miércoles, 5 de mayo de 2010

UNA ALTERNATIVA A LA MICRO-SECTA x Dal Harper

El problema es: cómo construir un partido socialista revolucionario. En los Estados Unidos, no ha habido ningún progreso estimable hacia él en el último tercio de siglo (desde el final de la segunda guerra mundial). La meta sigue estando ahí, pero el camino hacia ella debe ser reconsiderado. El camino que hemos seguido conduce a un callejón sin salida. Tenemos que retrocer hasta encontrar una bifucarción que dejamos atrás. El camino por el que hemos marchado es el camino de la secta. Definiremos qué quiere decir esto, y por qué y cuándo comenzó. Y explicaremos por qué no conduce a ningún sitio, que es donde estamos ahora. Argumentaremos que la historia demuestra que debe haber otro camino, un camino diferente. De hecho, aunque sin plantearnos explícitamente el problema, ya iniciamos un camino diferente a principio de 1964, cuando se formó el Independent Socialist Committee para dar nueva vida a Independent Socialism como tendencia política, alentando la formación de clubes locales (el primer Independent Socialist Club se formó en el campus de Berkeley, a finales de 1964). Pero entonces no pensamos que se trataba de una alternativa a la organización tipo secta, por lo que el naciente movimiento Independent Socialist retrocedió de nuevo a la ruta de la secta, a consecuencia de presiones fáciles de identificar. Nos proponemos repensar completamente todo esto. Comencemos retornando a Marx Sobre este tema, no cabe ninguna duda de cuáles eran las opiniones y la práctica de Marx. De hecho, probablemente tuvo una reacción excesiva, debida a la intensidad de su determinación de no tener nada que ver con cualquier secta, incluyendo una secta propia. Para Marx, era una secta cualquier organización que estableciese como su frontera orgánica algún tipo de opiniones (incluyendo las de Marx), o que hiciese de esas opiniones el factor determinante de su forma organizativa. Ni Marx ni Engels formaron ni quisieron formar nunca un grupo marxista, entendiendo por tal una asociación afiliativa basada en un programa exclusivamente marxista. Toda su actividad organizativa discurrió por otro camino. Entonces, ¿cuál sería, conforme al pensamiento de Marx y Engels, la actuación adecuada de quienes comparten sus opiniones y quieren llevarlas a la práctica? La tarea sería llevar esos puntos de vista a los movimientos y organizaciones que han surgido de forma natural a partir de la lucha social realmente existente. La tarea no sería inventar una forma superior de organización, sino influir sobre estos movimientos y organizaciones de clase, desarrollando cuadros revolucionarios en ellas y trabajando, en definitiva, por hacer avanzar al movimiento en su conjunto. El movimiento en su conjunto: Marx y Engels sabían -y decían- que este proceso podría, muy probablemente, involucrar escisiones; no hicieron un fetiche de una absoluta unidad entendida como condición del propio proceso. Pero las rupturas que ellos veían como naturales no eran las provocadas artificialmente por una corriente ideológica que despliega desde fuera una abstracta bandera programática, sino aquellas que surgen orgánicamente del propio progreso del movimiento. Esperaban que estas rupturas se produjesen en dos direcciones: por un lado, elementos aburguesados opuestos a una línea de clase y al desarrollo del movimiento en el sentido de la lucha de clases; por otro, sectas ideologizadas que observarían como el movimiento de clase se alejaba de sus particulares panaceas y recetas. Ellos esperaban que semejantes elementos se escindirían, o que los elementos saludables de la clase obrera tendrían que romper con ellos, pero, sin embargo, nunca pensaron que la línea de demarcación orgánica fueran las particulares opiniones programáticas de una vanguardia (el programa en abstracto) sino, más bien, el significado político, desde el punto de vista de la lucha social, del nivel político alcanzado por el movimiento de la clase (es decir, el programa en concreto, el programa concretado en la lucha de clases realmente existente). Así, durante 1847, Marx y Engels, que se habían incorporado a la Liga Comunista, trabajaron con gran habilidad para liberarla de su resaca sectaria y conspirativa, pero, simultáneamente, Marx dedicó sus esfuerzos en Bruselas, donde vivía, a la construcción de la Asociación Democrática, que ni siquiera era programáticamente socialista. Y cuando la revolución estalló en el Continente, inmediatamente se orientó hacia el vaciamiento (disolución) de la Liga Comunista como vehículo de vanguardia de la operación orgánizativa. En Colonia, durante la revolución, ellos actuaban (organizativamente hablando) en tres niveles distintos, ninguno de ellos similar a una secta marxista: (1) En el movimiento democrático de izquierda (Unión Democrática) [Esta parte del cuadro no tiene nada que ver con nuestro problema actual, pues está relacionado con el problema de la política ante una revolución democrática-burguesa]; (2) En la Asociación Obrera de la ciudad, una amplia organización de clase; (3) En su propio centro político. ¿Y qué crearon como su centro político? En ningún caso una organización, sino más bien un periódico y su equipo editorial, esto es, una voz. Y este equipo es lo que funcionó como la tendencia Marx, tal y como se observaba a sí mismo y como era considerado públicamente. Con el declive de la revolución, y tras volver a Londres, Marx estuvo de acuerdo en la reconstitución de la Liga Comunista temporalmente; pero pronto, a finales de 1850, Marx se percató de que la crisis revolucionaria había terminado, mientras que la mayoría de los miembros reaccionaron a la frustración coinvirtiéndose en un grave caso de infantilismo sectario. La Liga se rompió y se desintegró. Marx nunca repitió tal experiencia. Durante los años 50, Marx y Engels no se esforzaron en crear nuevas organizaciones, sino que se concentraron exclusivamente en la producción y publicación de la literatura que hiciese posible la educación de cuadros. Este período terminó únicamente cuando el movimiento obrero, por sí mismo, anunció la creación de la organización ad hoc que hoy conocemos como la Primera Internacional. La Primera Internacional era tan distante de la idea sectaria de organización, que nunca se pronunció claramente por el comunismo, y solamente apoyo matizadamente una versión del colectivismo económico en su último congreso. Y era tan amplia, dentro de un marcado carácter de clase, que nadie