, sangrienta, de pesadilla. Una visión pasiva del mundo, con una sensibilidad a flor de piel, sin aspiración hacia el futuro. Tal es el fundamento psicológico de la desesperación, una desesperación sincera que se debate en su propio cinismo.
Céline es un moralista. Mediante procedimientos artísticos, profana paso a paso todo lo que habitualmente goza de la más alta consideración: los valores sociales bien establecidos, desde el patriotismo hasta las relaciones personales y el amor.
El amor está envenenado por el interés y la vanidad. Todos los aspectos del idealismo no son más que instintos mezquinos revestidos de grandes palabras. Ni la imagen de la madre queda a salvo: cuando se entrevista con el hijo herido lloraba como una perra a quien le han devuelto sus cachorros, pero ella era menos que una perra, pues había creído en las palabras que le dijeran para arrancarle al hijo.
El estilo de Céline está subordinado a su percepción del mundo. A través de este estilo rápido, que pudiera parecer descuidado, incorrecto, apasionado, vive, brota y palpita la verdadera riqueza de la cultura francesa, la experiencia afectiva e intelectual de una gran nación en toda su riqueza y sus más finos matices. Y, al mismo tiempo, Céline escribe como si fuese el primero en enfrentarse con el lenguaje. Este artista sacude de arriba abajo el vocabulario de la literatura francesa. Los giros gastados caen como una pelota lanzada Por el contrario, las palabras proscritas por la estética académica o la moral resultan irreemplazables para expresar la vida en su grosería y bajeza. En él, los términos eróticos sólo sirven para fustigar el erotismo; Céline los utiliza al igual que las palabras que designan las funciones fisiológicas no reconocidas por el arte.
En la música del libro hay disonancias significativas. Céline, tal cual es, es fruto de la realidad y de la novela francesa. No tiene deque avergonzarse. El genio francés ha encontrado en la novela una expresión inigualada. A partir de Rabelais, también médico, una magnífica dinastía de maestros de la prosa épica se ha ramificado durante cuatro siglos, desde la risa enorme de la alegría de vivir hasta la desesperación y la desolación; desde la aurora esplendorosa hasta el fin de la noche. Céline ya no escribiría otro libro donde brillen tanto la aversión a la mentira y la desconfianza de la verdad. Esta disonancia debe resolverse. O el artista se acostumbra a las tinieblas, o verá la aurora.

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