soñaría en poder duplicarla hoy. En cualquier caso, el enfoque de Marx era 180 grados opuesto al de la secta: en vez de comenzar con el Programa Omnicomprensivo y reunir a su alrededor una banda de escogidos procedentes de cualquier estrato de clase (especialmente intelectuales), Marx quiso partir de sectores de la clase obrera que se encontraban en movimiento y activos en la lucha de clases, aunque fuese con un bajo nivel, adaptando el programa a aquello para lo que estos sectores estaban preparados. Esta es la manera de comenzar. Marx: el lado negativo Dentro del amplio movimiento de la Primera Internacional, Marx y Engels no establecieron ningún tipo de centro político propio, y en eso consiste precisamente el carácter excesivo de su reacción, no, desde luego, en su nula inclinación hacia la creación de una secta marxista. Si bien Marx usó el Consejo General y su influencia en él como su "centro político"; sería fácil explicar por qué esto no era suficiente. Probablemente, Marx tenía la impresión de que otro comportamiento impediría su influencia personal en el Consejo General, pero el precio a pagar por ello fue que, cuando la Internacional desapareció, la formación de un espacio marxista definido estaba aún en una etapa que ni siquiera podríamos catalogar como elemental. Este hecho negativo -me refiero a la ausencia de un marco marxista de cualquier tipo, no a la renuncia a crear una secta marxista- es una de las razones de fondo que explican la forma en que, en diferentes países, surgieron los diversos partidos socialistas, incluyendo los denominados partidos marxistas. El primer centro marxista fue establecido por un hombre (Hyndman) hostil a Marx y al pequeño círculo de socialistas ingleses directamente influidos por Marx; Hyndman estableció este centro "marxista" como una típica secta del peor tipo, y su desastrosa influencia sobre el marxismo inglés no ha sido aún superada. Ni Marx, ni Engels ni nadie de su círculo más próximo ofreció nunca algún tipo alternativo de centro político marxista, lo que condujo a que la personificación de Marx para el público británico fuera un hombre al que podemos considerar como el más tosco fundador del marxismo que haya podido encontrarse en cualquier país del mundo. La alternativa obvia a la secta habría sido lo que Marx hizo en Colonia: el establecimiento de un órgano de prensa por los amigos británicos de Marx, una publicación portavoz de ideas marxistas, un modelo de cómo había de dirigirse al movimiento de clase, un marco organizador. Pero no se hizo nada de esto, provocando un vacío. Así, la operación sectaria de Hyndman se movió en el vacío. Aunque Eleanor Marx hizo un trabajo brillante como organizadora del Nuevo Sindicalismo (un sindicalismo militante de masas), organizando a los trabajadores desorganizados y no cualificados, se trató de un trabajo individual, que carecía de otra referencia visible. Aunque ella y Aveling hicieron un buen trabajo en la extensión de la acción política independiente de la clase obrera, con un impacto que ayudó a la creación del Partido Laborista, su esfuerzo no tuvo el efecto concomitante de ayudar a la selección y formación de un espacio marxista que pudiera hacer más de lo que ellos solos hacían. Este error -la incapacidad para establecer algún tipo de centro político reconocible no sectario- fue repetido después, con menor excusa, por Rosa Luxemburg en Alemania; mientras que en Polonia sus camaradas crearon una secta, no un partido de clase. El aborrecimiento extremo que Marx sentía hacia las sectas no le impidió reconocer las contribuciones positivas de algunas sectas. No cayó en una evaluación unilateral del papel histórico jugado por algunas sectas, al igual que su odio hacia el capitalismo no excluyó el reconocimiento de sus grandes contribuciones positivas al desarrollo de sociedad. De la misma forma que el Manifiesto Comunista ofrece lo que ha sido denominado como un himno de alabanza a las aportaciones positivas de la burguesía, Marx y Engels ardían frecuentemente en alabanzas a las contribuciones de las sectas utópicas. No perdieron tiempo en lamentaciones por el hecho que que estas contribuciones fueran hechas primero por sectas (a veces más bien grotescas, como la "religión" saint-simoniana), pues ellos comprendían las presiones que empujaron a los ideólogos socialistas hacia la forma de secta. Lo verdaderamente importante, pensaban ellos, era empujar en una dirección diferente, orientando a los socialistas hacia un camino organizativo distinto. Marx resumió esto en una carta bien conocida (1871): "La Internacional se fundó a fin de reemplazar las sectas socialistas o semisocialistas por una organización real de la clase obrera para luchar... Por otra parte, la Internacional no hubiera podido afirmarse si el curso de la historia no hubiese destrozado ya al sectarismo. El desarrollo del sectarismo socialista y el desarrollo del movimiento obrero real están siempre en relación inversa. Cuando las sectas están (históricamente) justificadas, la clase obrera no está aún madura para un movimiento histórico independiente. Tan pronto como ha alcanzado esa madurez, las sectas se hacen esencialmente reaccionarias. Por cierto, en la historia de la Internacional se ha repetido lo que la historia general nos muestra en todas partes. Lo caduco tiende a reconstituirse y a afirmarse dentro de las formas recién alcanzadas. Y la historia de la Internacional ha sido una lucha continua del Consejo General contra las sectas y contra los experimentos diletantes, que tendían a echar raíces en la Internacional contra el verdadero movimiento de la clase obrera". Evidentemente, no se trata de determinar a priori la fecha exacta en la que se hace reaccionaria la forma de secta. Eso no puede hacerse. Marx comenzó a luchar por crear su propio camino hacia un moviento revolucionario, y para ello debía enfrentarse con firmeza a la idea sectaria. Aunque más tarde se probara que en el año 1864 las posibles contribuciones de las sectas no estaban aún históricamente totalmente agotadas, eso es irrelevante respecto al curso seguido por Marx. La secta de Lassalle en Alemania (ver comentarios de Marx en la carta antes citada) o la mencionada secta de Hyndman en Inglaterra continuaron jugando un papel (¡ay!), un papel que también tuvo un aspecto positivo mientras no hubo otra alternativa en marcha. Indiscutiblemente, a veces una camarilla puede ser mejor que nada, pero esa perogrullada no indica una línea a seguir. Por otra parte, la secta socialista de los germanoamericanos emigrados era, en opinión de Marx y Engels, peor que nada, y esperaban que se destrozaría y desaparecería (desafortunadamente, un siglo después sigue con nosotros: SLP). De todo esto no se sigue, pese al odio extremo que Marx sentía hacia la forma de secta, que todas las sectas sean igualmente nocivas. Todo lo contrario: existen tremendas variaciones al respecto. Si observamos ejemplos más próximos a nostros, los oehleristas (una microsecta que se separó de la secta trotskista en 1935) no contribuyó nada al desarrollo de un movimiento revolucionario, excepto como tema de hilaridad (lo que no debe ser desdeñado en tiempos difíciles). Por el contrario, la Liga Socialista Independiente aportó los elementos esenciales del socialismo revolucionario de nuestro tiempo. ¡Hay una gran diferencia! Pero no contradice la única conclusión a la que queremos llegar en este momento: hay un camino hacia el partido revolucionario que no es el camino de la secta. La anatomía de la secta En resumen: hemos visto tres posibles enfoque. Podemos descartar ya el que se restringe a militancias individuales, sin ningún tipo de centro político. El verdadero problema es si el centro político debe ser necesariamente una secta. Lo que está en juego en ello no afecta sólo a dos formas organizativas, sino a la relación entre la vanguardia y la clase. La secta se autocoloca en un alto nivel (muy por encima de la clase obrera) y se sostiene sobre una escasa base, ideológicamente selectiva (y, habitualmente, externa a la clase obrera). Proclama su carácter obrero basándose en sus aspiraciones y en su orientación, no por su composición social ni por su modo de vida. Comienza entonces a intentar arrastrar la clase obrera hasta su nivel, o hace un llamamiento a esa clase obrera para que lo alcance. Desde dentro de sus fronteras orgánicas, envía al exterior a exploradores para que contacten con la clase obrera, y a misioneros que conviertan a dos aquí y a tres allá. La secta se imagina convertida algún día en un partido revolucionario de masas, ya sea por un crecimiento paulatino, por la unidad con otras dos o tres sectas o quizá por algún proceso de entrismo. Marx, por el contrario, opinaba que los elementos de vanguardia debían evitar, ante todo, la creación de muros orgánicos entre ellos y el movimiento de clase. La tarea no era elevar hasta el Programa completo a dos trabajadores aquí y a tres allí (y menos aún a dos estudiantes aquí y a tres intelectuales allí), sino buscar las palancas que puedan servir para impulsar a toda la clase, o a sectores de ella, hacia niveles más elevados, tanto en el ámbito de la acción como en el de la política. La mentalidad de secta ve su santificación únicamente en su Programa completo, precisamente en lo que la separa de la clase obrera. Si, dios no lo permita, alguna de sus consignas comienza a hacerse popular, inmediatamente se asusta: "Algo debe estar pasando. Debemos haber capitulado a alguien" (no es una caricatura, sino la vida misma). El enfoque de Marx era todo lo contrario. La tarea de la vanguardia era precisamente poner en marcha consignas que pudiesen ser populares en el nivel real alcanzado por la lucha de clases en un momento determinado, poniendo en movimiento al mayor número de trabajadores que fuese posible. Esto significa actuar sobre un tema y en una dirección, yendo por un camino que llevará al conflicto con la clase capitalista y su Estado, así como con sus agentes, incluyendo los "lugartenientes obreros del capitalismo" (sus propios líderes). La secta es una versión en miniatura del futuro partido revolucionario, un pequeño partido de masas, una edición microscópica del partido de masas aún inexistente. Mejor dicho, eso es lo que la secta piensa de si misma o intentar ser. Su método orgánico es el método del como si: actuemos como si ya fuésemos un partido de masas (en un grado minúsculo, naturalmente, acorde con nuestros recursos), pues ese es el camino para convertirnos en un gran partido de masas. Publiquemos un periódico para los trabajadores, igual que si fuéramos un partido obrero, y si no podemos publicar un diario, como haría un verdadero partido de masas, al menos podremos publicar un semanario o bisemanario para agotar nuestros recursos; eso hará de nosotros un pequeño (irreal) partido de masas (pero esta fachada solamente es autoilusoria, ya que si lográ engañar a un trabajador, éste se dará cuenta pronto de lo poco que había detrás). Construyamos un partido bolchevique siendo disciplinados como buenos bolcheviques (así, sobre la base de una falsa noción de la disciplina bolchevique, aprendida de los enemigos del leninismo, la secta es bolchevizada en una camarilla interiorizada y petrificada, que reemplaza las obligaciones de una cohesión política por argollas de hierro como las necesarias para maneter unidas las maderas de un desmoronado barril). Hay una falacia fundamental en la idea de que el camino de la miniaturización (imitando un partido de masas en miniatura) es el camino al partido revolucionario de masas. La ciencia prueba que la escala en la que vive un organismo vivo no puede cambiarse arbitrariamente: los seres humanos no pueden existir a la escala de los liliputienses o los brobdingagenses, pues sus mecanismos vitales no podrían funcionar. Las hormigas pueden cargar 200 veces su propio peso, pero una hormiga que midiese seis píes no podría levantar 20 toneladas, incluso aunque pudiera existir en algún monstruoso modo. En la vida organizativa, esto también es cierto. Si se intenta crear una miniatura de un partido de masas, no se consigue un partido de masas miniaturizado, sino un monstruo. La razón básica es la siguiente: el principio vital de un partido revolucionario de masas no es simplemente su Programa completo, que puede copiarse sin más que un activista mecanógrafo y puede ser ampliado o reducido como un acordeón. Su principio vital es su involucración integral como una parte del movimiento de la clase obrera, su inmersión en la lucha de clases no por la decisión de un Comité Central, sino porque vive en ella. Este principio vital no puede imitarse o miniaturizarse; no se reduce como un dibujo animado ni se encoge como una camisa de lana. Como una reacción nuclear, este fenómeno se produce únicamente cuando existe una masa crítica, por debajo de la cual el fenómeno no es menor, sino que desaparece. Entonces, ¿en qué puede imitar la pretendida miniatura a un partido de masas? Solamente en la vida interna (una parte de ella y en cierto modo), pero esta vida interna, mecánicamente trasladada, es ahora ajena a la realidad que rige en un verdadero partido de masas. Si separamos los intestinos de un león de su cuerpo, lo que obtenemos en realidad es... tripas. Por este motivo la vida interna de una secta tiende a ser un ejercicio de irrealismo, de meras fachadas, de imitaciones rituales. Así, como lo único que tiene al alcance de su ritualizada parodia es la vida interna del partido de masas, la mentalidad de camarilla solamente se encuentra a gusto en la vida interna. Más allá de esta vida interna, la dura realidad de aislamiento e impotencia se hace insufrible, al no tener la más mínima semejanza con la vida exterior de un partido de masas. La vida interna de la secta deja de ser un mal necesario para el desarrollo de sus actividades públicas, para convertirse en un gratificación sustitutiva. El obrero perteneciente a un partido de masas se irrita por la necesidad de gastar mucho tiempo en reuniones de las organizaciones del partido o de sus fracciones, incluso aunque sea lo suficentemente buen marxista para comprender que estas cosas son necesarias. La mentalidad de secta, por el contrario, solamentes se encuentra cómoda y satisfecha en esas actividades subterráneas, en las que puede disfrutarse convenientemente de la charla revolucionaria, mientras que una reunión sindical es considerada como un estorbo. ¿Y los bolcheviques? ¿Pero acaso los mismos bolcheviques no se desarrollaron desde una secta hasta un partido de masas? Si ellos pudieron hacerlo, quizá podamos nosotros... No, los bolcheviques no llegaron a ser un partido de masas siguiendo el camino de la secta. Y el ¿Qué hacer? no propone una forma organizativa sectaria. Todas esos cuentos de hadas sobre las concepciones del partido propias de Lenin son invenciones de antibolcheviques profesionales y de los estalinistas; sin embargo, obviamente no podemos tratar eso aquí en profundidad. Quizá baste lo que digo a continuación. Consideremos el camino encarnado en el ¿Qué hacer? En el período anterior, los pasos preliminares hacia un partido de masas en Rusia no habían tomado la forma de sectas, sino de círculos locales obreros y de asociaciones regionales. No se habían desarrollado como sucursales de una organización central sino de forma autónoma, en respuesta a las luchas sociales. Lo que Lenin comenzó a organizar en el extranjero, ante todo, no era una secta, ni una organización afiliativa, sino un centro político: una publicación (Iskra) con un equipo editorial. La tendencia Iskra tomó cuerpo en un equipo editorial, no en una secta. La asociación a la que Lenin aspiraba era un partido de masas. No un partido formado exclusivamente por los que estuviesen de acuerdo con su marxismo revolucionario, sino un partido de masas lo sufientemente amplio como para incluir a todos los socialistas, y, desde luego, a todos los militantes obreros. Podría tener diversas tendencias en su seno, y los marxistas consistentes podrían ser una minoría, al menos durante cierto tiempo. Lenin no cometió el error de interponer una secta entre su tendencia (con la línea correcta) y el amplio movimiento de la clase en lucha, ni tampoco incurrió en la equivocación de descuidar la construcción de un centro político y, a través de él, crear un espacio marxista. Fueron los mecheviques y el ala derecha, no Lenin, quienes escindieron para no permitir una mayoría del ala izquierda. Ni siquiera en los años de formación del partido bolchevique hizo Lenin de la necesidad virtud: nunca adoptó el punto de vista según el cual el partido tendría que limitarse a los bolcheviques. Por el contrario, luchó coherentemente por un amplio partido en el que su ala izquierda tendría tanto derecho a ganar su dirección por medio del voto democrático como podría tenerlo su ala derecha. La escisión tuvo lugar, ante todo, en el aspecto organizativo. Por supuesto, la situación de ilegalidad condicionó las formas orgánicas de muchas maneras, pero no es lo que determinó que Lenin rechazase formar una secta bolchevique. Si Iskra se hubiese establecido en Petrogrado en vez de hacerlo en el extranjero, la relación esencial no habría cambiado; de hecho, cuando se logró una legalidad parcial durante un corto período tras la revolución de 1905, una de las consecuencias fue la fusión temporal de los grupos bolchevique y menchevique en un partido de masas unificado, aunque Lenin conservó un centro político bajo la forma de una publicación y su equipo editorial. El inicio de cierta legalidad no empujó a Lenin hacia la formación de una secta bolchevique, sino en la dirección opuesta, hacia la unidad con los mencheviques en un partido de masas (no la unidad de los centros políticos ideológicos). ¿Pero no eran bolcheviques y mencheviques fracciones del dividido partido? Formalmente lo eran, pero en aquellos días una fracción significaba una cosa diferente. En ambos lados, y en otras tendencias organizadas integrantes del movimiento ruso, una fracción funcionaba como un centro político público, con su publicación y equipo editorial propios como vehículo de su poítica. Estas fracciones (bolchevique y menchevique) no eran organizaciones afiliativas, en el sentido de las sectas que nosotros hemos tratado de construir. Si vemos los documentos escritos por Lenin poco antes de 1914, cuando el buró de la Internacional Socialista estaba trabajando sobre el problema de la unidad entre bolcheviques y mencheviques, observamos que Lenin, para probar que los bolcheviques tuvieron el apoyo de una mayoría de los trabajadores socialistas en Rusia, da estadísticas sobre la circulación de los órganos de prensa, sobre las contribuciones financieras, etc., pero nunca sobre número de afiliados o miembros. Nadie dio cifras de miembros. En Rusia, las organizaciones con afiliados eran grupos de partido locales y regionales que podían simpatizar una parte con los bolcheviques y otra parte con los mencheviques, o apoyar a unos u otros en cada circunstancia. Cada vez que se realizaba un congreso del partido o conferencia, cada grupo debía decidir si asistía al de unos o al de otros, o a ambos. Esto indica que tanto bolcheviques como mencheviques no eran orgánicamente sectas dedicadas a captar miembros, y ni siquiera fracciones en el sentido orgánico que sería perteniente hoy, sino centros políticos basados en una iniciativa de propaganda y editorial, junto a un aparato organizativo central para forjar lazos con todas las secciones del movimiento obrero, mediante agentes, colaboradores literarios, etc. (este añadido es algo crucial, aunque no me explayaré en ello). Los miembros individuales del partido en Rusia, o los grupos del partido, podían distribuir las publicaciones de los bolcheviques, las de los mencheviques o ninguna de ellas. Muchos preferían distribuir un órgano que no representase a ninguna de esas fracciones, como el que Trotsky creo en en Viena, o utilizar a su libre albedrío las publicaciones que más les gustaban de cada una de las fracciones. Obviamente, gran parte de este escenario estaba condicionado por la ilegalidad o por la naturaleza de la escisión entre bolcheviques y Mencheviques. No proponemos que sea un modelo automático para nosotros hoy día; hablamos de ello por una razón totalmente opuesta: porque hay algunos que, erróneamente, pensando que los bolcheviques se desarrollaron utilizando la forma de una secta, proponen, también erróneamente, la secta de tipo bolchevique como modelo. Pero nunca ha existido una secta bolchevique. Esa invención fue posterior, procedente de la Comintern. En todo caso, podemos sacar la siguiente conclusión provisional: si el partido bolchevique no se desarrolló como partido revolucionario siguiendo el camino de la secta, entonces debe haber otro camino. De hecho, la conclusión histórica va más lejos: ningún partido revolucionario o semirevolucionario de masas ha llegado a ser un partido de masas siguiendo el camino de la secta. Esto no prueba que no pueda ocurrir. No prueba, por sí mismo, que sea imposible que una secta evolucione orgánicamente hacia un partido de masas, si en algún momento se da cuenta de que está siguiendo un camino equivocado y toma otra ruta. Pero no nos interesa demostrar tal cosa. Lo único que necesitamos comprender es que debe haber otro camino, un camino que realmente fue seguido por socialistas revolucionarios con más o menos éxito. Lo que se ha demostrado es que el camino de la secta no debería seguirse acríticamente, sin reflexionar, como si fuera el único posible o imaginable. Por el contrario, el camino de la secta no ha dado nunca resultados hasta ahora. Lo que ha funcionado ha seguido una vía muy diferente, y que, por lo tanto, se merece al menos ser tomada en consideración. ¿Cómo y cuándo revivió la forma de secta? Este otro camino sólo fue ignorado por la mayoría de los marxistas revolucionarios a partir de fecha relativamente reciente, durante el período de la Comintern. El gran desarrollo histórico que ocultó ese camino tras una cortina y empujó a seguir la ruta de la secta fue el período de revolución que siguió a la I Guerra Mundial, en el que la Comintern propuso la formación de partidos revolucionarios como una emergencia de inmediata necesidad. En cada país tuvo que constituirse inmediatamente un partido revolucionario, incluso aunque fuese un forzado producto de invernadero. Así lo exigían los 21 Puntos de la Comintern. La motivación era clara: la revolución mundial estaba en la orden del día para toda Europa. Y era cierto que la revolución mundial estaba en la inmediata orden del día (en Europa). Pero ahora sabemos que resulta completamente imposible forjar partidos revolucionarios genuinos por medio de órdenes que fuercen el proceso (al menos, partidos revolucionarios capaces de vencer). Esta es la razón esencial por la que el enemigo (en primer lugar, la socialdemocracia) fue capaz de derrotar esta revolución europea. Y la derrota de esta revolución fue el punto de giro de la historia social moderna, de la que deriva en mundo actual. La mejor conocida consecuencia de esta derrota fue el ascenso del estalinismo, la estalinización de los partidos comunistas y de Rusia. Una consecuencia bisimétrica ha afectado a las corrientes que rechazaron la estalinización o que rompieron con ella: por lo general, han visto la degeneración del movimiento como una consecuencia de la estalización, en vez de comprender la estalinazación como consecuencia de la derrota y de la degeneración del movimiento. Sobre la base de ese punto de vista, se creyó que el éxito revolucionario dependía solamente de la forja de una vanguardia dirigente que no fuese estalinista, que fuese verdaderamente revolucionaria; esto es, de la formación de una vanguardia dirigente que tuviese la Línea correcta, lo que resultaría suficiente. El proceso de creación forzada de partidos revolucionarios en un invernadero asumiento uno de los 21 Puntos (y al margen del contexto objetivo de los verdaderos 21 Puntos) fue tomado como algo dado de antemano por una nueva generación de revolucionarios o aspirantes a revolucionario, para los que la historia comenzaba en 1917. El resultado fue una primera ola de sectas "bolcheviques" durante el período inicial del declive de la revolución europea, tratando de imitar a lo que creían habían sido los bolcheviques. Un ejemplo típico fueron los bordiguistas italianos y otros vástagos de los izquierdistas infantiles de la Comintern, tendencias que Lenin había atacado en su El izquierdismo, enfermedad infantil del Comunismo. Como es bien conocido, estos bien intencionados pero bastante ignorantes izquierdistas no sabían nada sobre cómo el partido bolchevique se había forjado realmente. Para ellos, el ultimátum de los 21 Puntos no era una especial medida de emergencia, procedente de revolucionarios sensatos en la situación poco común de sentir el aliento de una crisis revolucionaria inmediata sin que exista un partido revolucionario. Para ellos, esta medida de emergencia, esta medida deseperada, llegó a ser la regla, el normal modo bolchevique de actuar... incluso si ya no existía la situación histórica que explicaba por qué se había recurrido a los 21 Puntos. Generalizado como el modelo normal, este camino de invernadero hacia el partido revolucionario es algo así como esto: usted levanta la bandera del Programa Correcto para establecer su frontera orgánica. Usted hace esto sin considerar la situación objetiva porque es un imperativo suprahistórico. Usted hace esto con cualquier que esté a su alrededor, por ejemplo otras dos buenas personas (¿no se decía que en los días obscuros de la guerra el partido bolchevique de Lenin se redujo a un puñado de personas?). Usted se declara como el Partido Revolucionario, y ya que tiene el Programa Correcto, los trabajadores tendrán que llegar hasta su puerta... y ya tiene usted su secta. Una ojeada al modelo trotskista de secta Las reticencias de Trotsky durante varios años a romper con los partidos comunistas estaban condicionadas, entre otras cosas, por el hecho de que no veía ninguna alternativa sino la formación de una secta trotskista, a lo que era reacio. Debe recordarse que, durante todo el período inicial de su desarrollo político (es decir, hasta 1914), Trotsky no había comprendido lo que Lenin estaba haciendo. Durante décadas, había peleado amargamente contra el curso orgánico de Lenin, que denunciaba como una política escisionista. ¿Cuál era la política escisionista que le horrorizaba? Era la formación de un centro político distinto alrededor de un Programa completo y correcto, basando un centro político sobre el Programa completo, pero no una secta. El curso de Trotsky como un conciliador orgánico en el movimiento ruso significó que, como Luxemburg en Alemania y la mayoría de la izquierda de la Segunda Internacional, él tampoco había entendido la naturaleza del camino de Lenin hacia el partido revolucionario. Durante la mayoría de la vida política de Trotsky, los únicos cursos orgánicos que podía comprender era el curso de la secta y de los escisionistas (con el que interpretó a Lenin) o el curso pantanoso y ficticio de los que traficaban con la unidad del partido. Resulta irónico que la estalinización de los partidos comunistas forzase a Trotsky a formar su propio centro político (la Oposición de Izquierda) dentro de los partidos comunistas, esto es, dentro de un movimiento estalinizado que no toleraba ningún centro de oposición política en su seno. El camino que él había denunciado dentro de la socialdemocracia rusa de la preguerra (donde era posible) era el mismo que se vio obligado a tomar dentro del movimiento estalinista (donde era imposible). No es muy sorprendente, por tanto, que, cuando los grupos trotskistas no pudieron continuar adoptando la forma orgánica de un centro político de Oposición de Izquierda dentro de los partidos comunistas, adoptasen naturalmente la única otra forma que conocían: la secta. Sin duda, Trotsky lo hizo muy a disgusto, por lo que el siguiente experimento fue la entrada en la socialdemocracia, con la esperanza que encontrar allí un camino no sectario hacia el partido de masas. El esperado sustituto era la incubación de un partido revolucionario dentro del movimiento de masas que la socialdemocracia se suponía que representaba. Proseguir aquí esta historia sería una disgresión, pues lo que nos interesa constatar ahora es que antes y después del experimento entrista, la completa e irreflexiva aceptación del modelo de secta bolchevique produjo una profusión de microsectas desprendidas de la macrosecta trotskysta a partir de los años 30. Además, en EE.UU. se hizo mucho más difícil ver cualquier otro camino a causa de la ausencia de un movimiento político masivo de la clase obrera. La experiencia WP/ISL Hay otro caso que exige nuestra inmediata atención, pues se trata de nuestro inmediato antecesor: el Workers Party/Independent Socialist League de 1940-58. En resumidas cuentas (aunque merecería decicarle más tiempo en otro momento), este caso se desarrolla en tres etapas. La formación del Socialist Workers Party fuera del Partido Socialista. El entrismo trotskista en el Partido Socialista (gestación en la matriz socialdemócrata) abortó a finales de 1937, cuando Trotsky (y, con él, parte de la dirección trotskista, agrupada en torno a Cannon) decidió que el mundo, incluyendo EE.UU., estaba a punto de entrar en una situación revolucionaria, lo que inmediatamente desencadenó el retorno al modelo de los 21 Puntos (al menos, esta vez volvía a tener como motivación la sensación de encontrarse ante una situación de emergencia). Según este modelo, como vimos antes, el Partido Revolucionario debe anunciarse a toda costa ante el mundo, con su bandera y su programa desplegados, con el tiempo suficiente para anticipar el impacto de la revolución. El ala derecha del PS estaba tan ansiosa de expulsar a los trotskistas como nosotros lo estábamos de irnos, así que el resultado real fue una colaboración mutua. En cualquier caso, a comienzos de 1938 el Socialist Workers Party se presentó ante la clase obrera de los Estados Unidos, y durante el mismo año nació la IV internacional, nuevamente como forzado fruto de invernadero. No había ninguna ambigüedad en cómo se veía a si mismo el nuevo partido: era el Partido Revolucionario destinado a salvar el mundo, y crecería rápidamente hasta ser la fuerza dirigente en la clase obrera, con la esperanza de que ocurriese a tiempo para poder dirigir la revolución que se estaba desarrollando. Desplegando el Programa completo y correcto, la secta (es decir, el partido que realmente existía) recorrería el camino hacia un partido de masas. El inicio de la guerra reventó por dos vías diferentes este punto de vista incuestionado. Lo más conocido es que el Programa completo siguió siendo completo pero dejó de ser correcto (defensa de la Unión Soviética, pacto Hitler-Stalin, aparición del imperialismo estalinista, invasión de Finlandia y Polonia, etc.). Pero aquí resulta más pertinente resaltar el segundo aspecto que marcó en 1939-40 la lucha que sacudió y rompió la organización: la denominada cuestión organizativa. Como ya detallamos entonces en un largo documento titulado Guerra y conservadurismo burocrático, lo que ocurrió es que la secta que se autodenominaba partido reaccionó al estallido de la guerra... como una secta. En el momento no lo entendimos así: hablábamos del conservadurismo burocrático de la dirección Cannon. Esta respuesta sectaria del SWP se acentuó mucho más tras la escisión: el SWP actuó durante toda la guerra como un crustáceo, encerrándose en su caparazón para proteger su gelatinoso cuerpo, y anunció la política de preservar sus cuadros, en vez de tratar de encontrar las maneras y medios que permitiesen fortalecerles participando en la lucha durante la guerra. En total contraste, el Workers Party que formamos tras la ruptura siguió una vía que podría describirse como la de un pequeño partido de masas. Pero realmente actuamos como tal, y no sólo nos limitamos a hablar de ello. El WP se implicó con energía y de forma militante en actividades que podrían haber sido emprendidas por un partido de masas si hubiese existido, realizando un excelente trabajo revolucionario de oposición en las empresas y sindicatos,que iba acompañado con la distribución masiva de un popular semanario agitativo, etc. Evidentemente, este trabajo de partido de masas sólo podía hacerse a una escala relativamente pequeña o, lo que es lo mismo, a una mayor escala pero limitada a unas pocas situaciones locales, pues eramos un partido de masas verdaderamente pequeño. Las previsiones subyacentes seguían siendo las mismas: crisis revolucionaria al acabar la guerra o poco después, y rápido crecimiento donde estábamos trabajando. Esta vía parecía tener sentido, sólo de forma temporal, por obvias razones coyunturales: durante todo el período de la guerra nosotros fuimos la única y exclusiva tendencia socialista de oposición dentro de la clase obrera. ¡Situación de monopolio de la que no ha disfrutado nadie desde entonces! La proletarización de nuestros miembros fue relativamente fácil por la situación de guerra (para los que no habían sido llamados a filas). Tampoco carece de importancia mencionar que nunca ha sido tan fácil financiar nuestra actividad, a causa de los salarios industriales, la dedicación de nuestros miembros y un astrónomico sistema de contribuciones sobre la renta. En suma, durante este limitado período y en esa especial situación, las contradicciones de una secta actuando como un pequeño partido de masas podían ser paliadas -y de hecho lo fueron- al calor de la actividad. Podría quizás argumentarse que si el resultado de la guerra hubiese sido la revolución en Europa y en América, como esperábamos entonces, esta vía se habría justificado históricamente. No tengo ningún interés en discutir sobre esto, ya que tampoco me interesa sostener ninguna teoría de la inevitabilidad ni mantener que si hubiésemos sido "más sabios" deberíamos haber hecho otra cosa. No son éstos los temas en discusión, y los menciono únicamente para excluirlos de ella. Lo que me interesa ahora es solamente explicar cómo y por qué la vía una secta tipo pequeño partido de masas era temporal y conyunturalmente posible y esperanzadora. Pero en 1946 llegó el día de rendir cuentas. Ese año marcó una línea divisoria, pues para la mayoría de nosotros se fue haciendo muy claro que la esperada Revolución Mundial postbélica había sido abortada o que, en cualquier caso, no iba a tener lugar. Estábamos obligados a una reorientación fundamental. En consecuencia, 1946 es también el año de un definitivo saldo de cuentas en el seno del WP con el grupo sistemáticamente sectario formado por la clique de Johnson. Se trataba de una clique con un programa de facción, esto es, un montón de programas adaptables a cada ocasión. En 1946, la facción de Johnson reaccionó formalmente al nuevo estado de cosas declarando con doble vehemencia que la revolución estaba a la vuelta de la esquina, que surgirían soviets en dos años, que el capitalismo se había derrumbado en toda Europa y que el poder rodaba por las calles: en otras palabras, encararon la desagradable realidad con la típica fantasía de la mentalidad sectaria. De acuerdo con ello, desplegaron un programa que contraponía grupos de lucha (entonces denominados comités de fábrica) a los sindicatos convertidos en contrarrevolucionarios, que se habían transformado en órganos del Estado, etc. Con todo este galimatías, estos sectarios sistemáticos hicieron las maletas y se pasaron al SWP, donde hicieron una actividad fraccional revolucionaria durante un breve período, para después desplegar su bandera ante el mundo entero formando su propia secta, que luego se escindiría, etc. El mismo año hubo otro intento de reorientación del Workers Party, realizado por gente más seria. Era un esfuerzo para teorizar y sistematizar la concepción organizativa tipo pequeño partido de masas, no ya como una reacción ad hoc a las circunstancias de la guerra (que es lo que fue), sino como un concepto general y eterno, aplicable ahora más que antes. La frase pequeño partido de masas se inventó y escribió entonces. Este intento fue rechazado por la organización. Más allá de esta discusión, y con una constante decadencia de la situación política de EE.UU. en una calma chica (clima de guerra fría, McCarthismo, etc.), la organización tuvo que hacer frente, sin autoengañarse, a su futuro como una secta entre otras sectas. En una tesis presentada en 1948 y discutida hasta que fue aprobada en 1949, la organización aceptó abrumadoramente unas básicas verdades: que no eramos un partido excepto en el nombre; que no existía en el país ningún partido socialista; que todos los grupos socialistas, incluyendo el nuestro, éramos en realidad sectas, en el mejor de los casos grupos de propaganda, y que sólo podíamos ser una buena secta, una secta sensata, en vez de ser una secta estúpida, fastasmagórica y autoengañada; que aunque la historia sólo permitía en ese momento ser un secta, podíamos decidir no mantener una política sectaria ante la clase obrera y sus movimientos; etc. En consecuencia, el Workers Party pasó a denominarse Independent Socialist League. Todo esto era muy sensato Pienso que la ISL era la mejor y más sensata secta entonces posible: pero esto sólo sirvió de ayuda durante unos pocos años, pues toda la izquierda se agotó durante los años 50. La ISL no se meció a si misma contándose monstruosidades y fantasías sectarias; simplemente se marchitó en la enredadera y cayó, mientras que otras sectas realizaban todo tipo de contorsiones políticas: el Partido Socialista se redujo a nada, el SWP se transformó en un apéndice estalinoide... ¿Qué es un centro político? Como toda esta trayectoria fue recorrida sin autoexamen y sin ninguna diferenciación analítica entre los diversos caminos, es preciso proceder retrospectivamente a dicha diferenciación. Lo dicho hasta aquí manifestaría que, en la práctica, el establecimiento de un centro político distinto de una secta -es decir, un centro de propaganda y educativo no dedicado a la captación de miembros, a diferencia de los grupos afiliativos encerrados dentro de unos muros orgánicos- ha tomado la forma concreta de una iniciativa editorial, con su correspondiente equipo editor, acompañada de un aparato organizativo más o menos desarrollado, decicado a llevar adelante las tareas políticas del centro. Esta ruta ha sido más habitual de lo que podría indicar lo contado hasta aquí. Los EE.UU. contemporáneos muestran ejemplos sobre los que es conveniente echar un vistazo. Es cierto que el panorama radical parece estar cubierto de sectas, pero además existen también algunas tendencias no organizadas en forma de sectas sino de centros políticos en torno a una publicación. Quizás la más efectiva políticamente haya sido la tendencia política representada por la Monthly Review (MR), un algo amorfo espectro de políticos estalinoides independientes del Partido Comunista. Aunque la revista ha sido también el organizador de una tendencia política, no ha evolucionado hacia una cristalización organizativa de tipo afiliativo, salvo en algunas intentonas realizadas por grupos locales de Amigos de MR, asociados a MR o cosas similares. Lo mismo puede decirse de The Guardian. Cabe dudar si estos elementos han tenido una perspectiva que se plantease contribuir algún día a la formación de un partido revolucionario; parece más bien que, prioritariamente, se han planteado impregnar a la izquierda con sus ideas específicas. Otro ejemplo relativamente exitoso es Liberation, pero pagando como precio aquello que originalmente constituía su propia política. Esta revista se constituyó como un centro político de la tendencia partidaria del pacifismo absoluto. Como tal, ha sido un fracaso total, ya que el pacifismo absoluto está más muerto que nunca. De hecho, Liberation se convirtió en otra cosa, en la que el pacifismo era solamente un tropezón en la sopa. Como su política es confusa, no tiene mucha importancia como centro político. Ha mantenido principalmente un periodismo radical difuso. Dissent se fundó más o menos conscientemente como un esfuerzo para mantener algo así como un centro político, sin formar una organización sectaria, por gente que se había hecho socialdemócrata en un país sin socialdemocracia. Más tarde, Dissent y L.I.D. acordaron unirse. L.I.D. es un ejemplo interesante de una organización originalmente de tipo afiliativo que, al desaparecer sus miembros, se transforma en una operación de tipo centro político, socialdemócrata en lo político, aunque no estaba agrupada en torno a una revista. New Leader ha sido otro ejemplo de una operación socialdemócrata (sector CIA) en torno a un centro político sin organización de tipo afiliativo. Todos estos casos, en sus especifidades, han estado fuertemente condicionados por sus fuentes de financiación. De hecho, casi toda la prensa política tiende, por su propia naturaleza, a convertirse en algún tipo de centro político, ya que es una fuente de ideas. He mencionado ejemplos dispares, indicando que puede haber muchas variantes. No hay un modelo orgánico que podamos copiar. De lo que se trata es de darnos la idea general de un desarrollo que no involucra la construcción de una secta afiliativa, y ponernos a trabajar para expresar nuestras aspiraciones y opiniones. Una de las peculiaridades de la vía que queremos seguir es que queremos formar un centro político que tenga como objetivo la formación de los prerequisitos de un partido socialista revolucionario. ¿Qué queremos hacer? Si abstraemos las peculiaridades nacionales, de tiempo y lugar, así cómo las condiciones específicas en las que se desenvolvió la actividad organizativa de Lenin, podemos decir que la laboriosa formación de la tendencia bolchevique logró tres cosas a lo largo del tiempo, tres cosas que, en mi opinión, pueden aplicarse casi en cualquier caso y que ciertamente se aplican a lo que nosotros estamos obligados a hacer. El proceso de formación de la tendencia bolchevique creó un cuerpo de doctrina, un cuerpo de literatura política que expresó un determinado tipo de socialismo revolucionario; formó cuadros obreros y militantes alrededor de ese núcleo político; estableció su tipo de socialismo como una presencia en las políticas de izquierda, con nombre y fisonomía propios. Esto resume también nuestras tareas. No tenemos ninguna necesidad de prever o predecir exactamente cómo se formará el partido revolucionario del futuro. Pero los resultados sólo pueden ser favorables si estas tres tareas se realizan. Si tenemos estas tareas en nuestras cabezas, ciertas actividades toman una diferente prioridad e importancia. Por ejemplo, para las sectas la tarea editorial es una actividad entre otras, a la que no dan una prioridad destacada. Tiende a ser desplazada hasta el último lugar de la agenda, con una sola excepción: la publicación de un órgano de masas, que tiende a tomar tal prevalencia que apenas puede hacerse ninguna otra cosa. Desde nuestro punto de vista, esa es una grave equivocación a la hora de establecer las prioridades. La creación (publicación y distribución) de un cuerpo básico de literatura es la tarea de un centro político de la que depende todo lo demás. Es el medio principal para el fin deseado. La tarea primera de esta literatura es hacer posible la formación de los cuadros, para proveer la nutrición política que permitirá el desarrollo de esos cuadros, lo que resultaría imposible a falta de ese fondo literario. Evidentemente, tales cuadros se desarrollarán localmente. Un centro político tiene una ventaja enorme sobre el Comité Nacional o el Comité Central de una secta que emite directivas, tesis, expedientes disciplinarios, etc. a su micro-imperio de mini-sucursales. Las relaciones de un centro político con clubes locales, grupos socialistas o sindicales, grupos de trabajadores y activistas individuales pueden ser infinitamente variadas y flexibles. Pero las relaciones de una secta son dicotomizadas en dos tipos: con los miembros de la organización, una relación regida por los estatutos; con los no afiliados, una relación obstaculizada por una barrera organizativa. Tras un primer período en el que tendremos que realizar un gran trabajo de preparación, apostamos por una implicación mucho mayor con cuadros locales, pero basada en una relación diferente, que ofrece nuevas posibilidades. No pretendo deletrear en este artículo nuestro programa para los próximos seis meses. Nuestras perspectivas ya van mucho más lejos de lo somos capaces realmente de manejar. Y esto es sólo el comienzo; si conseguimos ponernos en marcha en un año más o menos, estaremos moviéndonos adecuadamente a lo largo de este camino. Debemos tener una perspectiva a largo plazo. no estamos proponiendo un esquema del tipo hágase rico en 10 días, sino todo lo contrario: una línea de preparación para el futuro que sólo puede obtener frutos reales tras un largo recorrido. Deberíamos pensar desde el punto de vista de un Plan para no menos de diez años (digo diez años porque es un buen número redondo y se denomina década.) Desperdiciamos la pasada década en dos callejones sin salida. Si, para finales de los 70, tenemos algunas realizaciones sólidas en las tres tareas básicas antes enumeradas, entonces habremos dado los primeros pasos apreciables hacia el objetivo de un partido revolucionario. California, 1970

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